La primera conferencia de prensa del vocero del papa Francisco fue para
desprenderse de Jorge Mario Bergoglio, acusado por la entrega de dos
sacerdotes a la ESMA. Como los testimonios y los documentos son
incontestables, el camino elegido fue desacreditar a quien los difundió,
señalando a este diario como izquierdista. Las tradiciones se
conservan: es lo mismo que Bergoglio dijo de Jalics y Yorio ante quienes
los secuestraron.
Por Horacio Verbitsky
En su
primer encuentro con la prensa luego de la elección del jesuita Jorge
Mario Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana, su
vocero también jesuita Federico Lombardi descartó como viejas calumnias
de la izquierda anticlerical, difundidas por un diario caracterizado por
las campañas difamatorias, las alegaciones sobre el desempeño del ex
provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura argentina y
sobre todo, el papel que desempeñó en la desaparición de dos sacerdotes
que dependían de él, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Al mismo tiempo,
medios y políticos argentinos de oposición incluyeron la nota “Un
ersatz”, publicada aquí al día siguiente de la elección papal, entre las
reacciones del kirchnerismo por la entronización de Bergoglio. También
un sector del oficialismo prefirió aclamarlo como “Argentino y
peronista” (la misma consigna con que cada septiembre se recuerda a José
Rucci) y negar los hechos incontestables.
La reconciliación
Desde Alemania, donde Jalics vive retirado en un monasterio, el
provincial jesuita germano dijo que el sacerdote se había reconciliado
con Bergoglio. En cambio el anciano Jalics, hoy de 85 años, aclaró que
se sentía reconciliado con “aquellos acontecimientos, que para mí son
asunto terminado”. Pero aún así reiteró que no haría comentarios sobre
la actuación de Bergoglio en el caso. La reconciliación, para los
católicos, es un sacramento. En palabras de uno de los mayores teólogos
argentinos, Carmelo Giaquinta, consiste en “perdonar de corazón al
prójimo por las ofensas recibidas” 1, con lo cual sólo indica que Jalics
ya perdonó el mal que le hicieron. Esto dice más de él que de
Bergoglio. Jalics no niega los hechos, que narró en su libro Ejercicios
de meditación, de 1994: “Mucha gente que sostenía convicciones políticas
de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas
miseria. Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a
la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros
sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas
calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le
expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió
que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por
declaraciones posteriores de un oficial y treinta documentos a los que
pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este
hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había
presentado una falsa denuncia ante los militares”. En otra parte del
libro agrega que esa persona hizo “creíble la calumnia valiéndose de su
autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que
habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Poco antes yo
le había manifestado a dicha persona que estaba jugando con nuestras
vidas. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura con
sus declaraciones”.
En una carta que escribió en Roma en noviembre de 1977, dirigida al
asistente general de la Compañía de Jesús, padre Moura, Orlando Yorio
cuenta lo mismo, pero reemplazando “una persona” por Jorge Mario
Bergoglio. Nueve años antes que el libro de Mignone y 17 años antes que
el de Jalics, Yorio cuenta que Jalics habló dos veces con el provincial,
quien “se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a
adelantarse a hablar con gente de las Fuerzas Armadas para testimoniar
nuestra inocencia”. También menciona las críticas que circulaban en la
Compañía de Jesús en contra de él y de Jalics: “Hacer oraciones
extrañas, convivir con mujeres, herejías, compromiso con la guerrilla”.
Jalics también cuenta en su libro que en 1980 quemó aquellos documentos
probatorios de lo que llama “el delito” de sus perseguidores. Hasta
entonces los había conservado con la secreta intención de utilizarlos.
“Desde entonces me siento verdaderamente libre y puedo decir que he
perdonado de todo corazón.” En 1990, durante una de sus visitas al país,
Jalics se reunió en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760,
con Emilio Fermín Mignone y su mujer, Angélica Sosa. Les dijo que
“Bergoglio se opuso a que una vez puesto en libertad permaneciera en la
Argentina y habló con todos los obispos para que no lo aceptaran en sus
diócesis en caso que se retirara de la Compañía de Jesús”. Todo esto no
lo dice Página/12, sino Orlando Yorio y Francisco Jalics. ¿Quién quiere
destruir la Iglesia, entonces? Cada tomo de mi Historia Política de la
Iglesia en la Argentina incluye una advertencia: “Estas páginas no
contienen juicios de valor sobre el dogma ni el culto de la Iglesia
Católica Apostólica Romana sino un análisis de su comportamiento en la
Argentina entre 1976 y 1983 como ‘realidad sociológica de pueblo
concreto en un mundo concreto’, según los términos de su propia
Conferencia Episcopal. En cambio, su ‘realidad teológica de misterio’ 2
sólo corresponde a los creyentes, que merecen todo mi respeto”.
En defensa de la tradición
La calificación de este diario por el vocero de Bergoglio como de
izquierda anticlerical revela la continuidad de arraigadas tradiciones.
Es lo mismo que el ahora pontífice hizo hace 37 años con sus sacerdotes,
aunque entonces implicaba un grave peligro. Las acusaciones contra
Bergoglio fueron formuladas por primera vez antes de que existiera
Página/12. Su autor fue Mignone, director del órgano oficial de la
Acción Católica, Antorcha, fundador de la Unión Federal Demócrata
Cristiana y viceministro de Educación en la provincia de Buenos Aires y
en la Nación. Ninguno de esos cargos podía alcanzarse sin la bendición
episcopal. En su libro Iglesia y dictadura, de 1986, Mignone escribió
que los militares limpiaron “el patio interior de la Iglesia, con la
aquiescencia de los prelados”. El vicepresidente de la Conferencia
Episcopal, Vicente Zazpe, le reveló que poco después del golpe la
Iglesia acordó con la Junta Militar que antes de detener a un sacerdote
las Fuerzas Armadas avisarían al obispo respectivo. Mignone escribió que
“en algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos” y
que la Armada interpretó el retiro de las licencias a Yorio y Jalics y
las “manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio,
como una autorización para proceder”. Para Mignone, Bergoglio es uno de
los “pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni
rescatarlas”.
Dos décadas después encontré por azar las pruebas documentales que
Mignone no conoció y que confirman su enfoque del caso. Que Bergoglio
haya ayudado a otros perseguidos no es una contradicción: lo mismo
hicieron Pío Laghi e incluso Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín.
Cronos
En estas páginas se profundizó el caso cuatro años antes de que el
kirchnerismo llegara al gobierno. La primera nota, publicada en abril de
1999, “Con el mazo dando”, decía que el flamante Arzobispo porteño
“según la fuente que se consulte es el hombre más generoso e inteligente
que alguna haya vez haya dicho misa en la Argentina o un maquiavélico
felón que traicionó a sus hermanos en aras de una insaciable ambición de
poder. Tal vez la explicación resida en que Bergoglio reúne en sí dos
rasgos que no siempre van juntos: es un conservador extremo en materias
dogmáticas y posee una manifiesta inquietud social. En ambos aspectos se
parece a quien lo designó al frente de la principal diócesis del país,
el papa Karol Wojtyla”. El concepto es el mismo que expresé el jueves
cuando la fumarola blanquiceleste conmovió a todas las hinchadas, de La
Quiaca a Tierra del Fuego. Aquella nota contraponía la versión de
Mignone con la de Alicia Oliveira, abogada del CELS y amiga de
Bergoglio, cuya hermana trabajaba en la villa de Flores junto con la
hija de Mignone y con los dos curas. “Les dijo que tenían que levantarse
y no le hicieron caso. Cuando los secuestraron, Jorge averiguó que los
tenía la Armada y fue a hablar con Massera, a quien le dijo que si no
pone en libertad a los sacerdotes, yo como Provincial voy a denunciar lo
que pasó. Al día siguiente aparecieron en libertad.” También incluía la
refutación de un sacerdote de la Compañía de Jesús: “La Marina no se
metía con nadie de la Iglesia que no molestara a la Iglesia. La Compañía
no tuvo un papel profético y de denuncia, a diferencia de los palotinos
o los pasionistas, porque Bergoglio tenía vinculación con Massera. No
son sólo los casos de Yorio, Jalics y Mónica Mignone, de cuyo secuestro
la Compañía nunca formuló la denuncia pública. Otros dos curas, Luis
Dourrón, que luego dejó los hábitos, y Enrique Rastellini, también
actuaban en el Bajo Flores. Bergoglio les pidió que se fueran de allí y
cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía más, y
con ese guiño los secuestraron”. Ese sacerdote, que murió hace seis
años, era Juan Luis Moyano Walker, quien había sido íntimo amigo de
Bergoglio. A raíz de la nota, Bergoglio me ofreció su propia versión de
los hechos, en la que aparecía como un superhéroe. Tanto él como Jalics,
a quien llamé por teléfono a su retiro alemán, me pidieron que
atribuyera sus declaraciones a un sacerdote muy próximo a cada uno de
ellos. Bergoglio dijo que vio dos veces a Videla y otras dos a Massera.
En la primera reunión con cada uno, ambos le dijeron que no sabían qué
había ocurrido y que iban a averiguar. “En la segunda reunión, Massera
estaba fastidiado con ese jovencito de 37 años que se atrevía a
insistir.” Según Bergoglio, tuvieron este diálogo:
“–Ya le dije a Tortolo lo que sabía –dijo Massera.
–A monseñor Tortolo –corrigió Bergoglio.
–Mire Bergoglio... –comenzó Massera, molesto por la corrección.
–Mire Massera...–le respondió en el mismo tono Bergoglio, antes de
reiterarle que sabía dónde estaban los sacerdotes y reclamarle por su
libertad”.
Me limité a transcribir lo que Bergoglio dijo, con la atribución que
me pidió. Pero hasta hoy no me parece verosímil ese diálogo con uno de
los gobernantes más poderosos y más crueles, que lo hubiera hecho
desaparecer sin ningún escrúpulo. Ambos tenían en común la relación con
Guardia de Hierro, el grupo de la derecha peronista en el que Bergoglio
militó en su juventud y al que Massera le designó un interventor a
partir del golpe, con el propósito de sumarlo a su campaña por la
herencia del peronismo. En 1977 la Universidad jesuítica del Salvador
recibió como Profesor Honorario a Massera, quien objetó a Marx, Freud y
Einstein, por cuestionar el carácter inviolable de la propiedad privada,
agredir el “espacio sagrado del fuero íntimo”, y poner en crisis la
condición “estática e inerte de la materia”. Massera indicó que la
Universidad era “el instrumento más hábil para iniciar una
contraofensiva” de Occidente, como si Marx, Freud y Einstein no formaran
parte de esa tradición. Bergoglio se cuidó de subir al estrado ese día,
de modo que nadie ha visto una foto suya con Massera. Pero es
inimaginable que el dictador haya recibido la distinción sin que la
ceremonia fuera autorizada por el provincial jesuita que delegó la
gestión diaria en una asociación civil conducida por Guardia de Hierro,
pero retuvo su conducción espiritual. Luego, Massera fue invitado a
exponer en la universidad jesuítica de Georgetown, en Washington. El
sacerdote irlandés Patrick Rice, quien pudo dejar la Argentina luego de
ser secuestrado y golpeado, interrumpió esa conferencia exigiendo
explicaciones sobre los crímenes de la dictadura. Según Rice, el
provincial estadounidense no hubiera invitado a un personaje semejante
sin la aprobación, o el pedido, del provincial argentino. Estos hechos
comprobables desmienten el diálogo fantasioso en el que el jovencito
Bergoglio desafía al amo de la ESMA.
Una muerte cristiana
En 1995, un año después que el libro de Jalics se publicó El Vuelo,
donde el capitán de fragata Adolfo Scilingo confiesa que arrojó a
treinta personas aún vivas al mar desde aviones de la Armada y la
Prefectura, luego de drogarlas. Además dice que ese método fue aprobado
por la jerarquía eclesiástica por considerar el vuelo como una forma
cristiana de muerte, y que los capellanes de la Armada consolaban a
quienes volvían perturbados de esas misiones, con parábolas bíblicas
sobre la separación de la cizaña del trigo. Impresionado, retomé una
investigación que había iniciado años antes sobre la isla del Tigre “El
Silencio”, en la que la Armada escondió a 60 detenidos-desaparecidos
para que no los encontrara en la ESMA la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Era propiedad del Arzobispado de Buenos Aires y allí
celebraban su graduación los seminaristas que egresaban cada año y
descansaba los fines de semana el cardenal Juan Aramburu. El sacerdote
Emilio Grasselli la había vendido al grupo de tareas de la ESMA, que la
compró con un documento falso a nombre de uno de sus prisioneros. Pero
no había visto los títulos de propiedad hasta que Bergoglio me dio los
datos precisos sobre el expediente sucesorio de Antonio Arbelaiz, el
solterón administrador de la Curia que figuraba como dueño. Esto muestra
que con aquel episodio no tuvo relación. Arbelaiz hizo testamento a
favor de la Curia, que es donde fue a parar el dinero que la Armada le
pagó a Grasselli por la isla, donde los 60 prisioneros pasaron dos meses
encadenados. Parece el camino típico de una operación de lavado:
Arbelaiz vende a Grasselli que vende a la ESMA que compra con un
documento falso y la hipoteca se levanta pagándole a la Curia, que es la
heredera de Arbelaiz. En uno de sus testimonios judiciales, Bergoglio
reconoció que habló conmigo sobre el secuestro de Yorio y Jalics. Pero
dijo que nunca oyó hablar de la isla “El Silencio”. Siempre el doble
juego, la admisión privada y la negativa pública.
Por la espalda
Durante la investigación encontré por azar en el archivo del
ministerio de Relaciones Exteriores una carpeta con documentos que a mi
juicio terminan con la discusión sobre el rol de Bergoglio en relación
con Yorio y Jalics. Busqué una escribana que certificó su ubicación en
el archivo, cuyo director de entonces, ministro Carlos Dellepiane, los
guardó en la caja fuerte para impedir que fueran robados o destruidos.
La historia que cuenta esa carpeta suena familiar. Al quedar en
libertad, en noviembre de 1976, Jalics se marchó a Alemania. En 1979 su
pasaporte había vencido y Bergoglio pidió a la Cancillería que fuera
renovado sin que volviera al país. El Director de Culto Católico de la
Cancillería, Anselmo Orcoyen, recomendó rechazar el pedido “en atención a
los antecedentes del peticionante”, que le fueron suministrados “por el
propio padre Bergoglio, firmante de la nota, con especial recomendación
de que no se hiciera lugar a lo que solicita”. Decía que Jalics tuvo
conflictos de obediencia y una actividad disolvente en congregaciones
religiosas femeninas, y que estuvo “detenido” en la ESMA junto con
Yorio, “sospechoso contacto guerrilleros”. Es decir, los mismos cargos
que le habían formulado Yorio y Jalics (y que corroboraron muchos
sacerdotes y laicos que entrevisté): mientras aparentaba ayudarlos,
Bergoglio los acusaba a sus espaldas. Es lógico que este hecho de 1979
no alcance para una condena legal por el secuestro de 1976. El documento
firmado por Orcoyen ni siquiera fue incorporado al expediente, pero
perfila una línea de conducta. Sumar al Director de Culto Católico de la
dictadura a una conspiración contra la Iglesia sería demasiado. Por
eso, Bergoglio y su portavoz callan sobre estos documentos y prefieren
descalificar a quien los encontró, preservó y publicó.
1 Carmelo Giaquinta: “Reconciliándonos con nuestra Historia”,
organizado por el Proyecto “Setenta veces siete” y Editorial San Pablo,
en la 36ª Feria Internacional del Libro, Salón Roberto Arlt, 8 de mayo
de 2010.
2 Conferencia Episcopal Argentina (CEA), Plan Nacional de
Pastoral, Buenos Aires, 1967, p. 14, cfr. Luis O. Liberti, Monseñor
Enrique Angelelli. Pastor que evangeliza promoviendo integralmente al
hombre, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 2005, p. 164.
Tomado de aquí.
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