Durante el debate sobre el futuro de la Iglesia, el teólogo brasileño
Leonardo Boff recordó que Ratzinger lo sentó en el mismo lugar que a los
juzgados por la Inquisición. Página/12 le preguntó si su relato era
literal. Una historia que cruza toda la transformación del Vaticano en
una poderosa monarquía absoluta.
Por Martín Granovsky
Esperó recién hasta 1992 para dejar los hábitos de monje
franciscano y abandonar el monasterio donde vivía. A esa altura ya había
atravesado una experiencia impactante: el 7 de septiembre de 1984, el
jefe de la antigua Inquisición, hoy llamada Congregación para la
Doctrina de la Fe, lo sentó en la misma sillita que ocuparon el teólogo
Giordano Bruno y el astrónomo Galileo Galilei. El inquisidor era el
cardenal Joseph Ratzinger, entonces mano derecha doctrinaria de Juan
Pablo II y él mismo Papa desde 2005, hasta el jueves. El interrogado era
el brasileño Leonardo Boff.
Boff no fue quemado vivo como Giordano ni debió pedir perdón por la
fuerza como Galileo. Pero en 1985 Ratzinger lo condenó al silencio y
desde entonces las jerarquías eclesiásticas le dificultaron cada vez más
la chance de expresar sus ideas con libertad. Después de Iglesia,
carisma y poder, el libro que lo llevó ante Ratzinger, cada nuevo
trabajo encontraba obstáculos para su publicación en editoriales o
revistas obligadas a pedir permiso a las autoridades de la Iglesia
católica.
En los últimos días, durante el debate sobre el futuro de la Iglesia
por el cimbronazo de un papa que se va, Boff recordó en su blog (al que
se accede tecleando leonardoboff.com) que fue “sentado en la sillita de
Giordano y Galileo”.
Leer esa frase abría la perplejidad. ¿Fue, realmente, la misma
silla? ¿Era posible que el mensaje de la Santa Sede para demostrar
autoridad fuese transmitido con una nitidez tan cruda?
Página/12 se lo preguntó a Boff.
Esta fue su respuesta, enviada por mail: “Fui juzgado en el edificio
que queda a la izquierda de la gran plaza para quien va en dirección de
la basílica (de San Pedro). Hace siglos que es sede de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio y ex Inquisición. Es un
edificio grande, oscuro, como unos tres pisos o más. Tuve un proceso
doctrinario con todos los requisitos jurídicos. Me senté donde todos los
juzgados por la Inquisición fueron juzgados. Ahí se sentaron Galileo
Galilei, Giordano Bruno y otros. No estoy jugando con metáforas sino con
la realidad”.
Inquisidor y condenado se conocían bien. El teólogo brasileño nacido
en 1938 había estudiado en Munich y Ratzinger, entonces un sacerdote de
mente abierta, era conferencista.
Quizá por eso o por simple pudor –cuesta creerlo, pero en el mundo
hay gente que vive sin mirarse el ombligo– Boff jamás dejó de criticar a
Benedicto XVI por sus ideas y sus actos, pero no se encarnizó en
términos personales. Y una vez, hace tres años, hasta llegó a ser
profético.
Boff habló con Istoé el 28 de mayo de 2010, según puede leerse en
este link: http://bit.ly/b8MQBZ. Dijo: “El Papa, para su bien y el de la
Iglesia, debería renunciar. Debemos ejercer la compasión. Es un hombre
enfermo, viejo, con achaques propios de la edad y con dificultades para
la administración, porque es más profesor que pastor. Por ese motivo
haría bien en irse a un convento a rezar su misa en latín, cantar su
canto gregoriano que tanto aprecia, rezar por la humanidad que sufre,
especialmente por las víctimas de la pedofilia, y prepararse para el
gran encuentro con el Señor de la Iglesia y de la historia. Y pedir
misericordia divina”.
Los dos años y nueve meses que pasaron entre la opinión de Boff y el
helicóptero de Ratzinger son un lapso corto para los ritmos vaticanos.
Lo cierto es que tras ese tiempo Ratzinger se convirtió en Papa emérito y
muy pronto predicará en un convento.
Giordano y Galileo
Campo de’Fiori es la única gran plaza de Roma sin iglesia. A veinte
cuadras del Vaticano y muy cerca de Piazza Navona, por la mañana
funciona un mercado. Señoras vestidas de negro que parecen recién
llegadas del campo venden fruta, pasta seca y verduras. Bro-ccoli
romano, de color verde claro y olor suave, o broccoli siciliano, el
oscuro y más fuerte, que se come aquí. Por la tarde, las pizzerías y los
restaurantes de los bordes se llenan y en lugar de matronas están los
turistas de veintipocos que comen penne rigate y, sobre todo, beben
cerveza como si fuera la última vez.
Las señoras de la mañana y los chicos de la tarde viven su vida
ajenos a la estatua que está sobre el adoquinado de Campo de’Fiori.
Muestra a un monje alto y ligeramente encorvado. El escultor Etore
Ferrari le puso un rostro con gesto decidido y logró que los pliegues de
la sotana parezcan seguir moviéndose. Debajo, una frase en italiano: “A
Bruno - Secolo da lui divinato, qui dove il rogo arse”. En español
sería así: “El siglo que él adivinó (está) aquí, donde el fuego ardía”.
En 1600, el napolitano de 52 años que había sido monje dominico fue
quemado por orden de la Santa y General Inquisición en el mismo sitio
donde hoy está la estatua. Lo quemaron vivo por hereje. “Tembláis más
vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”, dijo en su
alegato antes de morir. Entre otras ideas sostuvo la centralidad del
sol, igual que Copérnico, y desafió la centralidad del papa. Jamás en
los 413 años desde su ejecución la jerarquía de la Iglesia pidió perdón o
volvió a incluirlo de alguna manera en su seno.
La instalación de la estatua fue en sí misma una gran batalla en el
siglo XIX. Promovido por personalidades de toda Europa, desde Victor
Hugo a Mijail Bakunin, el homenaje a Bruno solo se plasmó en el
monumento de Campo de’Fiori en junio de 1889. Y el papa de entonces, León XIII, incluso
amenazó con alejarse ostensiblemente de Roma ese día. Solo se abstuvo
de hacerlo cuando el gobierno italiano le advirtió que si dejaba la
ciudad sería mejor que no volviera.
Trescientos años antes de esa polémica, en la Inquisición el juicio
fue conducido personalmente por el cardenal Roberto Belarmino, el mismo
que obligó a Galileo Galilei a retractarse del heliocentrismo en 1616
para no terminar torturado e incinerado como Bruno.
El pontífice, sumo
Belarmino no era un simple jefe de torturadores sino un teórico fino
y un sutil funcionario de la Santa Sede. En su Tratado sobre la
potestad de los sumos pontífices en los asuntos temporales, de 1610,
dijo que el papa puede oponerse a quien políticamente pueda poner en
peligro a la Cristiandad. En medio de la crisis de la Iglesia y el
nacimiento de la Reforma protestante, Belarmino actualizó así la
doctrina del papa Gregorio VII, que en 1075 dio el gran giro en la
construcción de la Iglesia como monarquía absoluta cuando estableció que
al pontífice “le es lícito deponer a los emperadores”, que tiene el
derecho exclusivo de deponer o reponer obispos y que “puede eximir a los
súbditos de la fidelidad hacia los príncipes inicuos”.
El investigador Jean Touchard escribió en su libro clásico, Historia
de las ideas políticas”, que “el movimiento iniciado por Gregorio VII
es irreversible”. Y explicó: “La centralización romana y la refundación
administrativa (con la organización de la Curia, que es su principal
elemento) harán del obispo de Roma el Soberano Pontífice, dignidad u
autoridad que los papas de los siglos precedentes no consiguieron nunca
asegurar de forma duradera”.
Luego de que Boff se sentó por última vez en la silla de Giordano y
Galileo, la Congregación para la Doctrina de la Fe siguió trabajando,
hasta que un año después le pidió silencio.
En la web está la notificación de los inquisidores a Boff. Puede consultarse en este link: http://bit.ly/YEk3j0.
Vale la pena el esfuerzo de leer enteros algunos párrafos, donde una
visión teológica aparece como un modo de respaldar la construcción del
poder supremo del Vaticano desde Gregorio VII y Belarmino hasta el
último período de Juan Pablo II (papa con Ratzinger de inquisidor) y
Benedicto XVI. Boff, al contrario, habría cometido el pecado de caer en
“una concepción relativizante de la Iglesia” a partir de “las críticas
radicales dirigidas a la estructura jerárquica de la Iglesia Católica”.
Los párrafos:
n “La única fe del Evangelio crea y edifica, a través de los siglos,
la Iglesia Católica, que permanece una en la diversidad de los tiempos y
la diferencia de las situaciones propias en las múltiples Iglesias
particulares.”
n “La Iglesia universal se realiza y vive en las Iglesias
particulares y éstas son Iglesia, permaneciendo precisamente como
expresiones y actualizaciones de la Iglesia universal en un determinado
tiempo y lugar. Así, con el crecimiento y progreso de las Iglesias
particulares crece y progresa la Iglesia universal; mientras que con la
atenuación de la unidad disminuiría y haría decaer también la Iglesia
particular.”
n “Por esto la verdadera reflexión teológica nunca debe contentarse
sólo con interpretar y animar la realidad de una Iglesia particular,
sino que debe más bien tratar de penetrar los contenidos del sagrado
depósito de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia y auténticamente
interpretado por el Magisterio.”
n “La praxis y las experiencias, que surgen siempre de una situación
histórica determinada y limitada, ayudan al teólogo y le obligan a
hacer accesible el Evangelio a su tiempo. Sin embargo, la praxis no
sustituye a la verdad ni la produce, sino que está al servicio de la
verdad que nos ha entregado el Señor.”
n “L. Boff se sitúa, según sus palabras, dentro de una orientación
en la que se afirma ‘que la Iglesia como institución no estaba en el
pensamiento del Jesús histórico, sino que surgió como evolución
posterior a la resurrección, especialmente con el progresivo proceso de
desescatologización’ (p. 129). Por consiguiente, la jerarquía es para él ‘un resultado de
la terrena necesidad de institucionalizarse’, ‘una mundanización’ al
‘estilo romano y feudal’ (p. 70). De aquí se deriva la necesidad de un
‘cambio permanente de la Iglesia’ (p. 112); hoy debe surgir una ‘Iglesia
nueva’ (p. 110 y passim), que será ‘una nueva encarnación de las
instituciones eclesiales en la sociedad, cuyo poder será simple función
de servicio’ (p. 111).”
n “No cabe duda de que el Pueblo de Dios participa en la misión
profética de Cristo (cf. LG 12); Cristo realiza su misión profética no
sólo por medio de la jerarquía, sino también por medio de los laicos
(cf. LG 35). Pero es igualmente claro que la denuncia profética en la
Iglesia, para ser legítima, debe estar siempre al servicio de la
edificación de la Iglesia misma. No sólo debe aceptar la jerarquía y las
instituciones, sino también cooperar positivamente a la consolidación
de su comunión interna; además, el criterio supremo para juzgar no sólo
su ejercicio ordenado, sino también su autenticidad, pertenece a la
jerarquía (cf. LG 12).”
LG es Lumen Gentium, Luz de los Pueblos, una de las constituciones
emanadas del Concilio Vaticano II, que sesionó entre 1962 y 1965 y
actualizó la Iglesia. Ratzinger fue uno de sus secretarios. Boff enlazó
el Concilio con la Teología de la Liberación, que en los años ’60
abrazaron muchos sacerdotes, religiosos y laicos en el mundo y en
América latina.
Según consta en la notificación de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, en la sesión de 1984 con Boff Ratzinger fue asistido como
actuario por un argentino, Jorge Mejía. Mejía había sido director de la
revista católica argentina Criterio.
La era del hielo
En 1992, cuando dejó los hábitos porque sintió que estaba chocando,
en sus palabras, “contra una muralla”, Boff dijo que “la forma actual de
organización de la Iglesia (que no siempre fue la misma en la historia)
crea y reproduce desigualdades”.
Cuando la Congregación lo citó, Boff buscó y obtuvo la cobertura
pastoral de dos cardenales, el arzobispo de Fortaleza Aloisio Lorcheider
y el arzobispo de San Pablo Paulo Evaristo Arns, ambos franciscanos y
simpatizantes de la doctrina de opción por los pobres. La sanción a Boff
pudo haber sido también una respuesta a esta franja de obispos
brasileños. La historia posterior tal vez sea una prueba de que el
mazazo tenía múltiples destinatarios, porque ninguno de ellos fue
reemplazado por obispos de la misma línea sino por conservadores.
El miércoles último, otro teólogo, el suizo Hans Kung, una figura
clave para los teólogos de la liberación, escribió en The New York Times
una columna en la que se preguntaba si era posible una primavera
vaticana.
Kung, que fue compañero de estudios de Ratzinger y trabajó con él
como teólogo en el Concilio hace cincuenta años, señaló que el Vaticano
puede ser comparado a otra monarquía absoluta, Arabia Saudita, aunque
ésta tiene solo doscientos años de antigüedad. También mencionó tres
reformas de Gregorio VII para conformar el “sistema romano”: un papado
“centralista-absolutista”, “un clericalismo compulsivo” y “la obligación
del celibato para sacerdotes y otros miembros del clero secular”.
Ni siquiera el Concilio Vaticano II, según Kung, limitó el poder de
la Curia, “el cuerpo de gobierno de la Iglesia”. Y en los pontificados
de Juan Pablo II y Benedicto XVI hubo, además, “un retorno a los viejos
hábitos monárquicos de la Iglesia”.
A pesar de que, como símbolo, en 2005 el Papa dialogó cuatro horas
con Kung, “su pontificado estuvo marcado por colapsos y malas
decisiones”. Por ejemplo, “irritó a las iglesias protestantes, a los
judíos, a los musulmanes, a los indios de América latina, a las mujeres,
a los teólogos reformistas y a los católicos partidarios de una
reforma”. Y reconoció a la Sociedad de San Pio X, de los seguidores del
archiconservador arzobispo Marcel Lefebvre, lo mismo que al obispo
Richard Williamson, un negador del Holocausto. Para no hablar de los
abusos de chicos y jóvenes por parte de clérigos que el Papa encubrió
cuando era el cardenal Joseh Ratzinger. O de los hechos revelados en los
Vatileaks, con “intrigas, luchas por el poder, corrupción y deslices
sexuales en la Curia, que parecen ser la razón principal que llevó a
Benedicto a renunciar”.
Escribió Kung que “en esta situación dramática, la Iglesia necesita
un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media, que no encabece
ningún tipo de teología, constitución de la Iglesia y liturgia
medievales”. El papa necesario debería volver a la democracia siguiendo
“el modelo de la cristiandad primitiva”.
El ejemplo alemán refleja algunas tensiones. “Una encuesta reciente
muestra que el 85 por ciento de los católicos de Alemania está a favor
de que los sacerdotes puedan casarse, el 79 por ciento a favor de que
los divorciados puedan volver a casarse por Iglesia y el 75 por ciento
apoya que las mujeres puedan ordenarse”, dice Kung.
Tras preguntarse si la Iglesia será capaz de convocar a un nuevo
concilio reformista o a una asamblea de obispos, sacerdotes y laicos,
Kung saca esta conclusión: “Si el próximo cónclave llegase a elegir a un
papa que siga el mismo, viejo camino, la Iglesia nunca experimentará
una nueva primavera sino que caerá en una nueva era del hielo y correrá
el peligro de quedar reducida a una secta crecientemente irrelevante”.
En ese caso, la sillita de Giordano, Galileo y Boff será un vestigio tan o más fuerte que el trono de Pedro.
Tomado de aquí.
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