jueves, 22 de abril de 2010

Sobriedad

El talento (si se puede llamar así a una capacidad de conseguir algo sostenidamente en el tiempo) que tuve en otros momentos para algunas cosas lo he perdido. No quiero decir que en mi vida, tan corta por lo demás, hubiera habido una época feliz en la que tenía éxito y me sentía llena. Más bien apunto a que he ido deteriorándome en los aspectos a los que atañeré. He ido desgastando y malgastando ciertas energías que me permitían, por ejemplo, escribir y sentir que al escribir transmitía gran parte de lo que estaba sintiendo.
Ahora me es imposible desdibujar una sensación en una conjunción de palabras. Siento que el sentir me sobrepasa al comunicarme. Al escribir y al hablar (¡¡hasta tartamudeo más!!). Me da la impresión de que las palabras y las cosas no pueden relacionarse en mi cerebro de manera armónica. Es como si un puñado de pequeños y miserables espermios intentaran ingresar en un grandísimo óvulo, además hermético, con cientos y cientos de capas que le dan carácter de insondable al círculo fértil.
Cuando pienso en la prosa como parte de mi vida, sé que me ha servido en muchos aspectos.
Gracias a ella obtuve respeto de algunos profesores, de congéneres. Sentí la felación de instituciones rebosantes de asquerosidad; el desprecio que les guardo no es un punto aparte de lo que significaron para mí. Obtuve algunas veces dinero, considerando el casi nulo esfuerzo que ponía en ser una escritora y una lectora disciplinada. Obtuve cierto nivel de reconocimiento. Y todo eso me facilitó, al tener conciencia de mi condición, una especie de holgura de carácter propio, que se tradujo en mayor entrada con la gente, sobre todo con los hombres; mayor “cancha”, como se dice.
Nunca leí demasiado. Seguramente leí tanta poesía como novelas. Leí poca filosofía, no mucha más literatura política. Nunca fui docta ni culta, a pesar de que a mi alrededor se tejía una aureola de intelectualidad(es). Más bien, a partir de algún momento, me dejé estar. Es decir, dejé que las impresiones de buena parte de mi ambiente (por gracia, no todos), siguieran el curso lameculito que habían estado tomando, y no las detuve. Al volver la espalda me di cuenta de que sobre mí había un marbete de escritora, un epitafio de Doña Intelectual, que no era realmente lo que yo era ni lo que yo quería que fuera. Por otra parte, mi apariencia, es decir, mi apariencia exterior, no aminoraba esa chanta mitificación. Siempre me ha gustado vestir con una mezcla de garbo y anacronismo: un tic en la casta de los escritores jóvenes universitarios. Sumado eso a un discurso político más bien cercano al anarquismo, con no pocos ni malos argumentos, la gente antigua y la gente nueva veía en mí un arquetipo de “joven diferente”, de tipo culta y letrada. Y aunque, con humildad, reconociendo que algo de eso hay en mí, tanto por herencia como por mi propia educación, no soy ni como mucho una persona cultivada ni en las letras, ni en las artes, ni en la filosofía, ni en la política. Si resumo: “algo cacho”.
Para mí lo único positivo respecto de que se fragüe de mí una imagen diferente de lo que creo ser es que tengo ese caparazón para resguardar mis pensamientos y emociones más íntimas. Pero eso de partida implica ver entre yo y el mundo una confrontación. Seguramente eso es algo con lo que voy a tener que vivir y no me estoy quejando de entrada. Sólo estoy diciendo que relacionarme con personas particulares que tienen de mí el arquetípico, es incómodo porque es una mentira, es algo que yo sé que no es verdad. Sin embargo también tengo salvaguardada una parte de mi identidad que gusto de mantener con un perfil invisible, y que abro a muy pocas personas.
No obstante lo que se piense de mí, está mi problema de comunicación. Yo sigo sufriendo experiencias de goce estético con algunas novelas y poemas, lo mismo que con algunas películas y temas musicales. El caso es que más que ese goce, la retórica me parece vacua. Creo que detrás de las figuras literarias “se esconde la nada sin disfraz” como escribió Rosasco de la poesía contemporánea en parangón con la de Jorge Teillier. La literatura se me hace como el arma descargada de un ladrón que solamente le es instrumental para enfrentarse con timoratos, pero que cuando tiene que dispararle a un pez gordo, no tiene bala con que enfrentarlo.
Hoy me considero capaz de escribir en un momento de tranquilidad. Pero sé que no me sirve de nada. No quiero seguir haciendo cosas por hacerlas. Bastante es vivir, me parece.

3 comentarios:

  1. Esto yo ya lo he leido antes. Puede ser?? O es nuevo?? Saludos!

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  2. Un poco de ambos. No es nuevo, pero tampoco antiguo.. puesto que estuve cuadrando algunas nuevas cosas.
    Besos

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  3. Ah. Otra cosa.. gracias (otra vez) por abrirme las puertas de tu hogar, se que todas mis cosas permanecerán bien guardadas
    Besos

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