domingo, 18 de abril de 2010

Los cuentos que yo cuento

Yo era la sobrina favorita de mi tía esquizofrénica. La misma tía que en cada semáforo en rojo se bajaba de su auto para gatear encima del paso de cebra.

Íbamos desde la Facultad de Ingeniería de la Católica rumbo al Cementerio, junto a mi padre. Íbamos a enterrar una silla de ruedas que Edith Piaf dejó a un heredero en Valparaíso, amigo del Gitano Rodríguez, que nunca leyó nada de Leonard Cohen.

Las jubiladas marchaban por Vicuña Mackenna a la altura de la Embajada Argentina y los obreros de la construcción (de los edificios Paz Errázuriz) se les unían tras la proselitización ancianista. Protestaban contra la nueva Ley de Pensiones y contra el femicidio número 84.509.222 desde la llegada de Pedro de Valdivia, pero en la Colonia no había Sernam ("Ni falta que hacía" dijo una vieja que llevaba una polera con el rostro de Voltairine de Cleyre).

Elisa Carrió era la presidenta de Argentina y Consuelo Saavedra de Chile. Las fuerzas de choque de los gremialistas de ambos países (entre ellos algunos anarcocapitalistas con banderas amarillo-negras) habían tenido reuniones secretas para conspirar contra el reclamo marítimo británico de La Haya, pero Slobodan Milosevic estaba muerto y sepultado. Según Aucán Huilcamán, las reuniones se hicieron en la Comunidad Mapuche "Orelie Antoine" y estuvieron resguardadas por varias milicias de la CAM, armadas con Kalashnikovs que a los zapatistas les sobraron cuando se independizaron de Nicaragua.

En Santiago todavía se vendían cajetillas de cigarrillos con el rostro de Don Miguel. Tito Beltrán preparaba una adaptación del Carnaval Opus 9 de Robert Schumann. Yo esperaba verlo pero él estaba preso en Groenlandia, acusado de intentar abusar de la hija de Sergio Lagos. Horacio Salinas le escribió una carta de apoyo, firmada por otros miembros de la SCD, entre ellos mi primo Fabián, que hace pocas semanas había ganado un Festival de música clásica posmoderna en Ucrania.

Yo había escrito una carta para un hombre, que terminaba diciendo "por el momento yo estoy aquí y haré todo lo necesario para que sepas cuán tremendo es lo que siento por ti". En el último momento decidí reemplazar esas palabras por unos bellísimos versos que me recordaban más a otra mujer, una peluquera bisexual con la que viví cuando tenía 12 años y tenía de mascota un venado:

Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror. (1)



El jueves de la próxima semana iban a estrenar una película de David Lynch sobre el asesinato de Marcos Treuer a manos de un estudiante de sociología de la Universidad Alberto Hurtado. Pero Cecilia Serrano descubrió que ese mismo día llegaba Benedicto XVI a Bolivia. La cinemateca donde se iba a dar el documental se vio obligada a prestar sus proyectores al gobierno boliviano. Los mandragoristas (seguidores del movimiento literario chileno de primera mitad del siglo XX), en su mayoría socialdemócratas activistas de organizaciones contra la caza de ballenas harían, también ese jueves, una multitudinaria ovación a la memoria de Lee Harvey Oswald frente a la estatua de Miguel Enríquez en Avenida Kennedy.

Mi madre iba a tener un hijo a sus cincuentaiún años. Dijo que quería ponerle Samy, como Samy Benmayor, el pintor que ganó el Nobel de Economía el 2009, y que en su juventud le regalaba flores a mi madre, cuando ella cantaba rancheras en La Piojera y ganaba 150 mil escudos por semana, gracias a las suculentas propinas de los turistas de Bangladesh.

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(1) PIZARNIK, Alejandra: A la espera de la oscuridad, en Poesía Completa. Editorial Lumen. Barcelona, España. 2000. Página 60.

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