Por eso es necesario preguntarse si este
 momento argentino y latinoamericano que se desenvuelve alrededor de los
 principios de la libertad, la justicia y la dignidad de los pueblos 
está en riesgo. ¿Es diferente este momento a otros, ya superados, donde 
se puso a prueba lo que se estaba logrando? Esta pregunta habita en los 
que han tomado la decisión de colocar sus esfuerzos alrededor de los 
principios legítimos que animan estos gobiernos de la transformación.
No hay dubitación en nuestro apoyo, que 
se mantiene activo precisamente porque la pregunta por el riesgo, al 
hacerse, obtiene respuesta afirmativa. Si hay riesgo, que lo hay, hay 
redoble de la circunstancia solidaria con los gobiernos democráticos de 
la región. Por eso tomamos la palabra junto con nuestro pueblo, que 
busca, recuperando antiguas memorias y experiencias, atesorar en sus 
manos el destino colectivo, cuando pasa del uno aislado al múltiple, 
contradictorio y expresivo, diletante y combativo, crítico sin razón o 
con fundamento, que habita en el corazón de toda realidad. De ese pueblo
 somos parte. Este es el que ha decidido estar, en su mayoría, junto a 
nuestro gobierno, porque la historia marca su lugar.
Desde los ’70, cuando todo nuestro 
continente hervía en los pueblos movilizados por una historia diferente 
de la que labraron durante décadas la alianza entre las oligarquías 
locales, los grandes multimedios y los representantes de los intereses 
norteamericanos, la lucha dejó miles de muertos, cuya memoria destella 
como reclamo incesante por la justicia. En los ’90 el carnaval alegre 
del salvaje capitalismo festejó el triunfo de los poderosos y el de la 
miseria económica y moral de los pueblos. Aunque no es la historia esa 
mochila cargada con anécdotas y fechas, actos heroicos y traiciones, 
frases célebres y olvidadas, nombres de hombres que figuran con los 
datos del vencedor y del vencido. Hay una historia que se repite y 
vuelve a lo mismo. Pero hay otra, la que nos muestra lo que se repite en
 la historia cuando esta repetición proviene del futuro, y conservando 
lo más innovador, el acontecimiento del pasado, introduce una diferencia
 que resitúa ese acontecimiento, le da dimensión y sustancia, lo 
convierte en poder para realizar esas transformaciones que se pusieron 
en juego y fueron derrotadas.
No es una cuestión casual, aunque admite
 porciones importantes de anomalías en lo que nunca es el trazado lineal
 de una historia. Algunos, como Néstor Kirchner, pusieron en juego la 
capacidad de captar el momento y hacer lo necesario para la reparación 
del olvido que había caído sobre el pueblo, para recuperar la política 
como arma de transformación. No haremos el recuento de lo logrado y que 
se continúa, sin duda, en lo que Cristina Fernández produce en medio de 
las inclemencias de la hora y que es la continuidad histórica de una 
posición, de una decisión que transforma las luchas de los ’70 en un 
accionar sin tregua por la igualdad, la justicia social y económica de 
este tiempo, convirtiendo las heredadas utopías en el poemario laico y 
complejo de la acción popular. La entrada de cientos de miles de jóvenes
 a la política anticipa el rostro del futuro, porque sin una 
movilización masiva, en los momentos necesarios, queda sin soporte un 
proyecto que busca aún su tono, sus palabras justas, en medio de 
decisiones que tomadas siempre en tiempo de urgencia han cambiado la 
manera y la intensidad de la discusión política en el país.
Si hablamos de riesgo sin mordaza 
alguna, sin ningún condicionamiento a nuestro apoyo irrestricto a este 
proyecto popular, es porque el bloque del poder tradicional puede 
aparecer como vencido, pero simplemente posterga, hasta encontrar el 
momento adecuado para golpear sobre estas jóvenes democracias populares.
 En nuestro país lo intentaron con la Resolución 125, y no pudieron. 
Pero han logrado voltear, utilizando los recursos cínicos del 
republicanismo constitucional y en nombre del rescate de la propia 
democracia de las manos de sus supuestos pervertidores, la incipiente 
democracia paraguaya e instalaron, nuevamente, en Bolivia, la idea de un
 golpe contra el presidente Morales. Como si de una recurrente pesadilla
 se tratase, la instalación en Mariscal Estigarribia, Paraguay, de la 
base militar de los EE.UU., con 1500 marines con inmunidad diplomática y
 un aeropuerto donde pueden aterrizar sus gigantescos aviones, recuerdan
 la evidente injerencia norteamericana en tramos aciagos de una historia
 no tan lejana que reclama de nosotros, y de nuestros gobiernos, el 
estado de alerta y denuncia que garantice la continuidad de los 
proyectos democráticos populares.
Pero sabemos que este escenario no es 
todo. Hay debates que nos corresponden a nosotros, como argentinos. La 
potencia imperial es previa a sus representantes, a las alianzas 
históricas con ese sector que representa lo inmóvil de la historia y más
 aún, el lánguido reclamo de retroceso de lo tanto que se ha logrado en 
la Argentina en estos años de gobierno popular. Ese sector nunca se dará
 por vencido. En la defensa de sus intereses, que radica 
fundamentalmente en sus tasas de ganancias. Por esto, es necesario 
afirmar, continuar, debatir, la lógica y hasta diríamos la epistemología
 que haga imposible ese retroceso del país, respecto del avance 
formidable de estos últimos años, con la única arma posible: 
profundizar, corregir, proponer, movilizar.
Por otra parte, los pueblos y los 
gobiernos de Suramérica son navíos en la tormenta que asumen la 
responsabilidad de rediseñar las magnas normas para que coincidan con 
los procesos de transformación que suceden en varios países de la región
 viabilizando, en algunas de esas experiencias populares, la eventual 
continuidad democrática de liderazgos cuando estos aparecen como 
condición de esta inédita etapa regional. Ello configura un “momento 
constitucional”, apropiado para ligar las transformaciones en curso y el
 andamiaje legal. No se trata de imponer normas, sectorizar gobiernos, 
arbitrar en causa propia en cuestiones de grave significación 
institucional, sino de pensar en forma completa el decurso de una 
historia. Si las formas más relevantes de los cambios deben ser 
protegidas, un armazón novedoso de normas debe legislar a una escala 
constitucional admisible y nueva las relaciones entre el Estado y la 
sociedad, entre la producción y el consumo, entre la economía y la 
política, entre la república y la nación, entre los derechos 
particulares y los derechos sociales.
Es posible que no se resista a utilizar 
la fácil calificación de nombrar el fenómeno como “constituciones de 
última generación” por la obviedad imperiosa de aparecer como nuevas, 
pero conviene descubrir y destacar que lo que las distingue es tanto el 
proceso que las genera como las definiciones con que rediseñan a las 
naciones. No se trata del antiguo constitucionalismo que lanzaba sus 
dictámenes luego del crepúsculo, luego de que las guerras terminaran y 
permitieran que “el búho de Minerva alzara vuelo”, sino que ahora el 
propio saber constitucional es parte de las acciones políticas reales. 
El proceso que aquí se desea es envolvente, popular, participativo, no 
se reduce a la mera emisión de un voto eligiendo a los que en la 
situación serían los constituyentes. El mandato se cuece en un intenso 
debate democrático y masivo, en algún caso entremezclado con 
innovaciones más sensibles de las formas de representación.
Un nuevo cuerpo normativo, realizado y 
sostenido por un sujeto constituyente popular, debe establecer una 
barrera antineoliberal, en el reconocimiento de la multiculturalidad, la
 reconstrucción de la geometría del Estado, la inclusión de nuevas 
formas de propiedad, el dominio nacional-estatal de los recursos 
naturales, la protección del ambiente humano y natural, el 
reconocimiento de la salud como derecho y la responsabilidad del Estado 
para ofrecer respuestas integrales a la necesidad de salud de las 
poblaciones con eje en servicios públicos, el respeto a la 
heterogeneidad lingüística del territorio nacional, las relacionales 
colaborativas entre sociedad y Estado: en suma, el reconocimiento de 
áreas que requieren un gran debate imprescindible.
¿Cómo no reconocer que Argentina 
necesita una nueva Constitución? El proceso de transformación en curso 
que en nuestro país reconfigura la nación es parte del fenómeno que 
recorre Suramérica. Y este fenómeno, sea que atraviese momentos de 
bonanza como de riesgo, merece una altura constitucional diferente. Esta
 es nuestra convicción y nuestro compromiso.
(Las negritas nos corresponden a nosotros como autores del blog)