Cerrar la brecha en la dispar distribución de la riqueza sigue hoy como asignatura pendiente en América Latina, donde políticas inclusivas de gobiernos de izquierda son tachadas de populistas por quienes adversan los cambios en la región.
Baste recordar que pese al crecimiento económico sostenido y los
buenos augurios para este año, 66 millones de latinoamericanos viven en
la indigencia y 36 millones son analfabetos.
Para Alejandro Werner, director del Fondo Monetario Internacional, en
la última década “América Latina ha logrado mejoras significativas en
lo que respecta a la desigualdad del ingreso y la reducción de la
pobreza”.
Aun así, acota, la región todavía tiene una de las tasas de pobreza y desigualdad más altas del mundo.
Werner considera indispensable “la implementación de programas de
impacto social”, para recortar la brecha, según declaró al Boletín
Digital del FMI.
La anterior sugerencia resulta punto de coincidencia con los empeños
de procesos que marcan el rumbo en el continente, y cuyos detractores
califican de populista la impronta social de gobiernos como los de
Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Programas como las “misiones”, que en la tierra de Hugo Chávez
expanden los derechos a la educación, la salud, al empleo y la vivienda,
por mencionar algunas, han elevado la calidad vida de ese pueblo.
Totalmente distinto es el panorama venezolano actual respecto al que
provocó el estallido popular conocido como El Caracazo, el 27 de febrero
de 1989.
Ese día miles de personas se sublevaron contra la asfixia provocada
por políticas neoliberales y prácticas corruptas del gobierno de Carlos
Andrés Pérez.
Para entonces, el 80 por ciento de la población vivía bajo el umbral
de la pobreza, reducida hoy al 21,2 por ciento y en seis por ciento la
pobreza extrema.
Son realidades como esta las que obvian voceros de la derecha,
incluidos medios de comunicación privados, en permanente campaña para
descalificar a la revolución bolivariana.
Recientemente el diario El Nuevo Herald titulaba desde Miami que “el
modelo chavista se va a pique”, obviando que la economía venezolana
creció cinco por ciento el pasado año.
Y si para Hugo Chávez la “razón amorosa” explicaba su relación con el
pueblo, para John Paul Rathbone, editor para América Latina del diario
Financial Times, con la muerte del líder bolivariano “surgen dudas sobre
el futuro de esta rama populista”.
En la misma tónica anda el expresidente uruguayo Julio María
Sanguinetti, quien declaró al diario peruano El Comercio que “el
socialismo del siglo XXI es solo un rótulo populista”.
Otro a quien le endilgan la etiqueta es a Rafael Correa, quien ganó
en noviembre de 2006 sus primeros comicios presidenciales luego de una
década de franca ingobernabilidad en Ecuador.
Antes habían sido derrocados por insurrecciones populares Abdalá
Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, en medio de la quiebra masiva
del sistema financiero, huelgas generales y levantamientos indígenas.
Correa, en su discurso de toma de posesión anunciaba entonces la
“lucha por una Revolución Ciudadana, consistente en el cambio radical,
profundo y rápido del sistema político, económico y social vigente”.
Esas transformaciones han colocado a Ecuador entre los países que más
aceleradamente esta cerrando la brecha social que antes provocó la
emigración de miles y miles de sus ciudadanos.
Mientras en Europa la crisis provoca desempleo y desahucios, en Quito
el gobierno implementa programas para facilitar el retorno de sus
emigrados, atacar la pobreza, la insalubridad y expandir la educación.
Agenda Patriótica 2025 es, por su parte, la propuesta del presidente
Evo Morales para construir la Bolivia del futuro, basada en la ejecución
de proyectos y planes de desarrollo económico y social.
Entre sus metas se encuentran la erradicación de la extrema pobreza;
la socialización y universalización de los servicios básicos de salud,
educación y deportes.
Y aunque los índices socioeconómicos de Bolivia mejoran de año en
año, para los enemigos del presidente indígena, sus políticas son
contrarias a la ley del mercado y, por tanto, destinadas al fracaso.
Pero más allá de las campañas por desdibujar el legado de Chávez, y
por satanizar a Rafael Correa y a Evo Morales, la alta tasa de
aprobación a sus políticas confirman que, en Latinoamérica, el cambio de
época pasa por la inversión social.
Tomado de aquí.
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