Mostrando entradas con la etiqueta La condición de la posmodernidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La condición de la posmodernidad. Mostrar todas las entradas

viernes, 17 de febrero de 2012

Octava parte: Posmodernismo



… me gustaría caracterizar la experiencia posmodernista en la forma con que confío que resulte una frase paradójica: la de que “lo diferente se parece”.
Fredric Jameson

[aunque] el movimiento de 1968 [Chicago, París, Praga, México, Madrid, Tokio y Berlín]
resultó un fracaso, debe ser considerado, sin embargo,
 como el precursor político y cultural del surgimiento del posmodernismo.
David Harvey

  
Presentamos ahora al posmodernismo en tanto lógica cultural dominante del capitalismo tardío. Así lo muestra Eduardo Gruner y lo continúa Fredric Jameson:

El posmodernismo es, entre otras cosas, la recuperación (no siempre del todo conciente), por parte de la ideología dominante, del hecho de que se ha operado efectivamente, en el mundo, una metamorfosis –y la resonancia kafkiana del término no es desestimable- por la cual ni la esfera de la producción, ni las clases sociales, ni la praxis política, ni el orden simbólico en su conjunto, son ya lo que eran: una “puesta a punto” con respecto de lo cual, hay que decirlo con claridad, el reloj de la izquierda atrasa sensiblemente. (Jameson, 1991: 8) [Del prólogo de E.Gruner]
Los últimos años se han caracterizado por un milenarismo de signo inverso, en que las premoniciones catastróficas o redentoras del futuro han sido reemplazadas por la sensación del fin de esto o aquello (el fin de la ideología, del arte o las clases sociales; la “crisis” del leninismo, de la socialdemocracia o del estado de bienestar, etc.): tomados en conjunto, estos fenómenos quizá constituyan lo que cada vez más se ha dado en denominar posmodernismo. (Idem: 15)

D.Harvey echa mano del crítico literario Terry Eagleton para definir el término posmodernismo: “Existe quizás un cierto consenso según el cual el típico artefacto posmodernista es leve, auto-irónico y hasta esquizoide; y reacciona a la autonomía austera del alto modernismo adoptando de manera imprudente el lenguaje del comercio y de la mercancía. Su posición con respecto a la tradición cultural es la de un pastiche irreverente, y su artificial superficialidad socava toda solemnidad metafísica, en ocasiones mediante una estética brutal de suciedad y shock.” (Harvey, 2008: 23)  

Uno de los más renombrados exponentes de la posmodernidad será Jean Francois Lyotard. Él propone que el posmodernismo, como producción contemporánea o poscontemporanea que lleva un fuerte compromiso en lo vital y lo novedoso, sea entendido como una parte de una reafirmación del auténtico modernismo clásico. Cuando F.Jameson analiza a J.F.Lyotard dice que “el giro ingenioso de su propia propuesta implica la proposición de que algo llamado ‘posmodernismo’ no continúa al modernismo clásico propiamente dicho, como su producto de desecho más reciente, sino que lo precede y lo prepara, de manera que los posmodernismos contemporáneos que nos rodean pueden entenderse como la promesa del retorno y la reinvención, la reaparición triunfante de algún nuevo modernismo clásico dotado de su viejo poder y con sangre fresca.” (Jameson, 1991: 97)

Por otro lado, nuestro autor “sostiene que el proyecto moderno no ha sido abandonado ni olvidado, sino que ha sido ‘liquidado’: se ha destruido a sí mismo, pues la propia lógica de la dominación por parte del sujeto sobre los objetos producidos por las ciencias y las tecnologías contemporáneas no conduce a una mayor libertad, a un mayor acceso a la educación, a una mejor distribución de la riqueza, etc., sino a la dominación pura, que sólo reconoce al éxito como criterio de juicio.”[1] 

Al analizar el lenguaje, Lyotard llevará sus proposiciones hasta el punto de la dispersión. Aunque asume que el vínculo social está dado por lo lingüístico, inmediatamente plantea que ese vínculo “no está tejido con una sola hebra” y que puede encontrar un número indeterminado de “juegos del lenguaje”. No se establecerían combinaciones estables del lenguaje, antes bien, cada uno de nosotros viviría en la “intersección de muchos de ellos”. De esta manera, se puede concluir que el sujeto social no puede sino “disolverse” en este entramado del lenguaje plurifacético. (Harvey, 2008: 63-64). En el mismo sentido, la obra de Lyotard pone de manifiesto que los cambios en las transformaciones técnicas y sociales de la comunicación han generado una modificación en el modernismo. (Idem: 67-68)

F.Jameson nos da un pantallazo sobre la cultura cuando nos cuenta que “… los posmodernistas se sienten fascinados por el conjunto del panorama ‘degradado’ que conforma el shock y el kitsch, la cultura de los seriales de televisión y de Selecciones del Reader’s Digest, de la propaganda comercial y los moteles, de las películas de medianoche y los filmes de bajo nivel de Hollywood, de la llamada paraliteratura con sus categorías de literatura gótica o de amor, biografía popular, detectivesca, de ciencia ficción o de fantasía.” (Jameson, 1991: 17) En relación a las patologías culturales, nuestro autor afirma que puede observarse un desplazamiento en donde “la alienación del sujeto ha sido sustituida por la fragmentación del sujeto”; y en donde conceptos como la ansiedad y la alienación, la histeria y la neurosis de la época de Freud, las experiencias vinculadas a la soledad radical y la anomia ya nada tienen que ver con las grandes figuras al estilo de Warhol o Marilyn Monroe, los casos de autodestrucción de fines de la década del ’60 ni con las experiencias con las drogas y la esquizofrenia, fenómenos estos últimos relacionados con el posmodernismo.

Cuando este filósofo norteamericano propone nociones tales como “euforia” o “autoaniquilación”, lo hace para explicar que “estos términos traen inevitablemente a la memoria uno de los temas más de moda en la teoría contemporánea: el de la ‘muerte’ del propio sujeto –o dicho en otras palabras, el fin de la mónada, o el ego, o el individuo burgués autónomo- y el stress que acompaña a este fenómeno, sea como nueva moral o como descripción empírica, al producirse el descentramiento de este sujeto o de esta psiquis previamente centrada (De las dos posibles formulaciones de esta idea –la historicista, que plantea que un sujeto que estuvo una vez centrado, en el periodo del capitalismo clásico y de la familia nuclear, se ha disuelto hoy en el mundo de la burocracia organizativa; y la posición posestructuralista, más radical, que sugiere que tal sujeto nunca existió, sino como una especie de espejismo ideológico-, me inclino obviamente hacia la primera; de cualquier modo, la segunda debe tomar en consideración algo así como ‘la realidad de la apariencia’).” (Jameson, 1991: 31-32)

Al analizar, en el apartado anterior, las “dos modernidades” que se han posicionado frente a nosotros, entendemos a la primera de ellas como la “modernidad realmente existente” en tanto incluye su “mito moderno”. La segunda es, justamente, “la realidad de la apariencia”, el desarrollo de buena parte del mito que se vuelve realidad y se confunde con el resto de las cosas. Estas dos modernidades servirán también para definir a la posmodernidad y el posmodernismo. La “modernidad conquistadora” irá en la búsqueda de la “otra historia”, la parte negada y silenciada por la historia oficial, se dirigirá a los bajofondos en donde viven todos aquellos que quedaron sepultados bajo lo que hoy se denomina Pensamiento Único. La “modernidad ilustrada” podrá asumir características de la primera, pero será su recorrido uno de tipo ilustrado, razonable, ordenado y organizado –en buena medida- a partir del espíritu burgués. Su misma negación, a la cual adherimos en algún sentido, tendrá este mismo influjo. Vale el desafío para la construcción de un nuevo espíritu. (Y resulta necesario aclarar que nuestras dos modernidades no están separadas, como tampoco puede separarse a la modernidad de la posmodernidad, en su sentido general)

F.Jameson plantea que existe una pérdida del “pasado radical” en el marco del posmodernismo. Al analizar una novela histórica, él entiende que ésta ya no puede “rescatar” el pasado histórico, sino que sólo puede imprimir los estereotipos e ideas presentes en aquel pasado, generando lo que denomina “historia pop”. Por este motivo, la Historia siempre estaría fuera de nuestro alcance. Por otro lado, nuestro autor, en un apartado titulado “Collage y diferencia radical”, rescata que “…en las obras posmodernistas más interesantes se puede detectar una visión más positiva de las relaciones, que devuelve su tensión propia a la noción misma de diferencias. Este nuevo modo de relación mediante la diferencia puede ser en ciertas ocasiones un nuevo y original modo de pensar y percibir, plenamente logrado; más a menudo adopta la forma de un imperativo imposible; alcanzar esa nueva mutación en lo que quizás ya no se pueda llamar conciencia.” (Jameson, 1991: 55)

Esta misma apelación a la diferencia y la particularidad en el posmodernismo le da a esta lógica cultural dominante una doble situación paradojal (y aún de irresolución): en primer lugar, aquello que ha sido denominado como “la moda de la nostalgia” es esto de que “la diferencia se parece”; al asumir tantos estilos diversos de tantas épocas distintas, el posmodernismo termina asimilándose a “otros momentos” sin que, en definitiva, pueda lograr un “estilo propio” o, tal vez, teniendo como estilo lo similar a otras estéticas como una sumatoria in-diferenciada. Lo segundo tiene que ver con que, en la medida en que no se acepta la idea de una “periodización totalizante” en tanto se va por la lógica de la particularidad, se le hace muy difícil definir su propio “campo”, su propio espacio de acción sin caer en un proceso contradictorio permanente. Aún los conceptos “posmodernidad” y “posmodernismo” pueden ser, en sí mismos, contrarios a esta misma época y caracterización estética.

Sin embargo, es válido comprender que, en un sentido general, los particularismos posmodernistas han ampliado el “rango” de voces que pueden ser escuchadas. Por esto mismo, “Huyssens ataca en particular al imperialismo de una modernidad ilustrada que pretendía hablar en nombre de los otros (pueblos colonizados, negros y minorías, grupos religiosos, mujeres, la clase obrera) a través de una única voz. (…) La idea de que todos los grupos tienen derecho a hablar por sí mismos, con su propia voz, y que esa voz sea aceptada como auténtica y legítima, es esencial a la posición pluralista del posmodernismo.” (Harvey, 2008: 65) (Tal vez, la expresión más feliz de esta última oración sería “posmodernidad” más bien que “posmodernismo”).

Actualmente, gran parte del posmodernismo es anti-aurático y anti-vanguardista y trata de buscar respuestas en el ámbito cultural y mediático. Las nuevas tecnologías son, sin duda, uno de los insumos necesarios para saldar la brecha entre la cultura popular y la producción cultural. La no existencia de un impulso vanguardista y/o revolucionario al interior de las filas posmodernistas ha generado la sospecha (y la denuncia) sobre su vínculo con la comercialización y las imposiciones del mercado. En el mismo sentido y “en los últimos años, hemos asistido a la apropiación virtual del arte por los grandes intereses empresarios. Porque cualquiera que sea el papel que haya desempeñado el capital en el arte modernista, el fenómeno actual es nuevo, justamente por su extensión. Las corporaciones se han convertido, en todo sentido, en las grandes patrocinadoras del arte. Arman enormes colecciones. Realizan las exposiciones más importantes en los museos (…) compran y venden en cantidad, apostando al crecimiento de los valores de los jóvenes artistas.” (Idem: 80)

En lo referido a la economía, es interesante tener en cuenta lo que se ha denominado “economía con espejos” o “economía vudu”, que tuvo lugar entre 1960 y 1987 en EEUU. D.Harvey analiza brevemente este periodo, y, para esto, toma un aviso del Lloyds Bank (p.365) que incita a que el ciudadano ingrese en el mundo ficticio de la especulación financiera (para luego, como a fines de 2008, pueda “ocupar” las calles como un homeless más). Nosotros retomamos una expresión de este aviso que pone de manifiesto el nivel de instrumetalización de la época posmoderna y –de otro modo- esta preocupante chance de que Todo se vuelva mercancía: “Por esa época James y Helen se mudaron a la casa de al lado. A Maggie le pareció una buena idea invitarlos a comer. Fui de la misma opinión. Los dos trabajaban en la City, y quizá podría aprovechar sus conocimientos. Y aún me darían consejos para organizar un portfolio.” (Idem: 366)

Nuestro autor realiza una oposición entre “El modernismo fordista y el posmodernismo flexible”, “enfrentamiento” que no tiene desperdicios y que nos es útil para ir cerrando este breve rodeo filo económico: “La modernidad fordista no está muy lejos de ser homogénea. Tiene mucho de cristalización y permanencia relativas: capital fijo en la producción masiva, mercados estables, estandarizados y homogéneos, una configuración estable del poder y de la influencia de la economía política, autoridad y meta-teorías fácilmente identificables, un fundamento sólido en la materialidad y la racionalidad científico-técnica, y otros componentes parecidos. Pero todo esto se ordena en torno de un proyecto social y económico del Devenir, de crecimiento y transformación de las relaciones sociales, del arte y la originalidad auráticas, de la renovación y el vanguardismo. Por otra parte, la flexibilidad posmodernista está dominada por la ficción, la fantasía, lo inmaterial (en particular del dinero), el capital ficticio, las imágenes, la transitoriedad, el azar y la flexibilidad en las técnicas de producción, en los mercados laborales y en los nichos de consumo; sin embargo, encarna también un fuerte compromiso con el Ser y el lugar, una tendencia hacia la política carismática, una preocupación por la ontología y las instituciones estables favorecidas por el neoconservadurismo.” (Harvey, 2008: 371-373)

Ahora nos preguntamos: ¿Cómo y cuándo surgen las nociones de posmodernidad y posmodernismo?

¿Quién? - ¿Qué?
¿Qué dijo? - ¿Qué hizo?
Federico de Onís
Introdujo el término “posmodernismo” para describir un reflujo conservador dentro del propio modernismo.
Arnold Toynbee
Denominó “era post-moderna” a la época que se inició con la guerra franco-prusiana y su definición era esencialmente negativa. Esta categoría histórica (más que estética) fue publicada en su obra Estudio de la Historia en 1954.
Charles Orson (escritor)
Hablaba de un mundo “post-moderno” hacia 1951, aludiendo a una edad más allá de la época de los descubrimientos y de la revolución industrial. Por primera vez y en su poesía se encuentra una lectura positiva de lo posmoderno que unificaba innovación estética y revolución política.
C. Wright Mills e Irving Howe
Estos dos intelectuales de la izquierda neoyorkina, hacia finales de los ’50, utilizaron el término de manera negativa vinculándolo con una sociedad de ciega fluctuación y vacua conformidad.
Leslie Fiedler (crítico)
Celebró la aparición de una nueva sensibilidad entre las jóvenes generaciones de “América”. Eran “drop-outs” de la historia, mutantes culturales: base de una nueva literatura posmoderna.
Ihab Hassan
En la revista Journal of Postmodern Literature and Culture (1972), Hassan hablaba del posmodernismo como una nueva configuración que abarcaba artes visuales, la música, la tecnología y la sensibilidad en general. Aunque muchas de sus pautas fueron aceptadas, la limitación de este autor sería su incapacidad de verlo como un fenómeno social, más allá de lo estético.
En los ’80 Hassan llega a la conclusión de que la posmodernidad ha cambiado y se ha convertido en una “bufonada ecléctica”, “un refinado cosquilleo de nuestros placeres prestados”.
La arquitectura
Fue aquí en donde apareció su relación con los fenómenos sociales. A mediados de los ’70, la arquitectura “postmoderna” se proponía abandonar la monotonía planificada de las megaestructuras y adoptar el “vital desparramamiento urbano”.
Jean-Francois Lyotard
En el París de 1979, La condición posmoderna será la primera obra filosófica que hablará sobre la posmodernidad. Para este autor, la posmodernidad estaba vinculada al surgimiento de una sociedad posindustrial teorizada por D.Bell y Alain Touraine, en la que el conocimiento se había convertido en la principal fuerza económica de producción
Fuente: Cuadro elaborado por nosotros basado en: Yarza, Claudia. Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo. Apunte de cátedra de Problemática Filosófica, carrera de Sociología, 2000.

En el cuadro hemos omitido las referencias a F. Jameson porque, de alguna u otra manera, sus posiciones han sido parte de la columna vertebral de este trabajo. P.Anderson, de la forma en que C.Yarza lo utiliza, hace una reivindicación de Jameson (por sobre la propuesta de Lyotard y la de Habermas), dividiendo la conceptualización del filósofo norteamericano en cinco movimientos: I. La posmodernidad deja de ser una mera ruptura estética o un cambio epistemológico para convertirse en señal cultural de un nuevo estadio del modo de producción dominante, II. La “muerte del sujeto”, III. El “giro cultural”, IV. ¿Cuáles eran las bases sociales, cuál el patrón geopolítico de lo posmoderno? y V. Más allá del moralismo.

Planteado lo anterior, queremos cerrar este apartado haciendo una referencia sobre una cierta distinción que puede observarse entre una cultura modernista elitista y una cultura posmodernista popular. Por último (lo sospechado) es que puede entenderse a lo posmoderno como “el primer estilo global específicamente norteamericano”. Algunos párrafos de C.Yarza en su interpretación de P.Anderson y F.Jameson nos vendrán bien como explicación:

La cultura moderna era irremediablemente elitista: era producida por exiliados aislados, minorías hostiles y vanguardias intransigentes. Jameson afirma que la cultura posmoderna es, por contraste, mucho más vulgar. (…) La superación de las fronteras entre las bellas artes había sido un gesto habitual dentro de la tradición insumisa de las vanguardias. La disolución de los límites entre géneros “elevados” y “bajos” de la cultura en general (…) respondía a una lógica distinta. Su dirección fue inequívocamente populista desde el principio. En este aspecto, lo posmoderno ha estado marcado por unos nuevos patrones tanto de consumo como de producción (…) En cuanto a la calidad, cierto efecto nivelador era innegable: habían pasado los tiempos de las grandes firmas individuales y de las obras maestras del arte moderno. Eso reflejaba en parte una reacción, necesaria desde hacía mucho, ante unas normas de carisma que se habían vuelto anacrónicas, pero también expresaba una nueva relación con el mercado: el grado en que ésta era una cultura de acompañamiento, más que de antagonismo, al orden económico.
Jameson señala que lo posmoderno es hegemónico. “Como subrayaba Raymond Williams, todas las hegemonías han sido sistemas ‘dominantes’ más que totales. (…) Lo posmoderno es un sistema dominante de esta clase y nada más, pero eso es ya bastante vasto, puesto que esta hegemonía es –por primera vez- de alcance tendencialmente global; aunque no como puro denominador común de las sociedades capitalistas avanzadas, sino como proyección del poder de una de ellas. ‘Se podría decir que lo posmoderno es el primer estilo global específicamente norteamericano’.” (Yarza, 2000: 9)

Bibliografía General

Berman, Marshall (1988); Todo lo sólido se desvanece en el aire, siglo XXI, Madrid.
Chingo, Juan; Crisis y contradicciones del capitalismo del “siglo XXI”. Disponible en web: http://pts.org.ar/spip.php?article8666. (12/09/10)
Dussel, Enrique (1992); 1492. El encubrimiento del otro, Nueva Utopía, Madrid.
Fernández, Estela (1999); Hegel y el apogeo de la razón moderna, mimeo. La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, mimeo. La crítica marxiana al capitalismo como fuente de alienación humana: desde los textos juveniles hasta la obra del pensador maduro, mimeo. (2000) Fredric Jameson: el posmodernismo como pauta cultural dominante del capitalismo tardío. Textos de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.
Fernandez Farias, Marcelo (2008), La situación actual del zapatismo. Un ejemplo latinoamericano de reivindicación étnica. Disponible en web: http://bdigital.uncu.edu.ar/fichas.php?idobjeto=2767. (12/09/10)
Follari, Roberto (1990); Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Rei, IDEAS y Aique; Buenos Aires.
Harvey, David (2008); La condición de la posmodernidad, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.
Hegel, G.W.F. (1977); Introducción a la Historia de la Filosofía, Aguilar, Buenos Aires. (Págs. 43-45 y 70-82)
Jameson, Fredric (1991); Ensayos sobre el posmodernismo, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires. 
Karl, Marx y Engels, Fredrich (2009); Sobre el arte, Claridad, Buenos Aires.
Lunn, Eugene (1986); Marxismo y Modernismo, Fondo de Cultura Económica, México.
Lyotard, J.F. (1995); “Introducción”, en La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Red Editorial Iberoamericana, Buenos Aires.
La Araña Galponera (2008), Librito de postales de La Araña Galponera, Colectivo Ediciones, Buenos Aires.
Pigna, Felipe (2010); 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Planeta, Buenos Aires.
Yarza, Claudia (2000); Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo.  Texto de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.


[1]    Fernandez, E.; La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, p. 9.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Cuarta parte: el Modernismo


El espíritu está maravillosamente presto para atrapar la más leve relación existente
entre dos objetos seleccionados al azar –escribió Andre Bretón- y los poetas saben
que siempre podrán decir que el uno se parece al otro, sin temor a engañarse.
Eugene Lunn en Marxismo y Modernismo.

El modernismo era un “arte de las ciudades” y evidentemente
hallaba “su habitat natural en las ciudades”.
David Harvey en La condición de la posmodernidad.

El modernismo se refiere a aquellos que reivindican a la modernidad en el ámbito del arte y el pensamiento. Como nos dice R.Follari, forman parte de ese movimiento el expresionismo, el futurismo, la música atonal, el cubismo, el constructivismo en cine y teatro, etc. Algunas de las características que forman parte de esta posición son: falta de narración lineal de los relatos, innovación en la modalidad expresiva, ruptura con todo naturalismo y un hacer autoreferencial y conciente de la función de producción del arte. (Follari, 1990: 21)

La noción de vanguardia fue aquella que mejor expresó la posición modernista. Ella se caracterizaba por una tajante ruptura con lo “clásico” y por la reivindicación del arte como espacio legítimo de crítica social, aunque pudiera mostrar una actitud de aceptación o rechazo de la modernidad.

“Lo moderno del modernismo [nos cuenta R.Follari] es su apelación a ‘lo nuevo’, su apertura de la noción de vanguardia (pensando la historia, implícitamente, como un ‘telos’ en cuya consecución hay quienes están más avanzados), su ruptura con los cánones de representación tradicionales y su –en algunos casos- crispada negación de lo existente, que marca la huella de la creencia en una posibilidad para lo social de cambiar lo dado, hacia lo radicalmente diferente (o, al menos, de pensarlo como utopía).” (Follari, 1990: 22)

El modernismo ha tenido varios momentos y, sin duda, la aparición de “la máquina” en el proceso de construcción de la obra de arte afectó las formas de relación del artista con su obra, con su material; y a la inversa. Existe un modernismo que asimilará estos avances “técnicos” y los postulará como nueva forma de lectura artística, y otros que se alejarán en manifestación de rechazo, desde un espacio más “conservador”. La posibilidad de “mercantilizar” que dio “la máquina” se transformó en un parte aguas dentro del modernismo, que se debatiría –y aún lo hace desde marcos estéticos diferentes- sobre el inagotable tema del “rol del arte”. D. Harvey, por su parte, nos aclara que “es importante tener en cuenta que el modernismo que apareció antes de la Primera Guerra Mundial fue más una reacción a las nuevas condiciones de producción (la máquina, la fábrica, la urbanización), circulación (los nuevos sistemas de transporte y comunicaciones) y consumo (el auge de los mercados masivos, la publicidad y la moda masiva) que un pionero en la producción de estos cambios.” (Harvey, 2008: 39)

D.Harvey tomará de Bradbury y McFarlane una definición de modernismo que aquí queremos compartir:
           
[El modernismo era] una extraordinaria combinación de futurismo y nihilismo, de elementos revolucionarios y conservadores, (…) de romanticismo y clasicismo. Se trataba de la celebración de una era tecnológica y de una condena de ella; de una entusiasta aceptación de las creencias según la cual los antiguos regímenes de la cultura estaban superados, y de una profunda desesperación frente a ese temor; de una mezcla entre la convicción de que las nuevas formas eran una manera de escapar del historicismo y de las presiones de la época, y la convicción de que eran, precisamente, la expresión viva de esas cosas.[1]
    
Desde un punto de vista espacial, el modernismo puede leerse desde diversos lugares dependiendo del tipo de práctica que uno tenga en mente.

El modernismo de entreguerra fue “heroico”. Luego de 1945, el “alto modernismo” fue el que se instaló como hegemónico y su vinculación con los centros de poder fue cada vez más estrecha. Es posible que, la necesidad de una “nueva visión” se viera mermada a partir de la instauración de una lógica de mercado basada en los preceptos de Ford y Keynes, con un color norteamericano. Esto último estabilizó las apetencias modernistas de posguerra.

Fue así que el modernismo internacional comenzó a despolitizarse. En un primer momento fue rechazado por el fascismo y, en EEUU, se confundía con la cultura en su sentido más general y abstracto. El inconveniente era que este modernismo había mostrado un alto nivel de propaganda socialista durante la década de 1930 a partir del surrealismo, el constructivismo y el realismo socialista. Sin embargo, la cooptación que hiciera el expresionismo abstracto de este movimiento hizo posible que rápidamente el establishment político y cultural lo utilizara como arsenal en lo que fue conocido como la Guerra Fría. D.Harvey nos cuenta que: “los artistas de vanguardia, afirma Guilbaut (How the World stole the idea of modern art, 1983, p.200), ‘ahora individualistas políticamente ‘neutrales’’, expresaban en sus obras valores que luego eran asimilados, utilizados y cooptados por los políticos, de modo tal que la rebelión artística se transformó en una agresiva ideología liberal.” (Harvey, 2008: 54)

No todo el modernismo “sufrió” la suerte de quedar bajo la égida del liberalismo dominante. De igual modo, es interesante ver que cierta institucionalidad específica del arte no sólo ha sido utilizada por artistas “oficiales” o bancados por el poder de turno, sino que algunos espacios –caso de los museos- han sido utilizados por diversos sectores del arte “de resistencia”, “no-oficial” o como quiera llamarse. En el mismo sentido, hacemos nuestra la siguiente aclaración: “La sutil observación de Foucault (citada en “On the museum’s ruins”, en H. Foster, ed.; Crimp, 1983, p. 47) según la cual ‘Flaubert es a la biblioteca lo que Manet es al museo’ pone de manifiesto cómo los innovadores del modernismo en literatura y en pintura, si bien en un sentido rompen con todas las convenciones pasadas, tienen que situarse históricamente y geográficamente en alguna parte. Tanto la biblioteca como el museo se proponen registrar el pasado y describir la geografía a la vez que romper con ella. La reducción del pasado a una manifestación organizada como una exposición de artefactos (libros, cuadros, reliquias, etc.) es tan formal como la reducción de la geografía a un conjunto de exposiciones de cosas de lugares remotos. Los artistas plásticos y los escritores modernistas pintaron para los museos y escribieron para las bibliotecas, precisamente porque trabajar así les permitía romper con las limitaciones de su lugar y de su época.” (Harvey, 2008: 300-301)

E. Lunn nos ilustra sobre las direcciones principales de la forma estética y la prespectiva social del modernismo en conjunto; planteando cuatro características fundamentales de este movimiento.

En primer lugar, el modernismo sería un ejercicio de autoconciencia o autoreflexión estética. “Los artistas, escritores y compositores modernos se ocupan a menudo de los medios materiales con los que trabajan, los procesos mismos de la creación en su propia actividad (…). Al actuar así, los modernistas escapan del intento antiguo -que ha cobrado nuevas pretensiones en la estética naturalista- de hacer del arte un mero 'reflejo' o una 'representación' trasparente de lo que supuestamente es la realidad 'exterior'.” (Lunn, 1986: 47-48). Una segunda característica tendría que ver con la simultaneidad, yuxtaposición o “montaje”. Buena parte de este arte se hace fuerte a partir de la sincronicidad, la noción de metáfora o lo que a veces se denomina como “forma espacial”; debilitando de esta manera a la estructura narrativa o temporal.

Un tercer recurso modernista sería su apelación a la paradoja, la ambigüedad y la incertidumbre. En un contexto de declinación de las certidumbres de tipo religiosas, filosóficas y científicas; este movimiento se acercó a la multiplicidad (como reacción, también, al nihilismo). “Los modernistas contemplaron la realidad como algo necesariamente construido a partir de perspectivas relativas, mientras trataban de aprovechar la riqueza estética y ética de imágenes, sonidos y puntos de vista ambiguos. Muchas obras modernistas son tratamientos ambiguos de la ciudad contemporáneas, la máquina o las 'masas'.” (Idem: 49)

La cuarta y última dirección de las que nos habla E.Lunn tiene que ver con la “deshumanización” y el desvanecimiento del sujeto o la personalidad individual integrada. “En la pintura moderna, la forma humana se ve violentamente distorsionada por los expresionistas, descompuestas y geométricamente rearmadas por los cubistas, y por supuesto desaparece totalmente en el arte abstracto no figurativo.” (Idem: 56)

Entre los diversos modernismos, fue el cubismo quien se relacionó más directamente con los avances tecnológicos y las nuevas herramientas; por ejemplo, tuvo su directa vinculación con las innovaciones técnicas del montaje cinematográfico en el París del 1.900. Para ellos, este tipo de “incursiones” les servía para alejarse de la idea del “artista genio” aislado de todo lo demás, diferenciado de la sociedad industrial y atento a la construcción de su propia personalidad. Sin embargo, “la confianza cubista no es la de la perspectiva liberal (y socialdemócrata): el empirismo y la confianza tradicionales en el progreso lento, lineal, evolutivo, ha sido sustituido por el ataque revolucionario de los cubistas con la aparente estabilidad de los objetos que se desarman, se hacen chocar y se reconstruyen en la superficie de la pintura, en una construcción posible entre otras muchas.” (Idem: 66)

Por otro lado, debemos decir que la articulación entre las vanguardias estéticas y el marxismo ha sido un camino bastante complejo, de acercamientos y alejamientos pero -en el fondo- de ruptura; en esto coinciden E.Lunn y R.Follari. Para el primero, la Segunda Internacional no pudo afrontar las corrientes modernistas de comienzos del siglo XX, y sólo en la década del '20 algunos marxistas asumirían procedimientos modernistas. Así y todo, los esfuerzos marxistas por utilizar la estética modernista resultaron efímeros. Para el segundo, las vanguardias constituyen -al igual que el marxismo- un “relato crítico” de la modernidad. Sin embargo, las direcciones de los “dos movimientos” serían diferentes en la medida en que uno buscaría la posibilidad racional de establecimiento de un orden social alternativo al capitalismo, mientras que el otro estaría más preocupado por establecer -fundamentalmente- una nueva forma de experiencia estética.

Es interesante observar, de todos modos, las coincidencias entre las vanguardias y el marxismo (como marco de interpretación de la realidad), en la medida en que ambos adhieren a nociones modernas, más allá de su evidente asunción crítica (no es casual que, en la izquierda “tradicional”, se halla apelado a la palabra “vanguardia” para definir a “compañeros de avanzada”). En este último sentido, existe una idea de progreso y, por ende, de teleología, que hace suponer que unos están más adelantados que otros (en relación a la “llegada”). Si se tiene en cuenta la idea de “lo nuevo”, sobre todo en el ámbito del arte, se puede comprender esta necesidad de innovación que constantemente deja obsoleto “lo anterior” (como dice la canción: “veo un museo de grandes novedades / y el tiempo no para”), dirigiéndose siempre hacia el futuro. 

Según R.Follari, “el posmodernismo renunció a ser vanguardista y a toda idea de vanguardia. No agregó nada nuevo, reapropió -mezclándolo- lo anterior; ninguna ida hacia adelante, pero tampoco nostalgia del pasado. Simple uso desustancializado de materiales anteriores que no pretender llevar a cabo 'proyecto' alguno.” (Follari, 1990: 36) Ahora bien; para una lectura crítica de las vanguardias en arquitectura, el epistemólogo mendocino retoma algunas ideas de María D. Castrillo (“Sobre estética y posmodernidad”, artic. reprod.) en donde comienza planteando que el diseño funcionalista estaba más preocupado por las necesidades de la industria que por las de los destinatarios de las construcciones. En cuanto a las vanguardias “llamadas críticas”, “vitalistas”, desde Dadá hasta el happening, Castrillo considera que su destino no pudo ser más paradójico: en su intención de “acercar” el arte a la vida cotidiana, resulto que sus “funciones” callejeras se encuentran grabadas y archivadas en los museos.

Para cerrar, y aunque no consideramos que exista un “predominio de la informática por sobre lo industrial”, asumimos esta reflexión:

La paradoja del presente es que no sólo se ha consumado la modernidad  tecnológica hasta el límite de la robotización y del predominio de la informática      por sobre lo industrial, sino también la protesta cultural moderna; la que fuera utopía de una vida llena de estímulos, sin tabúes, moralmente “liberada”, se ha cumplido. Sólo que allí, como en el lugar del objeto del deseo de Lacan, no había nada. Recién se lo advierte al haber llegado; por eso la falta de vanguardia es hoy expresión de una doble ausencia: la de algún futuro por hacer, y la de un pasado que valga la pena reivindicar. (Follari, 1990: 38) 

Bibliografía General

Berman, Marshall (1988); Todo lo sólido se desvanece en el aire, siglo XXI, Madrid.
Chingo, Juan; Crisis y contradicciones del capitalismo del “siglo XXI”. Disponible en web: http://pts.org.ar/spip.php?article8666. (12/09/10)
Dussel, Enrique (1992); 1492. El encubrimiento del otro, Nueva Utopía, Madrid.
Fernández, Estela (1999); Hegel y el apogeo de la razón moderna, mimeo. La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, mimeo. La crítica marxiana al capitalismo como fuente de alienación humana: desde los textos juveniles hasta la obra del pensador maduro, mimeo. (2000) Fredric Jameson: el posmodernismo como pauta cultural dominante del capitalismo tardío. Textos de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.
Fernandez Farias, Marcelo (2008), La situación actual del zapatismo. Un ejemplo latinoamericano de reivindicación étnica. Disponible en web: http://bdigital.uncu.edu.ar/fichas.php?idobjeto=2767. (12/09/10)
Follari, Roberto (1990); Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Rei, IDEAS y Aique; Buenos Aires.
Harvey, David (2008); La condición de la posmodernidad, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.
Hegel, G.W.F. (1977); Introducción a la Historia de la Filosofía, Aguilar, Buenos Aires. (Págs. 43-45 y 70-82)
Jameson, Fredric (1991); Ensayos sobre el posmodernismo, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires. 
Karl, Marx y Engels, Fredrich (2009); Sobre el arte, Claridad, Buenos Aires.
Lunn, Eugene (1986); Marxismo y Modernismo, Fondo de Cultura Económica, México.
Lyotard, J.F. (1995); “Introducción”, en La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Red Editorial Iberoamericana, Buenos Aires.
La Araña Galponera (2008), Librito de postales de La Araña Galponera, Colectivo Ediciones, Buenos Aires.
Pigna, Felipe (2010); 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Planeta, Buenos Aires.
Yarza, Claudia (2000); Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo.  Texto de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.


[1]    Bradbury y McFarlane, “Modernism”, 1890-1930, p. 46 en Harvey, D.; La condición de la posmodernidad, p. 40.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...