Marcelo Fernandez
Farias
Segúna
la RAE (sic) “espíritu” puede definirse como: 1) ser inmaterial y dotado de
razón, 2) alma racional y/o 3) principio generador, carácter íntimo, esencia o
sustancia de algo. Posiblemente la noción de “espíritu” sea una de las nociones
más controvertidas[1]
[1] Al decir “controvertidas” nos
referimos a “polémicas” o bien a “discutibles”. También podríamos decir que la
noción de “espíritu” es idealista o surrealista o religiosa o esencialista o
material. Se sabe perfectamente que las palabras nunca indican lo que parecen
indicar. Al fin, los sujetos humanos y no humanos escapan a las palabras. No
por eso vamos a dejar de usar palabras. Solamente diremos que es bueno tener en
cuenta que hay, allí, en el mundo, en el Universo, un exceso de realidad. (¿Se puede establecer un orden? ¿Hay patrones
que se repiten de manera tal que nos habilitan a formular reglas? ¿O es todo un
sinfín de fragmentos, pequeños relatos, microhistorias, corpúsculos sin
conexión?) Creemos que la vida tiene un orden, un sentido, una lógica. Se lo
damos y está allí (¿o está allí y lo descubrimos?). Con esa estructura más o
menos frágil nos movemos en la vida. Claro que no faltará el que diga que
vivimos en una Matrix. Que todo lo que creemos que existe es en realidad un
programa de computadora universal generando “escenarios terrestres”. Que las
calles, los árboles, las acequias y todo lo demás son “hologramas concretos”.
Que la física cuántica explica lo incierto de la relación observador-observado.
(Y tal vez las personas que creen en esto no están tan equivocadas). Nosotros
pensamos más bien en cosas “materiales” y, sin embargo, nos encanta encontrarles
su lado metafísico. Por ejemplo, creemos que existe un sistema-mundo moderno/colonial
(Wallerstein, Dussel, Grosfoguel), que existe el capitalismo, los aparatos
ideológicos y represivos del Estado, los bares, las bebidas espirituosas, los
cigarros, los libros y los manteles. También intuimos la existencia de un
Dios-Capital, templos financieros, estampitas con formas de billetes y sacerdotes
con formas de empresarixs, economistxs y banquerxs. (Detalle: los fieles de los
bares, por cierto, ya son otra cosa. Van religiosamente a esos lugares con
malos libros bajo el brazo y exigen bebidas baratas y ceniceros oxidados. Se
sientan en pequeñas mesas cubiertas por manteles manchados y arrugados y
empiezan a hablar sobre el primer tema que les viene a la mente. Aunque parece
que, en algún momento del amanecer, abandonan ese templo, esa es efectivamente
una idea metafísica. Los fieles de los bares jamás se han ido de ninguno de sus
lugares predilectos. Es por ese motivo que los bares siempre están llenos, haya
o no personas. Y las bebidas se consumen, haya o no bocas)
Pero volviendo al tema que aquí nos convoca, existe la
idea del espíritu como entidad trascendente del ser humano. El cuerpo, la
materia, es sólo un vehículo circunstancial que queda en la Tierra cuando
finaliza una ronda terrestre. El espíritu puede moverse por varias dimensiones,
transitar por el Universo, conocer diversos planetas, charlar con Dios. Una
propuesta muy actual es aquella que se centra en el individuo, en su percepción
de la vida, en su mundo interior, en su psiquis. Se trataría de la forma en que
el ser humano ve el mundo. Del tipo de conciencia que permite una
interpretación más plena de la propia personalidad, de la propia especie, del
mundo y el Universo. Esta perspectiva propone múltiples ejercicios y maneras de
vivir en donde una persona puede lograr este avance de conciencia: formas de
respiración, meditación, formas de alimentación, cierto tipo de vinculación con
la información, etc. Sin embargo, y aunque algunas sugerencias de este modo de
ver las cosas y encarar la vida pueden ser atinadas, nos parece que se deja de
lado a las estructuras a la hora de analizar cómo se organiza una ideología, un
cuerpo, un tipo de conciencia, una estructura psíquica, un cerebro, etc. No
cabe duda sobre el hecho de que nacemos en una sociedad fuertemente
estructurada. Que, desde pequeños, nos imponen una lengua, una religión y en la
escuela nos enseñan los conocimientos supuestamente válidos para el tipo de
sociedad en que nos toca vivir. Vamos a diversas instituciones que, con sus
sistemas de reglas, van configurando un tipo de ser humano, de personalidad, de
manera de actuar. La educación formal y las religiones estructuran la cuestión
ideológica. La policía, los militares, los servicios apuntalan la lógica
represiva (Althusser). Luego, las instancias de poder están difuminadas por
todos los estratos de la sociedad y, a partir de ellas, también se establecen
formas de relacionamiento social (Foucault). Por eso, el “individuo”, lejos de
vivir un ámbito de libertad mental y físico, más bien se encuentra estructurado
por todas estas instancias que indican una forma de “orden”. Entonces, parece
que de lo que se trata es de pensar dialécticamente la manera en que un ser
colectivo deviene individual y un ser individual deviene colectivo o, mejor
dicho, la forma en que una conciencia puede reflexionar sobra la manera en que
su esfera individual es a su vez colectiva y viceversa. Ni la estructura es
“determinante en última instancia” ni el individuo puede autoconfigurarse en
una suerte de libertad absoluta.
“Cuando nos dormimos, ¿dónde va el espíritu?”
–podríamos preguntarnos parafraseando el título del último disco de Billie
Eilish-. ¿Es posible que exista un espíritu plenamente sabio viviendo
trabajosamente en un cuerpo humano? Dejemos estas interrogantes para más al
verano. Supongamos que existe un Dios inmanente como planteaba Spinoza –según
dicen los que saben-. Y que, no solamente los seres humanos tienen un espíritu,
sino que los seres no humanos también lo tienen. ¿Serán todos esos espíritus
parte de este Dios inmanente? Muy probablemente sí. Los espíritus serían una
manifestación más de este Dios. ¿Y si pensáramos esta cuestión a partir de la
Pachamama? ¿No es la Pachamama una forma de Dios(a) inmanente? Esta
espiritualidad andina tiene relación con el abajo, con la tierra, con el cielo.
Es, efectivamente, el espíritu del agua, de la semilla, de la tierra, del Sol,
de la siembra y la cosecha. Es también la sumatoria de la totalidad de los
espíritus de cada uno de los seres que habitan este Planeta. La Pachamama son
los ríos, el mar, los animales no humanxs, los vegetales, los minerales.
Además, al tratarse de una forma de totalidad viva y en movimiento, hay que
incluir también la contemplación de los astros –estrellas, planetas, el Sol y
la Luna- que conviven en este Pluriverso con el Planeta. Siguiendo este
razonamiento, y en el marco de la pandemia de coronavirus en curso, también
podríamos preguntarnos: ¿existe un espíritu en cada virus?, ¿son ellos también
una manifestación de un Dios inmanente, de la Pachamama, etc.?, ¿es posible
superar el egocentrismo y el antropocentrismo a la hora de visualizar la
reacción de la Tierra ante la debacle ecológica actual? La inmanencia y la
totalidad establecen una situación en donde juzgar es prácticamente imposible.
El hecho de encontrar una manifestación de Dios en cada uno de los seres del
Pluriverso solo nos puede conducir al silencio y la contemplación.
Ahora, pensemos en la no existencia del espíritu. La no
existencia del alma. En la actualidad, la mayoría de los fenómenos son explicados
por la Ciencia. La Teoría del Big Bang nos demuestra el origen del Universo y
Darwin el origen de las especies. El genoma humano explica nuestro recorrido
ancestral, nuestras potenciales enfermedades, etc. Los avances en la medicina
ha extendido la esperanza de vida en esta Tierra. La tecnología ha ocupado
prácticamente cada uno de los espacios en nuestra vida, para lo mejor y lo
peor. La proliferación de mercancías y servicios nos mantiene en la esfera del
consumo en un mundo posmoderno. Existen múltiples formas de distracción, de
entretenimiento, de pasatiempos, en una sociedad más bien pragmática, concreta,
resultadista. ¿Puede la Ciencia “sin espíritu” brindar las respuestas
necesarias para esta época? ¿Podrá ocupar efectivamente los espacios del imaginario
social brindando formas de creencia que le den un sentido a la existencia?
Posiblemente, en un aspecto, se haya logrado. Pero también es verdad que, como
decía Goethe, “gris es la teoría y verde el árbol de la vida”.
Como sea, no buscamos respuestas definitivas. Más bien
se trata de matar el tiempo mientras la cuarentena pasa, mientras el
coronavirus pasa. Porque hay preguntas e inquietudes que posiblemente nos
acompañen toda la vida y nunca accederemos a una respuesta que nos convenza,
que nos satisfaga. Más bien se trataría, en este caso, de mantenernos en las
preguntas. Ya que el Pluriverso es infinito y, nosotros, solo un breve suspiro
en la interminable manifestación de la vida.