viernes, 17 de febrero de 2012

Séptima parte: Posmodernidad


La Ilustración ha muerto, el marxismo ha muerto,
el movimiento obrero ha muerto… y el autor no se siente nada bien.
Neil Smith

La posmodernidad resulta ser un complejo mecanismo teórico, en tanto rompe con cualquier idea o necesidad de totalidad y, por ende, fragmenta aquello que puede estudiarse o percibirse, en mil pedazos. Cada fragmentación genera lógicas propias, “impulsos particulares” que van de la mano de nociones de la diferencia. El gigantismo moderno lo hizo posible y, hoy, las diferencias se acumulan en todas las esquinas, creando estudios y análisis (vidas) que van desde las tribus urbanas (emos, floguers, cumbieros, hiphoperos, skateros, etc.), grupos étnicos (indígenas, afroamericanos, estudios de inmigración; por nombrar algunos), pasando por temas de diversidad sexual (gays, lesbianas, transgéneros, etc.) e identidad en su sentido más amplio (grupos de consumo, ecologistas, visionado de TV, usos de la Internet, etc.); hasta llegar a los renombrados estudios culturales (que incluyen elementos de lo que hemos mencionado) y a una parte de las filosofías de la deconstrucción.

J.F. Lyotard será uno de los primeros en avanzar sobre el concepto de posmodernidad en filosofía. En su diagnóstico, él dirá: “En origen, la ciencia está en conflicto con los relatos. Medidos por sus propios criterios, la mayor parte de los relatos se revelan fábulas. Pero, en tanto que la ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas de juego (…) Cuando este metadiscurso [la filosofía] recurre explícitamente a tal o tal otro gran relato, como la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del sentido, la emancipación del sujeto razonante o trabajador, se decide llamar ‘moderna’ a la ciencia que se refiere a ellos para legitimarse.” “Simplificando al máximo, se tiene por ‘postmoderna’ la incredulidad con respecto a los metarelatos (…) Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella.”[1] 

Vinculado al rechazo a los “meta-relatos”, nos encontramos con que: “El redescubrimiento del pragmatismo en filosofía (por ej. Rorty, 1979), la transformación de las ideas sobre la filosofía de la ciencia propuesta por Kuhn (1962) y Feyerabend (1975), el énfasis de Foucault en la discontinuidad y la diferencia en la historia, y el privilegio que éste otorga a ‘las correlaciones polimorfas en lugar de la causalidad simple o compleja’, los nuevos desarrollos de las matemáticas que destacan la indeterminación (catástrofe y teoría del caos, geometría fractal), la reaparición de la preocupación por la ética, la política y la antropología, por el valor y dignidad del ‘otro’, todo indica un cambio extendido y profundo en la ‘estructura del sentimiento’. Estos ejemplos tienen en común un rechazo por los ‘meta-relatos’ (grandes interpretaciones teóricas de aplicación universal).” (Harvey, 2008: 23)

Son dos las críticas que se repiten en diversos autores sobre cierta actitud posmoderna que plantea contradicciones internas: la primera: aunque, como mencionáramos, la diversidad y fragmentación forman parte de sus características principales, es habitual la queja de los posmodernos en relación a la crítica que se le realiza desde lecturas modernas. Resulta paradojal, en este punto, semejante observación. La segunda: no hay, de parte de los posmodernos, un reconocimiento a su “nacimiento moderno”; no se reconoce en sus recorridos argumentativos una valoración a la época predecesora que, inevitablemente, convive aún con ellos.

Sin duda que, existen muchas características posmodernas que valen la pena rescatar en la medida en que abordan espacios que las teorías y nociones anteriores no contemplaban. Cuando R. Follari analiza un compilado hecho por Foster, encuentra que: “el posmodernismo implica abandono de la proyectualidad, o imposibilidad de su pensamiento, asumido esto como dato social objetivo; ausencia de cualquier ‘totalidad’ como horizonte de significación social o política; una estética que ‘no rompe’ con lo dado, alejadas de utopismos estilo Marcuse y Bloch; un centramiento, si cabe la palabra, en el solo mundo ‘próximo’ al sujeto. Pero si ahora nos ubicamos en los valores que lo posmoderno ha planteado, hay que advertir, en una misma textualidad, la existencia de aspectos compartibles: reasumición de la existencia inmediata del sujeto, sin mistificarla en Presencia; recuperación de lo corpóreo; toma de lugar en los problemas más directos de la comunidad a que se pertenece (la pequeña comunidad, por supuesto); eliminación de los teleologismos que pretenden una historia predeterminada; capacidad para un talante ‘no crispado’ de la existencia y para el goce correspondiente, su búsqueda y reconocimiento, etc.” (Follari, 1990: 80-81) [negrita en el original] 

Otra modificación importante que se ha dado en este “rebasamiento” posmoderno ha sido la del sujeto-humano. A diferencia de los sujetos de los meta-relatos, Hombres que asumían en sí grandes proezas y fuertes determinaciones de cambios sociales y culturales, el sujeto posmoderno aparece como ese sujeto fragmentado que “apenas” asume su espacio ya que considera que sólo ése ya es demasiado “complejo”. El sujeto revolucionario propio de la crítica de la modernidad al estilo de la Clase Obrera es reemplazado por el sujeto fuertemente interpelado por los medios masivos de comunicación, la “sociedad de consumo”, el hedonismo como centralidad de vida, las posibilidades más efímeras –en la medida en que la realización de un Proyecto o la lucha por valores para toda la sociedad han desaparecido- y una cierta soledad exóticamente acompañada: una especie de soledad de multitudes.[2]  

Estas determinaciones epocales que nosotros hemos construido para nuestras vidas resultan en contradicciones económicas y culturales. Cierto sector de la política liberal tradicional y no pocos dirigentes de las religiones instituidas encuentran en la posmodernidad a un adversario… a la vez que, en relación a la posibilidad de realizar negocios y mantener flujos constantes de dinero, tener un alto consumo de sus propias propuestas y chances de acumulación; la época no puede serles más favorable. Por esto mismo el ex-marxista D.Bell puede estar preocupado por la moral tradicional y las dificultades de supervivencia de la cultura del ahorro ante un sistema que promueve constantemente el consumo y el placer. Para J.Habermas, se busca una relación de dependencia al mercado y se incentiva el avance de las fuerzas productivas; sin embargo, luego existe una oposición a las consecuencias culturales de esta lógica. Como estás últimas están determinadas por las primeras, la cuestión no tiene solución: de esto se trata la contradicción neoconservadora. (Follari, 1990: 91)

Lo anterior y, también, la totalidad de la discusión modernidad-posmodernidad tiene como objetivos determinar los rasgos generales de nuestra época a fin de sustentar aquellas políticas y acciones que creemos van en defensa de una sociedad más incluyente e igualitaria; al mismo tiempo que nos da las pautas para modificar los espacios “reaccionarios” que impiden un avance hacia el ejercicio pleno de derechos y la “absoluta” realización de los sentidos. En Latinoamérica se puede decir que, aunque la posmodernidad ha tomado buena parte de nuestro modo de vida, no se encuentra en un espacio de plenitud total, sobre todo porque la segunda modernidad no ha logrado desarrollarse “completamente” en estas tierras. En este sentido, lejos estamos de cierto hastío por el consumo y la oferta de productos, no se ha producido una industrialización “asfixiante” ni una maquinación de lo cotidiano; aún la naturaleza puede ser encontrada por nosotros, aunque cada vez resulte menos natural. De todos modos, sí sufrimos la polución en las grandes ciudades, hay un proceso de “despersonalización” creciente, existe también un sistema de satélites, comunicaciones instantáneas y digitalidad en ascenso, como así también grandes bolsones de pobreza de hombres y mujeres que no acceden a servicios básicos y que no encuentran trabajo con mucha facilidad.

Sin embargo, el siglo XXI ha despertado un cierto tipo de integración regional que ha posibilitado un aumento en el acceso a la educación, una suba en el índice de empleo y una reducción de la pobreza en buena parte de Latinoamérica. Algunos sectores de la juventud hoy encuentran otros espacios y vuelven a confiar en el país nuestroamericano en donde habitan, todo esto acompañado de reiteradas crisis que en la actualidad afectan a países tales como: EEUU, España, Grecia, etc.

En Argentina, luego de siete años de virulenta dictadura militar (1976-1983); un tibio retorno a la democracia de la mano de Raúl Alfonsin (1983-1989) y, después de diez años de abierto neoliberalismo durante la gestión de Carlos Menem (1989-1999); se gestó una sólida base para la crisis de lo crítico-revolucionario. La persecución política de las organizaciones en la época del terrorismo de Estado, el proceso de endeudamiento externo que disminuyó las posibilidades de soberanía, la derrota en la guerra de Malvinas (1982) con las consecuencias sociales pertinentes, los procesos de hiperinflación y los diez años de entrega del “patrimonio nacional” a multinacionales extranjeras hicieron posible un debilitamiento de las proposiciones de comienzo de la década del ’70. La disolución de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín (con el concomitante debilitamiento del marxismo ortodoxo), los socialismos agiornados en diversas regiones del globo y la lenta pero contundente instalación de un “mercado global”, hicieron posible una disolución de las teleologías en sentido utópico, la proyectualidad “blanda” al estilo de “gestiones”, la desaparición del sujeto tradicional y el desinterés de las grandes masas en relación a la política.

Como lo apuntáramos anteriormente, desde el primer gobierno de Chávez en Venezuela (y siguiendo por Ecuador, Bolivia y Argentina) se puede observar que los diversos neopopulismos latinoamericanos generarán un “retorno” de caracteres modernos en donde la política y su proyectualidad tendrán una fuerte raigambre. Aunque los espacios políticos que lideran este nuevo movimiento están integrados por muchas organizaciones de distintas procedencias, existe una cierta centralidad y liderazgo similar a los que plantearan los partidos y estructuras de la década del ’60 y principios de los ’70 –más parecidos aún a los populismos anteriores-. Se comparte igualmente cierta matriz ideológica aunque sus posiciones se ubiquen a la izquierda de los viejos populismos.

Bibliografía General

Berman, Marshall (1988); Todo lo sólido se desvanece en el aire, siglo XXI, Madrid.
Chingo, Juan; Crisis y contradicciones del capitalismo del “siglo XXI”. Disponible en web: http://pts.org.ar/spip.php?article8666. (12/09/10)
Dussel, Enrique (1992); 1492. El encubrimiento del otro, Nueva Utopía, Madrid.
Fernández, Estela (1999); Hegel y el apogeo de la razón moderna, mimeo. La constitución de la razón moderna en la historia. Caracterización y periodización de la modernidad. El debate modernidad-posmodernidad, mimeo. La crítica marxiana al capitalismo como fuente de alienación humana: desde los textos juveniles hasta la obra del pensador maduro, mimeo. (2000) Fredric Jameson: el posmodernismo como pauta cultural dominante del capitalismo tardío. Textos de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.
Fernandez Farias, Marcelo (2008), La situación actual del zapatismo. Un ejemplo latinoamericano de reivindicación étnica. Disponible en web: http://bdigital.uncu.edu.ar/fichas.php?idobjeto=2767. (12/09/10)
Follari, Roberto (1990); Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina, Rei, IDEAS y Aique; Buenos Aires.
Harvey, David (2008); La condición de la posmodernidad, Editorial Amorrortu, Buenos Aires.
Hegel, G.W.F. (1977); Introducción a la Historia de la Filosofía, Aguilar, Buenos Aires. (Págs. 43-45 y 70-82)
Jameson, Fredric (1991); Ensayos sobre el posmodernismo, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires. 
Karl, Marx y Engels, Fredrich (2009); Sobre el arte, Claridad, Buenos Aires.
Lunn, Eugene (1986); Marxismo y Modernismo, Fondo de Cultura Económica, México.
Lyotard, J.F. (1995); “Introducción”, en La condición posmoderna. Informe sobre el saber, Red Editorial Iberoamericana, Buenos Aires.
La Araña Galponera (2008), Librito de postales de La Araña Galponera, Colectivo Ediciones, Buenos Aires.
Pigna, Felipe (2010); 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Planeta, Buenos Aires.
Yarza, Claudia (2000); Perry Anderson y Fredric Jameson: los significados del posmodernismo.  Texto de cátedra de la materia “Problemática Filosófica”, carrera de Sociología, FCPyS, UNCuyo, Mendoza.



[1]    Lyotard, J.F.; Introducción a La condición posmoderna, págs. 9 y 10 respectivamente.
[2]    “El fin de la fantasía positivista del proceso indefinido, y a la vez de la noción marxista de revolución social (hablamos del capitalismo avanzado), son muestra fuerte de que ha sido clausurada una época de proyectos históricos, para pasar a otra donde ya no se mantiene el ‘espíritu histórico’, la lucha por construir un porvenir. Ésa es precisamente la característica definitoria de la posmodernidad.” (Follari, 1990: 87)

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