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sábado, 18 de febrero de 2012

Novena parte: Cultura y Arte


El arte, como una parte definida del trabajo humano,
no es mera “copia” o un “reflejo” de la llamada realidad externa,
según Marx, sino su impregnación con propósitos humanos
Eugene Lunn

Enganchado a lo que veníamos desarrollando en relación a lo popular, lo elitista, el posmodernismo y el modernismo, apelamos a la siguiente descripción de R.Follari:

La irrupción de los sectores populares en el consumo cultural, a través de la radio, el disco, el cine, las reproducciones pictóricas y las ediciones literarias accesibles, cambió hacia 1930 el panorama elitista y selecto de “la cultura”, desacralizó violentamente su aura, y promovió reacciones diversas, desde el matizado entusiasmo de Brecht y W.Benjamin, al rechazo de la “industria cultural” por Adorno, y el escándalo por la aparición intolerable del hombre/masa en Ortega y Gasset. (…) el equilibrio, la belleza, la armonía ya no reinaban, y junto con la emergencia de las metrópolis y con el intento de “funcionalizarlas” al uso colectivo, se veía decaer el monopolio del “gran arte” y de la cultura del refinamiento. (Follari, 1990: 69-70) 

El pastiche es una de las formas que toma el posmodernismo actual. Su cualidad reside en ser una práctica neutral de la parodia pero desprovisto de su impulso satírico y, también, del hecho de que al lado de la lengua anormal a la cual se ha apelado, existe una inamovible normalidad lingüística. El abandono de la historicidad ha dado como resultado el auge del lenguaje artístico del simulacro y el pastiche. Su vigencia da cuenta tanto de la dificultad para acceder a hechos de la Historia como así también a lo complicado que se ha tornado crear representaciones de nuestra propia experiencia actual.

Ahora bien, estamos en condiciones de asumir la siguiente propuesta de F.Jameson en lo que se refiere al nuevo arte político:

Una estética del trazado de mapas cognitivos –una cultura política pedagógica que trate de proporcionarle al sujeto individual un nuevo y más elevado sentido del lugar que ocupa en el sistema global- tendrá necesariamente que respetar esta dialéctica de la representación que es ya enormemente compleja, y tendrá también que intentar formas radicalmente nuevas a fin de hacerle justicia. Este no es pues, evidentemente, un llamado al retorno a un tipo más antiguo de maquinarias, a un espacio nacional más viejo y transparente, o a un enclave más mimético o tradicional y portador de una perspectiva más tranquilizante: el nuevo arte político –si es que este arte resulta posible- tendrá que asimilar la verdad del posmodernismo, esto es, de su objeto fundamental –el espacio mundial del capital multinacional- al tiempo que logre abrir una brecha hacia un nuevo modo aún inimaginable de representarlo, mediante el cual podremos nuevamente comenzar a aprehender nuestra ubicación como sujetos individuales y colectivos y a recobrar la capacidad para actuar y luchar que se encuentra neutralizada en la actualidad por nuestra confusión espacial y social. La forma política del posmodernismo, si es que va a existir, tendrá como vocación la invención y proyección del trazado de un mapa cognitivo global, a escalas social y espacial. (Jameson, 1991: 86) [negrita nuestra] 

La propuesta de Jameson queda abierta, como él mismo deja abierta la idea de que el posmodernismo aún no ha sido analizado en todas sus determinaciones. Una Teoría de la Posmodernidad sigue siendo necesaria, en una época en donde la crisis de esto y aquello parece casi una constante. Tal vez, una Teoría de la Crisis vendría mucho mejor. Cuando nuestro autor postula a los ‘yuppies’ como una especie de “grupo emergente” que posee el ADN de la posmodernidad, aclara rápidamente que ellos no representan una nueva clase social ni nada por el estilo. Simplemente, puede verse en esta especie de “nuevos ricos” las prácticas culturales y los rasgos ideológicos que han generado las condiciones necesarias para esta etapa del Capital. Sin embargo, como aclara nuestro autor, son “otras clases” las que desarrollan este “impulso”, siendo un misterio las razones por las cuales todos los procesos sociales hacen posible que un grupo social ajeno al “núcleo duro” de una lógica dominante, asuma para sí el desarrollo de esa propuesta. Al finalizar la obra Ensayos sobre el posmodernismo, F.Jameson discute con Goldstein en lo referido a las prácticas locales y globales; así cierra su trabajo:

Las luchas y las temáticas locales no son meramente indispensables, son inevitables; pero como he intentado decir en otro lado, son efectivas sólo en tanto permanezcan también como figuras o alegorías para alguna transformación sistemática mayor. La política debe operar simultáneamente en los niveles micro y macro; una modesta restricción a las reformas locales dentro del sistema parece razonable, pero frecuentemente resulta políticamente desmoralizante. (Idem: 126)
             
Al lado del pastiche y lo efímero, también se fue modelando una cultura del “desperdicio”. Aunque vale recordar que la modernidad supo hacerse propia la frase sobre “todo lo construido ha sido hecho para ser destruido”, es válido observar que este proceso fue asumido también por el posmodernismo. Por esto mismo, una cultura centrada en la producción de mercancías logró la proliferación de valores y virtudes de la instantaneidad –tal es el caso de las “comidas rápidas”- y de lo desechable –tazas, platos, cubiertos, etc.-. De esta manera, la “obsolescencia instantánea” (Harvey) vendría a profundizar lógicas pasadas, creando una especie de sociedad del desperdicio en donde, junto a productos y mercancías de “corto plazo”, se irían también relaciones sociales, valores, edificios, lugares y formas de hacer y de ser tradicionales. De la mano de esto, la capacidad de producir imágenes y de venderlas hizo posible que la identidad de los grupos subalternos de la sociedad pudiera ser cooptada velozmente, convirtiendo a las innovaciones “populares” en rápidas ventajas comerciales.

Pero, para conocer cuáles han sido estos valores que han ido trocando, debemos señalar cuál ha sido la ruptura que se ha dado entre la “Edad Media” y el nacimiento de la modernidad. Algunas de las características diferenciales serán el racionalismo, diferenciación o autonomía, dinamismo y cambio, progresismo, universalismo y proyecto de emancipación. Estela Fernández interpreta un artículo de Adolfo Sanchez Vazquez en donde explica que “aunque la autonomía del arte se va fraguando desde el Renacimiento (…) no se produce en sentido propio hasta bien instalada la modernidad. En la Edad Media (…) no existe la obra de arte destinada a ser contemplada por sí misma; el arte está integrado en el modo que conforman la naturaleza, los hombres y los dioses; ni los objetos de arte ni la actividad humana que los produce son concebidos autónomamente, sino en relación indisoluble con valores que los transcienden.”[1] Ya en 1961, Oldenburg pedía “un arte (…) que sea político-erótico-místico, que haga algo más que sentarse sobre su trasero en un museo. Estoy por un arte que se entremezcle con la mierda de todos los días y salga ganando. Estoy por un arte que ayude a las ancianitas a cruzar la calle.”[2] Nótese el proceso de desarrollo de aquel nacimiento moderno a la proposición de mediados del s. XX.

Dicho lo anterior, podemos plantear algunas distinciones que existen entre el arte modernista y el posmodernista. En el primero la obra invita a pensar y da la posibilidad de reconstruir su contexto, a recrear un mundo que se encuentra en la obra pero que se muestra ausente, un gesto utópico que se niega a ser cosificado; en el segundo, en cambio, se invierte la propuesta: el mundo cambia y se transforma en una colección de objetos inertes que ya no reclaman una actitud o mirada crítica, sino sólo constatativa y contemplativa.

La cultura posmodernista es posible en un marco de producción y reproducción técnica, proceso que se da hasta la exageración, con obras de arte que “cambian” su “materialidad” una y mil veces. La maquinización en general y la digitalidad en particular genera un sistema de múltiples lecturas e interpretaciones de la obra de arte. La “intervención” hecha sobre un “original”, teniendo en cuenta la opción de su reproducción en diversos formatos y materiales, es cada vez más utilizada por los artistas. Este mecanismo plantea una re-configuración en las nociones y los conceptos clásicos, haciendo existir un “mundo a definir”.

Tanto R.Follari como D.Harvey apelan a Walter Benjamin, integrante de la Escuela de Frankfurt, cuando quieren hablar sobre el tema de la “reproducción técnica de la obra de arte”. Hoy más que nunca resulta un tema fundamental habida cuenta de la proliferación de medios técnico-tecnológicos en el desarrollo de las culturas en su sentido general, y por la utilización que el artista hace de éstos en su forma de “representar” el mundo. Cuando D.Harvey apela a la obra benjaminiana “La obra de arte en la era de la reproducción mecánica”, nos dice:

La renovada capacidad técnica para reproducir, difundir y vender libros e imágenes a públicos masivos, que se relacionó con la primera fotografía y después con el cine (a los que agregaríamos la radio y la televisión [e Internet]), modificó radicalmente las condiciones materiales de existencia de los artistas y, por lo tanto, su función social y política.
Y además de la conciencia general de cambio y flujo que circulaba por todas las obras modernistas, la fascinación por la técnica, por la velocidad y el movimiento, por la máquina y el sistema fabril, así como por el repertorio de nuevas mercancías que ingresaban en la vida cotidiana, provocaron un amplio espectro de respuestas estéticas que iban desde el rechazo hasta las posibilidades utópicas pasando por la imitación y la especulación. (Harvey, 2008: 38-39)

Desde esta visión es que podemos entender cuando R.Follari dice que “W.Benjamin [es un] creyente en las posibilidades de la reproductibilidad técnica de las obras de arte como medio de masificar ciertas experiencias. (…) para él lo técnico puede favorecer las rupturas temporales, la experimentación puede ser un pasaje para despertar la sensibilidad mutilada; no rechaza tan rotundamente los efectos sociales de la modernidad tecnologizada, y cree menos en vanguardias que se mantengan elitistamente al margen de los medios de comunicación de masas y la política”. (Follari, 1990: 34)

No queremos arribar a ninguna conclusión en este tema. Nos parece que aún queda mucho por explorar, no tanto sobre la producción artística a partir de las nuevas mecánicas técnicas, sino en cómo se lee y se consume esa obra de arte, cuáles son los efectos constatables en el “receptor” de una producción altamente tecnificada. Nos contentamos con reproducir una perspectiva del mismo Benjamin, que hoy por hoy puede resultar excesivamente cargada de asombro, aunque todavía siga latente aquella frase de un teórico sobre la forma en que “hacemos la historia mirando a la pantalla”[3]; “nuestras tabernas y calles metropolitanas, nuestros despachos y habitaciones amuebladas, nuestras estaciones de ferrocarril y nuestras fábricas parecían habernos encerrado irremediablemente. Luego, apareció el cine e hizo estallar en pedazos este mundo-cárcel con la dinamita de un décimo de segundo, de modo que ahora, en medio de sus bastas ruinas y desechos, viajamos en calma y temerariamente. Con la fotografía, el espacio se dilata; con la cámara lenta, el movimiento se posterga (…). Evidentemente, la naturaleza que se despliega ante la cámara no es la misma que se despliega ante el ojo desnudo: aunque más no sea porque un espacio en el que se ha penetrado inconscientemente ha sido reemplazado por un espacio explorado de manera conciente.”[4]    

Nosotros entendemos que el arte es imprescindible para lograr una educación plena y, además, contribuye al “desarrollo” y emancipación de los sentidos. También creemos que, en el marco que da el modo de producción capitalista, el arte se ha transformado en una forma de trabajo alienado ya que ha logrado ser reducido casi totalmente al lugar de una mercancía en el mercado. El artista ha tenido que abandonar la intención del “desarrollo del yo”, de volcar su sentir hacia su producción, para simplemente convertir su actividad – y sus resultados- en un medio de mera existencia física (y esto ya es bastante, lamentablemente). Aunque las formas de patronazgos y otros mecanismos de las épocas precapitalistas también resultaban alienantes para el artista, ya en el siglo XVIII y XIX esto se profundiza. En aquel tiempo, existían cierto grado de intereses, gustos, valores comunes, etc. compartidos entre el artista y su clientela; hoy, aquello que vincula al productor y al consumidor de arte es cada vez más los cálculos impersonales de diversos empresarios culturales. (Lunn, 1986)

Eugene Lunn, en su interpretación de K.Marx, adhiere a la idea de que el mejor arte desempeña una función del conocimiento que hace posible penetrar las “nubes ideológicas” que oscurecen las realidades sociales. Además de esto, al tener la capacidad de materializar esta relativa libertad por sobre el mero reflejo de la realidad, el arte podía generar un deseo de libertad que superara a una sociedad que se tornaba (¿o se torna?) cada vez más deshumanizada y alienante. Por ende, “todo arte tiene capacidad para crear una necesidad de disfrute y educación estéticos que la sociedad capitalista no puede satisfacer.” (Lunn, 1986: 27)

Sin dudas que las lecturas que Lunn hace de Marx nos generan muchas preguntas. ¿Qué tipo de arte podría generar estos “deseos  de libertad”? ¿Cualquier arte podría hacerlo? ¿Un arte alienado también? Tenemos en cuenta, de todos modos, que el “derrame cultural” posmoderno no pudo ser analizado por K.Marx, por ende, existe en sus palabras un poco de lo que se llamó “autonomía del arte”, propio de la época moderna (insistimos: no al margen de los condicionantes de la manera de producir). Sin embargo, sí creemos que el arte en general, y el arte político en particular, puede generar una serie de necesidades que sirven como “excusa emancipatoria” de aquellas realidades opresivas que genera el capitalismo multinacional.

Redondeamos este exposición retomando una intervención del pensador alemán, lectura “moderna” que, a nuestro entender, sigue recorriendo las calles de nuestras ciudades y los enripiados de nuestros pueblos:

Por una parte, han surgido fuerzas industriales y científicas jamás sospechadas     por época alguna de la historia humana anterior. Por la otra, hay algunos síntomas de declinación que superan ampliamente los horrores del Imperio Romano. En nuestra época, todo parece preñado con su contrario. La maquinaria dotada del poder maravilloso de acotar y fructificar el trabajo humano, mantiene en la inanición y el agotamiento al trabajador. Las fuentes nuevas de la riqueza se convierten en fuentes de escasez, como si operara un encantamiento extraño. Las victorias del arte parecen comprarse con la pérdida del carácter... Este antagonismo entre la industria y las ciencias modernas por una parte, la miseria y la disolución modernas por la otra; este antagonismo entre las potencias productivas y las relaciones sociales de nuestra época, es un hecho, algo palpable, aplastante.[5] [negrita nuestra]  

Bibliografía General

Berman, Marshall (1988); Todo lo sólido se desvanece en el aire, siglo XXI, Madrid.
Chingo, Juan; Crisis y contradicciones del capitalismo del “siglo XXI”. Disponible en web: http://pts.org.ar/spip.php?article8666. (12/09/10)
Dussel, Enrique (1992); 1492. El encubrimiento del otro, Nueva Utopía, Madrid.
Fernández, Estela (1999); Hegel y el apogeo de la razón moderna, mimeo. La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, mimeo. La crítica marxiana al capitalismo como fuente de alienación humana: desde los textos juveniles hasta la obra del pensador maduro, mimeo. (2000) Fredric Jameson: el posmodernismo como pauta cultural dominante del capitalismo tardío. Textos de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.
Fernandez Farias, Marcelo (2008), La situación actual del zapatismo. Un ejemplo latinoamericano de reivindicación étnica. Disponible en web: http://bdigital.uncu.edu.ar/fichas.php?idobjeto=2767. (12/09/10)
Follari, Roberto (1990); Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Rei, IDEAS y Aique; Buenos Aires.
Harvey, David (2008); La condición de la posmodernidad, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.
Hegel, G.W.F. (1977); Introducción a la Historia de la Filosofía, Aguilar, Buenos Aires. (Págs. 43-45 y 70-82)
Jameson, Fredric (1991); Ensayos sobre el posmodernismo, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires. 
Karl, Marx y Engels, Fredrich (2009); Sobre el arte, Claridad, Buenos Aires.
Lunn, Eugene (1986); Marxismo y Modernismo, Fondo de Cultura Económica, México.
Lyotard, J.F. (1995); “Introducción”, en La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Red Editorial Iberoamericana, Buenos Aires.
La Araña Galponera (2008), Librito de postales de La Araña Galponera, Colectivo Ediciones, Buenos Aires.
Pigna, Felipe (2010); 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Planeta, Buenos Aires.
Yarza, Claudia (2000); Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo.  Texto de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.



[1]    Fernandez, E.; La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, p. 7.
[2]    Declaraciones para el catálogo “Entornos, situaciones, espacios”, exposición de 1961, citadas en Rose, págs. 190-191, en Berman, M; op. cit., p.336.
[3]  En relación a una marcha popular que tuvo en su mismo sitial una pantalla gigante. Resulta evidente esa actitud en los espectadores de un partido de fútbol, en canchas que poseen estos inmensos dispositivos.
[4]    Benjamin, W.; “Iluminations”, N.York, 1969, p. 236; en Harvey, D.; op. cit., p.378.
[5]    Marx, Karl; “Speech at the Anniversary of the People's Paper”, en Marx-Engels Readers, p. 427; citado en Lunn, E.; op. cit., p.44.




viernes, 17 de febrero de 2012

Octava parte: Posmodernismo



… me gustaría caracterizar la experiencia posmodernista en la forma con que confío que resulte una frase paradójica: la de que “lo diferente se parece”.
Fredric Jameson

[aunque] el movimiento de 1968 [Chicago, París, Praga, México, Madrid, Tokio y Berlín]
resultó un fracaso, debe ser considerado, sin embargo,
 como el precursor político y cultural del surgimiento del posmodernismo.
David Harvey

  
Presentamos ahora al posmodernismo en tanto lógica cultural dominante del capitalismo tardío. Así lo muestra Eduardo Gruner y lo continúa Fredric Jameson:

El posmodernismo es, entre otras cosas, la recuperación (no siempre del todo conciente), por parte de la ideología dominante, del hecho de que se ha operado efectivamente, en el mundo, una metamorfosis –y la resonancia kafkiana del término no es desestimable- por la cual ni la esfera de la producción, ni las clases sociales, ni la praxis política, ni el orden simbólico en su conjunto, son ya lo que eran: una “puesta a punto” con respecto de lo cual, hay que decirlo con claridad, el reloj de la izquierda atrasa sensiblemente. (Jameson, 1991: 8) [Del prólogo de E.Gruner]
Los últimos años se han caracterizado por un milenarismo de signo inverso, en que las premoniciones catastróficas o redentoras del futuro han sido reemplazadas por la sensación del fin de esto o aquello (el fin de la ideología, del arte o las clases sociales; la “crisis” del leninismo, de la socialdemocracia o del estado de bienestar, etc.): tomados en conjunto, estos fenómenos quizá constituyan lo que cada vez más se ha dado en denominar posmodernismo. (Idem: 15)

D.Harvey echa mano del crítico literario Terry Eagleton para definir el término posmodernismo: “Existe quizás un cierto consenso según el cual el típico artefacto posmodernista es leve, auto-irónico y hasta esquizoide; y reacciona a la autonomía austera del alto modernismo adoptando de manera imprudente el lenguaje del comercio y de la mercancía. Su posición con respecto a la tradición cultural es la de un pastiche irreverente, y su artificial superficialidad socava toda solemnidad metafísica, en ocasiones mediante una estética brutal de suciedad y shock.” (Harvey, 2008: 23)  

Uno de los más renombrados exponentes de la posmodernidad será Jean Francois Lyotard. Él propone que el posmodernismo, como producción contemporánea o poscontemporanea que lleva un fuerte compromiso en lo vital y lo novedoso, sea entendido como una parte de una reafirmación del auténtico modernismo clásico. Cuando F.Jameson analiza a J.F.Lyotard dice que “el giro ingenioso de su propia propuesta implica la proposición de que algo llamado ‘posmodernismo’ no continúa al modernismo clásico propiamente dicho, como su producto de desecho más reciente, sino que lo precede y lo prepara, de manera que los posmodernismos contemporáneos que nos rodean pueden entenderse como la promesa del retorno y la reinvención, la reaparición triunfante de algún nuevo modernismo clásico dotado de su viejo poder y con sangre fresca.” (Jameson, 1991: 97)

Por otro lado, nuestro autor “sostiene que el proyecto moderno no ha sido abandonado ni olvidado, sino que ha sido ‘liquidado’: se ha destruido a sí mismo, pues la propia lógica de la dominación por parte del sujeto sobre los objetos producidos por las ciencias y las tecnologías contemporáneas no conduce a una mayor libertad, a un mayor acceso a la educación, a una mejor distribución de la riqueza, etc., sino a la dominación pura, que sólo reconoce al éxito como criterio de juicio.”[1] 

Al analizar el lenguaje, Lyotard llevará sus proposiciones hasta el punto de la dispersión. Aunque asume que el vínculo social está dado por lo lingüístico, inmediatamente plantea que ese vínculo “no está tejido con una sola hebra” y que puede encontrar un número indeterminado de “juegos del lenguaje”. No se establecerían combinaciones estables del lenguaje, antes bien, cada uno de nosotros viviría en la “intersección de muchos de ellos”. De esta manera, se puede concluir que el sujeto social no puede sino “disolverse” en este entramado del lenguaje plurifacético. (Harvey, 2008: 63-64). En el mismo sentido, la obra de Lyotard pone de manifiesto que los cambios en las transformaciones técnicas y sociales de la comunicación han generado una modificación en el modernismo. (Idem: 67-68)

F.Jameson nos da un pantallazo sobre la cultura cuando nos cuenta que “… los posmodernistas se sienten fascinados por el conjunto del panorama ‘degradado’ que conforma el shock y el kitsch, la cultura de los seriales de televisión y de Selecciones del Reader’s Digest, de la propaganda comercial y los moteles, de las películas de medianoche y los filmes de bajo nivel de Hollywood, de la llamada paraliteratura con sus categorías de literatura gótica o de amor, biografía popular, detectivesca, de ciencia ficción o de fantasía.” (Jameson, 1991: 17) En relación a las patologías culturales, nuestro autor afirma que puede observarse un desplazamiento en donde “la alienación del sujeto ha sido sustituida por la fragmentación del sujeto”; y en donde conceptos como la ansiedad y la alienación, la histeria y la neurosis de la época de Freud, las experiencias vinculadas a la soledad radical y la anomia ya nada tienen que ver con las grandes figuras al estilo de Warhol o Marilyn Monroe, los casos de autodestrucción de fines de la década del ’60 ni con las experiencias con las drogas y la esquizofrenia, fenómenos estos últimos relacionados con el posmodernismo.

Cuando este filósofo norteamericano propone nociones tales como “euforia” o “autoaniquilación”, lo hace para explicar que “estos términos traen inevitablemente a la memoria uno de los temas más de moda en la teoría contemporánea: el de la ‘muerte’ del propio sujeto –o dicho en otras palabras, el fin de la mónada, o el ego, o el individuo burgués autónomo- y el stress que acompaña a este fenómeno, sea como nueva moral o como descripción empírica, al producirse el descentramiento de este sujeto o de esta psiquis previamente centrada (De las dos posibles formulaciones de esta idea –la historicista, que plantea que un sujeto que estuvo una vez centrado, en el periodo del capitalismo clásico y de la familia nuclear, se ha disuelto hoy en el mundo de la burocracia organizativa; y la posición posestructuralista, más radical, que sugiere que tal sujeto nunca existió, sino como una especie de espejismo ideológico-, me inclino obviamente hacia la primera; de cualquier modo, la segunda debe tomar en consideración algo así como ‘la realidad de la apariencia’).” (Jameson, 1991: 31-32)

Al analizar, en el apartado anterior, las “dos modernidades” que se han posicionado frente a nosotros, entendemos a la primera de ellas como la “modernidad realmente existente” en tanto incluye su “mito moderno”. La segunda es, justamente, “la realidad de la apariencia”, el desarrollo de buena parte del mito que se vuelve realidad y se confunde con el resto de las cosas. Estas dos modernidades servirán también para definir a la posmodernidad y el posmodernismo. La “modernidad conquistadora” irá en la búsqueda de la “otra historia”, la parte negada y silenciada por la historia oficial, se dirigirá a los bajofondos en donde viven todos aquellos que quedaron sepultados bajo lo que hoy se denomina Pensamiento Único. La “modernidad ilustrada” podrá asumir características de la primera, pero será su recorrido uno de tipo ilustrado, razonable, ordenado y organizado –en buena medida- a partir del espíritu burgués. Su misma negación, a la cual adherimos en algún sentido, tendrá este mismo influjo. Vale el desafío para la construcción de un nuevo espíritu. (Y resulta necesario aclarar que nuestras dos modernidades no están separadas, como tampoco puede separarse a la modernidad de la posmodernidad, en su sentido general)

F.Jameson plantea que existe una pérdida del “pasado radical” en el marco del posmodernismo. Al analizar una novela histórica, él entiende que ésta ya no puede “rescatar” el pasado histórico, sino que sólo puede imprimir los estereotipos e ideas presentes en aquel pasado, generando lo que denomina “historia pop”. Por este motivo, la Historia siempre estaría fuera de nuestro alcance. Por otro lado, nuestro autor, en un apartado titulado “Collage y diferencia radical”, rescata que “…en las obras posmodernistas más interesantes se puede detectar una visión más positiva de las relaciones, que devuelve su tensión propia a la noción misma de diferencias. Este nuevo modo de relación mediante la diferencia puede ser en ciertas ocasiones un nuevo y original modo de pensar y percibir, plenamente logrado; más a menudo adopta la forma de un imperativo imposible; alcanzar esa nueva mutación en lo que quizás ya no se pueda llamar conciencia.” (Jameson, 1991: 55)

Esta misma apelación a la diferencia y la particularidad en el posmodernismo le da a esta lógica cultural dominante una doble situación paradojal (y aún de irresolución): en primer lugar, aquello que ha sido denominado como “la moda de la nostalgia” es esto de que “la diferencia se parece”; al asumir tantos estilos diversos de tantas épocas distintas, el posmodernismo termina asimilándose a “otros momentos” sin que, en definitiva, pueda lograr un “estilo propio” o, tal vez, teniendo como estilo lo similar a otras estéticas como una sumatoria in-diferenciada. Lo segundo tiene que ver con que, en la medida en que no se acepta la idea de una “periodización totalizante” en tanto se va por la lógica de la particularidad, se le hace muy difícil definir su propio “campo”, su propio espacio de acción sin caer en un proceso contradictorio permanente. Aún los conceptos “posmodernidad” y “posmodernismo” pueden ser, en sí mismos, contrarios a esta misma época y caracterización estética.

Sin embargo, es válido comprender que, en un sentido general, los particularismos posmodernistas han ampliado el “rango” de voces que pueden ser escuchadas. Por esto mismo, “Huyssens ataca en particular al imperialismo de una modernidad ilustrada que pretendía hablar en nombre de los otros (pueblos colonizados, negros y minorías, grupos religiosos, mujeres, la clase obrera) a través de una única voz. (…) La idea de que todos los grupos tienen derecho a hablar por sí mismos, con su propia voz, y que esa voz sea aceptada como auténtica y legítima, es esencial a la posición pluralista del posmodernismo.” (Harvey, 2008: 65) (Tal vez, la expresión más feliz de esta última oración sería “posmodernidad” más bien que “posmodernismo”).

Actualmente, gran parte del posmodernismo es anti-aurático y anti-vanguardista y trata de buscar respuestas en el ámbito cultural y mediático. Las nuevas tecnologías son, sin duda, uno de los insumos necesarios para saldar la brecha entre la cultura popular y la producción cultural. La no existencia de un impulso vanguardista y/o revolucionario al interior de las filas posmodernistas ha generado la sospecha (y la denuncia) sobre su vínculo con la comercialización y las imposiciones del mercado. En el mismo sentido y “en los últimos años, hemos asistido a la apropiación virtual del arte por los grandes intereses empresarios. Porque cualquiera que sea el papel que haya desempeñado el capital en el arte modernista, el fenómeno actual es nuevo, justamente por su extensión. Las corporaciones se han convertido, en todo sentido, en las grandes patrocinadoras del arte. Arman enormes colecciones. Realizan las exposiciones más importantes en los museos (…) compran y venden en cantidad, apostando al crecimiento de los valores de los jóvenes artistas.” (Idem: 80)

En lo referido a la economía, es interesante tener en cuenta lo que se ha denominado “economía con espejos” o “economía vudu”, que tuvo lugar entre 1960 y 1987 en EEUU. D.Harvey analiza brevemente este periodo, y, para esto, toma un aviso del Lloyds Bank (p.365) que incita a que el ciudadano ingrese en el mundo ficticio de la especulación financiera (para luego, como a fines de 2008, pueda “ocupar” las calles como un homeless más). Nosotros retomamos una expresión de este aviso que pone de manifiesto el nivel de instrumetalización de la época posmoderna y –de otro modo- esta preocupante chance de que Todo se vuelva mercancía: “Por esa época James y Helen se mudaron a la casa de al lado. A Maggie le pareció una buena idea invitarlos a comer. Fui de la misma opinión. Los dos trabajaban en la City, y quizá podría aprovechar sus conocimientos. Y aún me darían consejos para organizar un portfolio.” (Idem: 366)

Nuestro autor realiza una oposición entre “El modernismo fordista y el posmodernismo flexible”, “enfrentamiento” que no tiene desperdicios y que nos es útil para ir cerrando este breve rodeo filo económico: “La modernidad fordista no está muy lejos de ser homogénea. Tiene mucho de cristalización y permanencia relativas: capital fijo en la producción masiva, mercados estables, estandarizados y homogéneos, una configuración estable del poder y de la influencia de la economía política, autoridad y meta-teorías fácilmente identificables, un fundamento sólido en la materialidad y la racionalidad científico-técnica, y otros componentes parecidos. Pero todo esto se ordena en torno de un proyecto social y económico del Devenir, de crecimiento y transformación de las relaciones sociales, del arte y la originalidad auráticas, de la renovación y el vanguardismo. Por otra parte, la flexibilidad posmodernista está dominada por la ficción, la fantasía, lo inmaterial (en particular del dinero), el capital ficticio, las imágenes, la transitoriedad, el azar y la flexibilidad en las técnicas de producción, en los mercados laborales y en los nichos de consumo; sin embargo, encarna también un fuerte compromiso con el Ser y el lugar, una tendencia hacia la política carismática, una preocupación por la ontología y las instituciones estables favorecidas por el neoconservadurismo.” (Harvey, 2008: 371-373)

Ahora nos preguntamos: ¿Cómo y cuándo surgen las nociones de posmodernidad y posmodernismo?

¿Quién? - ¿Qué?
¿Qué dijo? - ¿Qué hizo?
Federico de Onís
Introdujo el término “posmodernismo” para describir un reflujo conservador dentro del propio modernismo.
Arnold Toynbee
Denominó “era post-moderna” a la época que se inició con la guerra franco-prusiana y su definición era esencialmente negativa. Esta categoría histórica (más que estética) fue publicada en su obra Estudio de la Historia en 1954.
Charles Orson (escritor)
Hablaba de un mundo “post-moderno” hacia 1951, aludiendo a una edad más allá de la época de los descubrimientos y de la revolución industrial. Por primera vez y en su poesía se encuentra una lectura positiva de lo posmoderno que unificaba innovación estética y revolución política.
C. Wright Mills e Irving Howe
Estos dos intelectuales de la izquierda neoyorkina, hacia finales de los ’50, utilizaron el término de manera negativa vinculándolo con una sociedad de ciega fluctuación y vacua conformidad.
Leslie Fiedler (crítico)
Celebró la aparición de una nueva sensibilidad entre las jóvenes generaciones de “América”. Eran “drop-outs” de la historia, mutantes culturales: base de una nueva literatura posmoderna.
Ihab Hassan
En la revista Journal of Postmodern Literature and Culture (1972), Hassan hablaba del posmodernismo como una nueva configuración que abarcaba artes visuales, la música, la tecnología y la sensibilidad en general. Aunque muchas de sus pautas fueron aceptadas, la limitación de este autor sería su incapacidad de verlo como un fenómeno social, más allá de lo estético.
En los ’80 Hassan llega a la conclusión de que la posmodernidad ha cambiado y se ha convertido en una “bufonada ecléctica”, “un refinado cosquilleo de nuestros placeres prestados”.
La arquitectura
Fue aquí en donde apareció su relación con los fenómenos sociales. A mediados de los ’70, la arquitectura “postmoderna” se proponía abandonar la monotonía planificada de las megaestructuras y adoptar el “vital desparramamiento urbano”.
Jean-Francois Lyotard
En el París de 1979, La condición posmoderna será la primera obra filosófica que hablará sobre la posmodernidad. Para este autor, la posmodernidad estaba vinculada al surgimiento de una sociedad posindustrial teorizada por D.Bell y Alain Touraine, en la que el conocimiento se había convertido en la principal fuerza económica de producción
Fuente: Cuadro elaborado por nosotros basado en: Yarza, Claudia. Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo. Apunte de cátedra de Problemática Filosófica, carrera de Sociología, 2000.

En el cuadro hemos omitido las referencias a F. Jameson porque, de alguna u otra manera, sus posiciones han sido parte de la columna vertebral de este trabajo. P.Anderson, de la forma en que C.Yarza lo utiliza, hace una reivindicación de Jameson (por sobre la propuesta de Lyotard y la de Habermas), dividiendo la conceptualización del filósofo norteamericano en cinco movimientos: I. La posmodernidad deja de ser una mera ruptura estética o un cambio epistemológico para convertirse en señal cultural de un nuevo estadio del modo de producción dominante, II. La “muerte del sujeto”, III. El “giro cultural”, IV. ¿Cuáles eran las bases sociales, cuál el patrón geopolítico de lo posmoderno? y V. Más allá del moralismo.

Planteado lo anterior, queremos cerrar este apartado haciendo una referencia sobre una cierta distinción que puede observarse entre una cultura modernista elitista y una cultura posmodernista popular. Por último (lo sospechado) es que puede entenderse a lo posmoderno como “el primer estilo global específicamente norteamericano”. Algunos párrafos de C.Yarza en su interpretación de P.Anderson y F.Jameson nos vendrán bien como explicación:

La cultura moderna era irremediablemente elitista: era producida por exiliados aislados, minorías hostiles y vanguardias intransigentes. Jameson afirma que la cultura posmoderna es, por contraste, mucho más vulgar. (…) La superación de las fronteras entre las bellas artes había sido un gesto habitual dentro de la tradición insumisa de las vanguardias. La disolución de los límites entre géneros “elevados” y “bajos” de la cultura en general (…) respondía a una lógica distinta. Su dirección fue inequívocamente populista desde el principio. En este aspecto, lo posmoderno ha estado marcado por unos nuevos patrones tanto de consumo como de producción (…) En cuanto a la calidad, cierto efecto nivelador era innegable: habían pasado los tiempos de las grandes firmas individuales y de las obras maestras del arte moderno. Eso reflejaba en parte una reacción, necesaria desde hacía mucho, ante unas normas de carisma que se habían vuelto anacrónicas, pero también expresaba una nueva relación con el mercado: el grado en que ésta era una cultura de acompañamiento, más que de antagonismo, al orden económico.
Jameson señala que lo posmoderno es hegemónico. “Como subrayaba Raymond Williams, todas las hegemonías han sido sistemas ‘dominantes’ más que totales. (…) Lo posmoderno es un sistema dominante de esta clase y nada más, pero eso es ya bastante vasto, puesto que esta hegemonía es –por primera vez- de alcance tendencialmente global; aunque no como puro denominador común de las sociedades capitalistas avanzadas, sino como proyección del poder de una de ellas. ‘Se podría decir que lo posmoderno es el primer estilo global específicamente norteamericano’.” (Yarza, 2000: 9)

Bibliografía General

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[1]    Fernandez, E.; La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, p. 9.
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