martes, 22 de abril de 2008

De cómo el sol, que era a la vez espectador de lujo de la situación y profeta segundo, se volvió hijo de la buena fortuna y sabedor del diablo.

Una vez, érase tal vez una noche, los hombres que habían cultivado en la Luna sus pasiones, bajaron a la Tierra. Esos hombres tenían en su ciclo menstrual la forma de amar al paridor, ese viejo que contaba cuentos de razas lejanas, y al mar inferior; el mar que habitaba la sabia.


Estos hombres se miraban extrañados en este nuevo sitio. La constante demencia de la conciencia universal lo golpeaba… no sabía llegar al relajo. Eran esas las noches en donde se hacía difícil la coherencia, que no era una práctica habitual pero sí la suposición. Se suponía, en aquel tiempo de hombres de Luna, que todo atardecer traería un nuevo cielo. Se creía que podía confiarse en la bondad del hombre y la mujer, en la compresión de la raza de razas, la especie primal y curativa, los seres humanos en proceso de universalización. Era de esperarse que, en un segundo de fatalidad prevista por la intuición, todo ese mundo entrara a colapsar por las partes flacas: ni amor suficiente, ni compresión del otro, ni estudio del universo.


Pero la crisis sólo fue sentida por los seres faltos de fe. La crisis movió los cimientos de la sociedad generando nuevas formas jamás vistas. Un violento estruendo partió las suposiciones que sostenían al sistema: propiedad privada, organización vertical, control. Caído el régimen de estado, los hombres de la Luna tomaron el conocimiento entregado por las mujeres del Sol y los artistas del Cielo, generando así el mundo de nuevos cimientos: templanza, organización amor y unión.


El viento trajo la palabra y con ella la paz


Una vez, cuenta un viejo vecino del barrio 25 de mayo, todo el universo era un solo viento. En esa época, todo el viento era infinito, decía infinito, amaba igual. Los hombres y las mujeres formaban parte del viento; al igual que los perros, las hadas y los duendes. Todos los vegetales, incluidos los árboles, eran viento. También era viento las familias pobres del mundo, los obreros golondrina y las magas. Todo era viento y como viento se movía, hablaba y sentía.


Con el transcurrir del tiempo, el viento comenzó a tener problemas. Una parte del viento no creía que se podía ser un solo viento y se separó del resto, pero antes de irse tomó una parte de las cosas, cosas que también eran viento, y se las llevó con ella. El resto del viento, tal vez por respeto, tal vez por estupidez, dejo que aquella parte del viento organizara la sociedad sobre la base de las cosas sustraídas al viento mayor. Este viento mayor, viento primero, dejó de serlo en aquel momento y todo el resto de él comenzó a dividirse y a enfrentarse, viendo que se podía ir por otros caminos y abrazar un espacio particular. Digamos que el viento se transformó en vientos, diversos y enfrentados, muchos de ellos fueron vientos acaudalados y fuertes, voraces vientos de arrasar con el resto de las cosas que en ese momento existían y, otros vientos, sólo pudieron entregarse a esa fortaleza y ambición avasallante que los negó.


Fue así que se formaron los distintos vientos pero siempre viviendo en un recuerdo: “alguna vez fuimos uno sólo”. Aún se puede ver, por los barrios de aquel mundo, muchos vientos soplando y saltando de aquí para allá, golpeándose por no saber cuál es la dirección del resto de los vientos, cuáles son sus propósitos, cuál su forma de amar.


Sin embargo, en ciertos momentos mágicos, el viento vuelve a ser uno sólo y es nacedor de las montañas y constructor del nuevo cielo. En esos instantes, las lágrimas que fueron penas se vuelven agua que da vida, los árboles que eran arrancados de raíz se transforman en los guardianes de la Tierra, los niños y niñas del Sol observan esperanzados su nuevo mundo… en este momento, sólo un viento fuerte que viene del Sur nos trae la palabra y con ella la paz.





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