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martes, 19 de marzo de 2013

FORTUNATO MALLIMACI, SOCIOLOGO ESPECIALISTA EN RELIGION: “Ser humilde y austero no alcanza”


Afirma que los gestos de austeridad son “un buen signo”, pero no un programa de gobierno. Analiza los posibles cambios en la relación entre el Gobierno, el Vaticano y la Iglesia argentina. Los escándalos sexuales. La última dictadura.

Por Diego Martínez
 
El programa de Francisco será conservador porque quienes lo eligieron son conservadores o ultras. La estructura del Vaticano le da amplio poder político, pero no garantiza el reconocimiento religioso de los creyentes. La mayor preocupación de la Iglesia Católica es el descenso de religiosos y fieles. Los gestos de austeridad del Papa no dicen nada sobre cuál será su política ante los grandes dilemas de la Iglesia Católica. La presencia simbólica de tener un papa argentino tiene un peso desconocido. ¿Qué tan autónomos serán los partidos políticos ante una presencia más fuerte de la Iglesia Católica? ¿Qué personalidad se impondrá cuando el Papa visite el país? ¿El líder opositor Jorge Mario Bergoglio o el líder religioso Francisco? Reflexiones e interrogantes pertenecen al sociólogo Fortunato Mallimaci, investigador del Conicet y profesor del seminario Sociedad y religión en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Amigo personal de Orlando Yorio, Mallimaci no tiene dudas sobre la complicidad de Bergoglio en las detenciones de Yorio y Francisco Jalics.

–Pasadas las dictaduras y los gobiernos neoliberales, ¿qué significa la elección de un papa argentino justo cuando América latina protagoniza procesos de transformación con amplia legitimidad de sus gobiernos?

–Significa que la Iglesia Católica ha decidido asignarle a América latina prioridad, sobre todo de presencia religiosa que permita dinamizar el catolicismo, dado que en el mundo católico latinoamericano es donde más ha disminuido la cantidad de fieles. Pensarlo sólo en clave política no alcanza. Innegablemente influye, pero la principal preocupación de la Iglesia Católica es el descenso de sacerdotes, religiosos y creyentes en un mercado de bienes religiosos diversificado, en el cual los creyentes no encuentran qué posturas tener. A su vez, en América latina ese catolicismo se ha pensado muy cercano al Estado y a los grupos dominantes. Ese vínculo es más fuerte que en Europa o Estados Unidos y queda en evidencia ante las denuncias de abuso sexual, que en América latina casi no tienen repercusión. Aquí tienen más impunidad, como se vio ante la condena del padre Julio Grassi.

–¿Minimiza la influencia que pueda tener el nuevo papa en los procesos políticos de Sudamérica?

–Creo que los papas, por una larga tradición romana, actúan en consonancia con las iglesias locales y las nunciaturas. Cuando un papa visita México consulta a la Iglesia mexicana. Si visita Cuba y le dicen “no escuche a los de Miami”, el Papa lo hace. Es una política que tiene su lógica y que empieza con Juan Pablo II, ya que antes apenas se movían de Italia. Juan Pablo II tuvo una política de movilizar a las bases para tratar de renovar y aggiornar ese catolicismo emotivo que había en nuestros países a partir del contacto directo. Pero todos los estudios mostraron que la mayoría de la gente que participaba de esas movilizaciones disfrutaba del Papa, pero no tenía idea de su mensaje. Si el Papa fuera a Brasil apoyaría a la Iglesia brasileña, que tanto con Lula como con Dilma tiene vínculos estables. También en México, donde el PRI ha dejado de lado su anticlericalismo de otra época y tiene una postura de acercamiento a Roma. En Cuba no tendría ningún problema, acaba de ir Benedicto XVI. Si va a Venezuela sería interesante, porque la Iglesia Católica venezolana está muy ligada a las fuerzas políticas de oposición. Debería pensar bien si va a sumarse a esa perspectiva o a buscar una presencia masiva aprovechando que hay una sensibilidad popular católica fuerte que se vio con la muerte de Chávez. En Ecuador no habría problema, Correa tiene vínculos históricos con sectores de la Iglesia. En Perú habría que ver qué posición toma, es muy fuerte la presencia del cardenal Cipriani, del Opus Dei, y hay grandes conflictos internos. En Bolivia sería problemático porque la Iglesia no tiene buena relación con el Estado. En Uruguay históricamente hay mayor autonomía. En Chile no tendría problema.

–¿Y en la Argentina?

–En Argentina mis dudas son mayores. No hay experiencia histórica de un papa latinoamericano, con todo lo rico que significa que se descentre la mirada del Vaticano. Habría que ver la experiencia histórica de Bergoglio, con contactos fluidos con líderes opositores y una mirada muy crítica hacia el Gobierno. Ha aparecido más como referente político de oposición que como líder religioso. La venida como Papa tal vez lo lleve más a ser referente religioso para evitar ser utilizado políticamente.

–¿Cambiará de perfil?

–Habrá que ver si viene Bergoglio o Francisco. Ahí lo pensará muchísimo porque tendrá todas las miradas encima, de Argentina y de América latina. Esto vale también para la oposición, que lo va a querer como referente, y para el Gobierno, que tendrá que ver qué hace ahora, cuando Bergoglio se transforma en un referente mundial. El Gobierno deberá reflexionar más sobre su vínculo con Roma y con la Iglesia local, que se va a transformar en una correa de transmisión muy fuerte del propio Papa, quien ahora designará nuevos obispos y puestos claves del episcopado.

–La sociedad y el Estado argentinos avanzaron en la última década en la conquista de derechos, como el matrimonio igualitario, pese a la oposición de la Iglesia Católica con Bergoglio a la cabeza. ¿Qué nos espera ahora?

–A ese nivel me parece que no va a haber grandes cambios. Tendrá que aceptar las leyes y propuestas que tienen amplio consenso en la democracia argentina. Hay aborto en Italia, Francia, Alemania, había en Polonia, y esto no supuso que ni que Juan Pablo II ni que Benedicto XVI intentaran cambiarlo. Intentan disminuirlo, tratan de que las leyes se cumplan lo menos posible, que los católicos no lo practiquen. Son iglesias acostumbradas a la separación del Estado. Habrá que ver si Francisco se nutre de la experiencia de autonomía de estas iglesias o quiere retomar una postura fuerte como en América latina, de politizar lo religioso y catolizar lo político.

–De volver a tener la influencia del siglo pasado...

–Sí, lo que fue durante las dictaduras, que en muchos países incluían a vastos sectores políticos, religiosos, económicos y mediáticos. No es un tema de oficialismo u oposición, seamos claros: la política en América latina no se piensa autónomamente de lo religioso, se piensa cómo cada uno hace suya una parte de lo religioso, en especial con la Iglesia Católica. La pregunta es cuál va a ser la autonomía de los partidos respecto a una presencia mucho más fuerte de la Iglesia. Va a depender tanto de los actores políticos como del papado. Cada uno deberá pensar en una sociedad que se manifiesta en un 75 por ciento católica pero donde pesa fuertemente el cuentapropismo religioso que toma distancia de clérigos, preceptos y dogmas aunque sienta a ese catolicismo como identidad o cultura nacional. Descubrir los hilos de todo esto va a exigir a los partidos y al propio Estado mucha fineza en el análisis, porque la presencia simbólica de tener un papa argentino tiene un peso que no conocemos. Tanto para Francisco como para la Iglesia Católica argentina como para la sociedad política, mediática y económica es todo un desafío.

–Bergoglio decidió ser Francisco por un santo que se caracterizó por su espíritu de pobreza y desprendimiento. ¿Le alcanzarán el nombre y los gestos de austeridad para revertir la imagen de la Iglesia?

–Los gestos y los símbolos son importantes en sociedades mediáticas, pero no definen una política de gobierno, no alcanzan. Es valorable ser sencillo, humilde y austero. En un mundo globalizado donde los focos sobre la institución están puestos en los escándalos es un buen signo. Pero no alcanza, no es un programa de gobierno, no es un programa teológico pastoral. El programa será conservador, es innegable, porque la enorme mayoría o la totalidad de quienes lo eligieron son conservadores o ultraconservadores. Habrá que ver cómo se mueve ahí adentro.

–El sociólogo Juan Cruz Esquivel pronosticaba que una de las prioridades de Bergoglio será ordenar la curia romana. ¿Qué significa?

–Estoy de acuerdo. Se refiere a los escándalos del Vaticano de los últimos años. En realidad son de larga data, el cambio se da a partir de la sociedad mediática globalizada, que hace que estos hechos repercutan mundialmente. Los escándalos de la curia producen una pérdida de autoridad de obispos y cardenales. Los fieles los escuchan cada vez menos. Antes, los escándalos no llegaban a inquietar la base social de la Iglesia, hoy inquietan al conjunto de la feligresía católica. Otro problema es la propia estructura del Estado vaticano. ¿Esa estructura creada hace 150 años favorece las expectativas de creyentes y especialistas? ¿O implica una lógica más política que religiosa con los 177 Estados que tienen relación con el Vaticano? Ahí hay una tensión que es histórica, pero que en este momento se hace muchísimo más fuerte entre la Iglesia local y el nuncio que decide en vinculación directa con el Papa. En Argentina no va a suceder porque el Papa va a decidir más que el nuncio, pero en otras iglesias es todo un tema. En la medida en que los Estados y las sociedades políticas busquen lo sagrado para compensar sus pérdidas, la estructura católica internacional es una de las más preparadas para dar respuestas, pero esa estructura necesita muchísima gente y dinero, necesita que la informen, necesita relaciones con políticos, por eso lo de Vatileaks. Eso da un amplio poder político, pero no da el reconocimiento religioso de los creyentes. Ya veremos qué se hace en este sentido, pero deben pensar qué curia se necesita para que los creyentes tengan más participación y no sólo sean tenidos en cuenta los Estados y la sociedad política. No es decisión sólo de Francisco, hay que ver cómo analizan y deciden los distintos grupos de poder que existen en la Iglesia.

–Bergoglio no excomulgó al pedófilo condenado Julio Grassi. ¿Enfrentará el problema de los curas pedófilos?

–Lo va a tener que enfrentar porque no es una decisión individual: iglesias poderosísimas de Estados Unidos y Europa decidieron enfrentarlo, por problemas éticos, de credibilidad y en el caso de Estados Unidos financieros, por el costo de los juicios. En Argentina la Conferencia Episcopal no se pronunció ante las condenas de Grassi ni del obispo Edgardo Storni ni de Christian Von Wernich, que siguen perteneciendo a la institución. En los últimos tiempos, en las iglesias del norte, han sido puestos a disposición de la Justicia y suspendidos. Hay que reconocer que la postura de Benedicto XVI ha sido más inflexible. Esas denuncias son más factibles en sociedades acostumbradas a denunciar estos casos que en las nuestras donde, por ser patriarcales, machistas, con poca valoración de las víctimas, no sólo no denuncia la Iglesia sino tampoco organizaciones políticas, económicas, culturales o mediáticas. Y cuando se denuncia, la mayoría de las veces son encarpetadas por instituciones estatales o por la Justicia.

–Bergoglio intentó sin éxito unificar a la oposición contra el gobierno argentino, que es parte del proceso de cambios que atraviesa la región. ¿La asunción como papa permite pensar que dejará en un segundo plano el frente interno o, al contrario, que la respaldará con más fuerza?

–Pienso que los problemas que tiene con los escándalos, la curia, las transformaciones que debe hacer, lo van a ocupar de manera primordial. De cómo solucione esos problemas dependerá en gran medida cuánto tiempo dedique a temas de la Argentina. También va a depender de quién sea el próximo cardenal de Buenos Aires, que será su decisión y dará indicios sobre el rumbo. Pero supongo que le va a llevar un tiempo bastante importante en tratar de ordenar los escándalos de la propia curia.


Tomado de aquí.

 

lunes, 18 de marzo de 2013

Maduro: "Están detrás de un plan para asesinar a Capriles"


El presidente encargado de Venezuela y candidato del chavismo para las elecciones del 14 de abril, Nicolás Maduro, hizo un llamado al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para alertarlo sobre "funcionarios del Pentágono y de la CIA", junto a los exembajadores Roger Noriega y Otto Reich, cuentan con planes para "asesinar al candidato presidencial de la derecha venezolana". Maduro aseguró que tiene "información de muy buena fuente" de que estos planes tienen por objetivo "echarle la culpa al Gobierno bolivariano y crear un caos en Venezuela".

"Nosotros vamos a garantizar, y así lo hemos ordenado y así se está haciendo, toda la protección para todos los candidatos presidenciales, particularmente a este", reiteró Maduro al indicar que "hay sectores de la derecha venezolana involucrados en estos planes".

Por otra parte, Maduro indicó que esta semana su Gobierno va a condecorar a los dos "dignos" diplomáticos venezolanos que EE.UU. expulsó después de que Venezuela declarara el pasado día 5 persona non grata a dos miembros de la agregaduría militar estadounidense en el país.

"Ellos son representación de la voz digna de Venezuela, jamás fueron a EE.UU. a conspirar, jamás buscaron a ningún militar del Pentágono para decirle que tenía que derrocar al presidente Obama", apuntó.

El Gobierno de EE.UU. decidió el lunes pasado expulsar del país a Orlando Montañéz Olivares, segundo secretario de la embajada de Venezuela en Washington, y Víctor Camacaro Mata, funcionario del consulado de Nueva York, en respuesta a la decisión venezolana de expulsar a dos diplomáticos estadounidenses.

Maduro ya había denunciado dos días después planes "de la ultraderecha" estadounidense vinculados al grupo de Noriega, exembajador de EEUU ante la OEA, y Reich, exembajador norteamericano en Venezuela, para atentar contra Capriles.

Además, el pasado 5 de marzo, horas antes de anunciar la muerte del presidente Chávez, el Gobierno venezolano acusó a los funcionarios David Delmonaco y David Kostale de "proponer proyectos desestabilizadores" a militares venezolanos, algo que el Departamento de Estado de EE.UU. y el Pentágono han negado rotundamente.

Tomado de aquí.

 

domingo, 17 de marzo de 2013

JP Feinmann y Horacio González: diálogos con la muerte







Por Juan Ciucci l 

Dos amigos se reúnen a recordar su pasado, que es decir el de la Argentina de los últimos 60 años. Pero también el del pasado político e intelectual que formó esas vidas, y que aun necesitamos pensar para analizar nuestro presente. Encuentros que ambos reconocen han servido para profundizar esa amistad, y en los que han salido a la luz, también, sus propios desencuentros.
José Pablo Feinmann y Horacio González se permiten divagar en reflexiones que pueden llevarlos del barrio y la primer infancia, hasta el poder y la muerte. Sin dudas el gran articulador será el peronismo, ese sustrato vital que guió sus obras y los forjó en la militancia. Lectores profundos de Perón, partícipes de la juventud maravillosa, críticos del peronismo neoliberal, actuales interpelados kirchneristas; sus reflexiones del gran movimiento histórico se tornan fundamentales y cobran, merced a las lógicas del diálogo, la vitalidad del contrapunto que les permite ahondar en viejas tesis sin temor a refutarlas. Sus interrogantes respecto al peronismo nos posibilitan ampliar el marco de discusiones que hoy llevamos adelante, les permite salirse de sus reiteraciones y balbucear nuevas líneas de análisis.

Pero es también una presencia fundante de este encentro la muerte: la de los amigos, la de un país diezmado por el Terrorismo de Estado, la propia. Ausencias que retornan al rememorar los años de la militancia, de la juventud que recupera el brillo inusitado del recuerdo. ¿Acaso su generación podrá recordar algo sin sentir de cerca la muerte? ¿Lo puede alguna?

Aun son sus voces las de los sobrevivientes, los exiliados, los derrotados. Y ya mayores, rememoran además los muertos recientes: los Viñas, los Rozitchner, los Fogwill, los Casullo. Se saben una especie en extinción, un modelo de intelectual que nos va dejando en una sociedad en la cual cuesta encontrar a aquellos que vendrían a retomar su legado. O tan siquiera a exhumarlo para vivificar uno nuevo.

Esa presencia de la muerte torna sombríos los pasajes de análisis del presente, demasiado atado a viejas concepciones políticas de la violencia y la derrota. El temor se hace presente, en esta actualidad de pujas y de falencias. ¿Cuánto arriesgar en la lucha por una Patria justa, libre y soberana? Las reflexiones en torno a nuestras condiciones objetivas tienen tintes de desesperanza, de fuerzas inmensas que no permitirán mayores avances que los ya realizados. Aquí es cuando el dialogo de Feinmann y González se vuelve conocido, remanido. Su cercanía ideológica les impide que el espíritu del debate se apodere de la charla, que los necesarios contrapuntos los obliguen a indagar más allá de las posibilidades del presente. Un cierto aire de conformismo sobrevuela las lecturas del combate que significan estos años kirchneristas, que desentona con sus lecturas del pasado y su accionar militante. Esas muertes condicionan las luchas futuras, claro está, pero no debemos permitir que las inmovilicen.

Estos encuentros que se han convertido en libro, nos sirven para adentrarnos en la vida y el pensamiento de dos de los intelectuales más prolíficos e importantes de los últimos 30 años en Argentina. Con una profundidad que sólo el libro nos permite, alejado de las rutinas televisivas y la necesidad del impacto mediático. En tiempos en que algunos gritan eufóricos ante la necesidad de diálogo, es un camino posible. Nos lleva a desear otros cruces, de otros nombres no tan cercanos, para entablar los debates que nos resultan hoy imprescindibles.

Tomado de aquí.


 


FRANCISCO SE DESPRENDE DE JORGE MARIO BERGOGLIO: Cambio de piel


La primera conferencia de prensa del vocero del papa Francisco fue para desprenderse de Jorge Mario Bergoglio, acusado por la entrega de dos sacerdotes a la ESMA. Como los testimonios y los documentos son incontestables, el camino elegido fue desacreditar a quien los difundió, señalando a este diario como izquierdista. Las tradiciones se conservan: es lo mismo que Bergoglio dijo de Jalics y Yorio ante quienes los secuestraron.

Por Horacio Verbitsky

En su primer encuentro con la prensa luego de la elección del jesuita Jorge Mario Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana, su vocero también jesuita Federico Lombardi descartó como viejas calumnias de la izquierda anticlerical, difundidas por un diario caracterizado por las campañas difamatorias, las alegaciones sobre el desempeño del ex provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura argentina y sobre todo, el papel que desempeñó en la desaparición de dos sacerdotes que dependían de él, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Al mismo tiempo, medios y políticos argentinos de oposición incluyeron la nota “Un ersatz”, publicada aquí al día siguiente de la elección papal, entre las reacciones del kirchnerismo por la entronización de Bergoglio. También un sector del oficialismo prefirió aclamarlo como “Argentino y peronista” (la misma consigna con que cada septiembre se recuerda a José Rucci) y negar los hechos incontestables.

La reconciliación

Desde Alemania, donde Jalics vive retirado en un monasterio, el provincial jesuita germano dijo que el sacerdote se había reconciliado con Bergoglio. En cambio el anciano Jalics, hoy de 85 años, aclaró que se sentía reconciliado con “aquellos acontecimientos, que para mí son asunto terminado”. Pero aún así reiteró que no haría comentarios sobre la actuación de Bergoglio en el caso. La reconciliación, para los católicos, es un sacramento. En palabras de uno de los mayores teólogos argentinos, Carmelo Giaquinta, consiste en “perdonar de corazón al prójimo por las ofensas recibidas” 1, con lo cual sólo indica que Jalics ya perdonó el mal que le hicieron. Esto dice más de él que de Bergoglio. Jalics no niega los hechos, que narró en su libro Ejercicios de meditación, de 1994: “Mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria. Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y treinta documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”. En otra parte del libro agrega que esa persona hizo “creíble la calumnia valiéndose de su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Poco antes yo le había manifestado a dicha persona que estaba jugando con nuestras vidas. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura con sus declaraciones”.

En una carta que escribió en Roma en noviembre de 1977, dirigida al asistente general de la Compañía de Jesús, padre Moura, Orlando Yorio cuenta lo mismo, pero reemplazando “una persona” por Jorge Mario Bergoglio. Nueve años antes que el libro de Mignone y 17 años antes que el de Jalics, Yorio cuenta que Jalics habló dos veces con el provincial, quien “se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a adelantarse a hablar con gente de las Fuerzas Armadas para testimoniar nuestra inocencia”. También menciona las críticas que circulaban en la Compañía de Jesús en contra de él y de Jalics: “Hacer oraciones extrañas, convivir con mujeres, herejías, compromiso con la guerrilla”. Jalics también cuenta en su libro que en 1980 quemó aquellos documentos probatorios de lo que llama “el delito” de sus perseguidores. Hasta entonces los había conservado con la secreta intención de utilizarlos. “Desde entonces me siento verdaderamente libre y puedo decir que he perdonado de todo corazón.” En 1990, durante una de sus visitas al país, Jalics se reunió en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760, con Emilio Fermín Mignone y su mujer, Angélica Sosa. Les dijo que “Bergoglio se opuso a que una vez puesto en libertad permaneciera en la Argentina y habló con todos los obispos para que no lo aceptaran en sus diócesis en caso que se retirara de la Compañía de Jesús”. Todo esto no lo dice Página/12, sino Orlando Yorio y Francisco Jalics. ¿Quién quiere destruir la Iglesia, entonces? Cada tomo de mi Historia Política de la Iglesia en la Argentina incluye una advertencia: “Estas páginas no contienen juicios de valor sobre el dogma ni el culto de la Iglesia Católica Apostólica Romana sino un análisis de su comportamiento en la Argentina entre 1976 y 1983 como ‘realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo concreto’, según los términos de su propia Conferencia Episcopal. En cambio, su ‘realidad teológica de misterio’ 2 sólo corresponde a los creyentes, que merecen todo mi respeto”.

En defensa de la tradición

La calificación de este diario por el vocero de Bergoglio como de izquierda anticlerical revela la continuidad de arraigadas tradiciones. Es lo mismo que el ahora pontífice hizo hace 37 años con sus sacerdotes, aunque entonces implicaba un grave peligro. Las acusaciones contra Bergoglio fueron formuladas por primera vez antes de que existiera Página/12. Su autor fue Mignone, director del órgano oficial de la Acción Católica, Antorcha, fundador de la Unión Federal Demócrata Cristiana y viceministro de Educación en la provincia de Buenos Aires y en la Nación. Ninguno de esos cargos podía alcanzarse sin la bendición episcopal. En su libro Iglesia y dictadura, de 1986, Mignone escribió que los militares limpiaron “el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”. El vicepresidente de la Conferencia Episcopal, Vicente Zazpe, le reveló que poco después del golpe la Iglesia acordó con la Junta Militar que antes de detener a un sacerdote las Fuerzas Armadas avisarían al obispo respectivo. Mignone escribió que “en algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos” y que la Armada interpretó el retiro de las licencias a Yorio y Jalics y las “manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder”. Para Mignone, Bergoglio es uno de los “pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”.

Dos décadas después encontré por azar las pruebas documentales que Mignone no conoció y que confirman su enfoque del caso. Que Bergoglio haya ayudado a otros perseguidos no es una contradicción: lo mismo hicieron Pío Laghi e incluso Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín.

Cronos

En estas páginas se profundizó el caso cuatro años antes de que el kirchnerismo llegara al gobierno. La primera nota, publicada en abril de 1999, “Con el mazo dando”, decía que el flamante Arzobispo porteño “según la fuente que se consulte es el hombre más generoso e inteligente que alguna haya vez haya dicho misa en la Argentina o un maquiavélico felón que traicionó a sus hermanos en aras de una insaciable ambición de poder. Tal vez la explicación resida en que Bergoglio reúne en sí dos rasgos que no siempre van juntos: es un conservador extremo en materias dogmáticas y posee una manifiesta inquietud social. En ambos aspectos se parece a quien lo designó al frente de la principal diócesis del país, el papa Karol Wojtyla”. El concepto es el mismo que expresé el jueves cuando la fumarola blanquiceleste conmovió a todas las hinchadas, de La Quiaca a Tierra del Fuego. Aquella nota contraponía la versión de Mignone con la de Alicia Oliveira, abogada del CELS y amiga de Bergoglio, cuya hermana trabajaba en la villa de Flores junto con la hija de Mignone y con los dos curas. “Les dijo que tenían que levantarse y no le hicieron caso. Cuando los secuestraron, Jorge averiguó que los tenía la Armada y fue a hablar con Massera, a quien le dijo que si no pone en libertad a los sacerdotes, yo como Provincial voy a denunciar lo que pasó. Al día siguiente aparecieron en libertad.” También incluía la refutación de un sacerdote de la Compañía de Jesús: “La Marina no se metía con nadie de la Iglesia que no molestara a la Iglesia. La Compañía no tuvo un papel profético y de denuncia, a diferencia de los palotinos o los pasionistas, porque Bergoglio tenía vinculación con Massera. No son sólo los casos de Yorio, Jalics y Mónica Mignone, de cuyo secuestro la Compañía nunca formuló la denuncia pública. Otros dos curas, Luis Dourrón, que luego dejó los hábitos, y Enrique Rastellini, también actuaban en el Bajo Flores. Bergoglio les pidió que se fueran de allí y cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía más, y con ese guiño los secuestraron”. Ese sacerdote, que murió hace seis años, era Juan Luis Moyano Walker, quien había sido íntimo amigo de Bergoglio. A raíz de la nota, Bergoglio me ofreció su propia versión de los hechos, en la que aparecía como un superhéroe. Tanto él como Jalics, a quien llamé por teléfono a su retiro alemán, me pidieron que atribuyera sus declaraciones a un sacerdote muy próximo a cada uno de ellos. Bergoglio dijo que vio dos veces a Videla y otras dos a Massera. En la primera reunión con cada uno, ambos le dijeron que no sabían qué había ocurrido y que iban a averiguar. “En la segunda reunión, Massera estaba fastidiado con ese jovencito de 37 años que se atrevía a insistir.” Según Bergoglio, tuvieron este diálogo:

“–Ya le dije a Tortolo lo que sabía –dijo Massera.

–A monseñor Tortolo –corrigió Bergoglio.

–Mire Bergoglio... –comenzó Massera, molesto por la corrección.

–Mire Massera...–le respondió en el mismo tono Bergoglio, antes de reiterarle que sabía dónde estaban los sacerdotes y reclamarle por su libertad”.

Me limité a transcribir lo que Bergoglio dijo, con la atribución que me pidió. Pero hasta hoy no me parece verosímil ese diálogo con uno de los gobernantes más poderosos y más crueles, que lo hubiera hecho desaparecer sin ningún escrúpulo. Ambos tenían en común la relación con Guardia de Hierro, el grupo de la derecha peronista en el que Bergoglio militó en su juventud y al que Massera le designó un interventor a partir del golpe, con el propósito de sumarlo a su campaña por la herencia del peronismo. En 1977 la Universidad jesuítica del Salvador recibió como Profesor Honorario a Massera, quien objetó a Marx, Freud y Einstein, por cuestionar el carácter inviolable de la propiedad privada, agredir el “espacio sagrado del fuero íntimo”, y poner en crisis la condición “estática e inerte de la materia”. Massera indicó que la Universidad era “el instrumento más hábil para iniciar una contraofensiva” de Occidente, como si Marx, Freud y Einstein no formaran parte de esa tradición. Bergoglio se cuidó de subir al estrado ese día, de modo que nadie ha visto una foto suya con Massera. Pero es inimaginable que el dictador haya recibido la distinción sin que la ceremonia fuera autorizada por el provincial jesuita que delegó la gestión diaria en una asociación civil conducida por Guardia de Hierro, pero retuvo su conducción espiritual. Luego, Massera fue invitado a exponer en la universidad jesuítica de Georgetown, en Washington. El sacerdote irlandés Patrick Rice, quien pudo dejar la Argentina luego de ser secuestrado y golpeado, interrumpió esa conferencia exigiendo explicaciones sobre los crímenes de la dictadura. Según Rice, el provincial estadounidense no hubiera invitado a un personaje semejante sin la aprobación, o el pedido, del provincial argentino. Estos hechos comprobables desmienten el diálogo fantasioso en el que el jovencito Bergoglio desafía al amo de la ESMA.

Una muerte cristiana

En 1995, un año después que el libro de Jalics se publicó El Vuelo, donde el capitán de fragata Adolfo Scilingo confiesa que arrojó a treinta personas aún vivas al mar desde aviones de la Armada y la Prefectura, luego de drogarlas. Además dice que ese método fue aprobado por la jerarquía eclesiástica por considerar el vuelo como una forma cristiana de muerte, y que los capellanes de la Armada consolaban a quienes volvían perturbados de esas misiones, con parábolas bíblicas sobre la separación de la cizaña del trigo. Impresionado, retomé una investigación que había iniciado años antes sobre la isla del Tigre “El Silencio”, en la que la Armada escondió a 60 detenidos-desaparecidos para que no los encontrara en la ESMA la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Era propiedad del Arzobispado de Buenos Aires y allí celebraban su graduación los seminaristas que egresaban cada año y descansaba los fines de semana el cardenal Juan Aramburu. El sacerdote Emilio Grasselli la había vendido al grupo de tareas de la ESMA, que la compró con un documento falso a nombre de uno de sus prisioneros. Pero no había visto los títulos de propiedad hasta que Bergoglio me dio los datos precisos sobre el expediente sucesorio de Antonio Arbelaiz, el solterón administrador de la Curia que figuraba como dueño. Esto muestra que con aquel episodio no tuvo relación. Arbelaiz hizo testamento a favor de la Curia, que es donde fue a parar el dinero que la Armada le pagó a Grasselli por la isla, donde los 60 prisioneros pasaron dos meses encadenados. Parece el camino típico de una operación de lavado: Arbelaiz vende a Grasselli que vende a la ESMA que compra con un documento falso y la hipoteca se levanta pagándole a la Curia, que es la heredera de Arbelaiz. En uno de sus testimonios judiciales, Bergoglio reconoció que habló conmigo sobre el secuestro de Yorio y Jalics. Pero dijo que nunca oyó hablar de la isla “El Silencio”. Siempre el doble juego, la admisión privada y la negativa pública.

Por la espalda

Durante la investigación encontré por azar en el archivo del ministerio de Relaciones Exteriores una carpeta con documentos que a mi juicio terminan con la discusión sobre el rol de Bergoglio en relación con Yorio y Jalics. Busqué una escribana que certificó su ubicación en el archivo, cuyo director de entonces, ministro Carlos Dellepiane, los guardó en la caja fuerte para impedir que fueran robados o destruidos. La historia que cuenta esa carpeta suena familiar. Al quedar en libertad, en noviembre de 1976, Jalics se marchó a Alemania. En 1979 su pasaporte había vencido y Bergoglio pidió a la Cancillería que fuera renovado sin que volviera al país. El Director de Culto Católico de la Cancillería, Anselmo Orcoyen, recomendó rechazar el pedido “en atención a los antecedentes del peticionante”, que le fueron suministrados “por el propio padre Bergoglio, firmante de la nota, con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que solicita”. Decía que Jalics tuvo conflictos de obediencia y una actividad disolvente en congregaciones religiosas femeninas, y que estuvo “detenido” en la ESMA junto con Yorio, “sospechoso contacto guerrilleros”. Es decir, los mismos cargos que le habían formulado Yorio y Jalics (y que corroboraron muchos sacerdotes y laicos que entrevisté): mientras aparentaba ayudarlos, Bergoglio los acusaba a sus espaldas. Es lógico que este hecho de 1979 no alcance para una condena legal por el secuestro de 1976. El documento firmado por Orcoyen ni siquiera fue incorporado al expediente, pero perfila una línea de conducta. Sumar al Director de Culto Católico de la dictadura a una conspiración contra la Iglesia sería demasiado. Por eso, Bergoglio y su portavoz callan sobre estos documentos y prefieren descalificar a quien los encontró, preservó y publicó.

1 Carmelo Giaquinta: “Reconciliándonos con nuestra Historia”, organizado por el Proyecto “Setenta veces siete” y Editorial San Pablo, en la 36ª Feria Internacional del Libro, Salón Roberto Arlt, 8 de mayo de 2010.

2 Conferencia Episcopal Argentina (CEA), Plan Nacional de Pastoral, Buenos Aires, 1967, p. 14, cfr. Luis O. Liberti, Monseñor Enrique Angelelli. Pastor que evangeliza promoviendo integralmente al hombre, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 2005, p. 164.

Tomado de aquí.

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