El niño se prendió a la vuelta de Bragado.
Agudizó el ojo, antes muerto, con poco y nada de aliento, se sentó como quien no quiere la cosa.
Deambuló de derecha a izquierda como un polizonte.
Él fue el comienzo de la historia narrada.
Él se hizo de humo incienso y vida alegre.
Los santos se visten porque él los abriga: de eso no hay dudas.
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