Acá van dos reflexiones de Fidel Castro escritas en julio de 2008. La primera parte es muy interesante para tener una aproximación sustancial a la historia de Corea. La segunda parte avanza sobre lo planteado en la primera aunque nos encontramos con comentarios vinculados a la situación puntual de la relación entre Corea y China y la energía atómica. Hay comentarios sobre América Latina que también podrían relativizarse.
Sin desperdicios!!!!
La nación coreana, con su peculiar cultura que la diferencia de
sus vecinos chinos y japoneses, existe desde hace tres mil años. Son
características típicas de las sociedades de esa región asiática,
incluidas la china, la vietnamita y otras. Nada parecido se observa
en las culturas occidentales, algunas con menos de 250 años.
Los japoneses habían arrebatado a China en la guerra de 1894 el
control que ejercía sobre la dinastía coreana y convirtieron su
territorio en una colonia de Japón. Por acuerdo entre Estados Unidos
y las autoridades coreanas, el protestantismo fue introducido en ese
país en el año 1892. Por otro lado, el catolicismo había penetrado
igualmente en ese siglo a través de las misiones. Se calcula que
actualmente en Corea del Sur alrededor del 25 por ciento de la
población es cristiana y una cifra similar es budista. La filosofía
de Confucio ejerció gran influencia en el espíritu de los coreanos,
que no se caracterizan por las prácticas fanáticas de la religión.
Dos importantes figuras ocuparon los primeros planos de la vida
política de esa nación en el siglo XX. Syngman Rhee, que nace en
marzo de 1875, y Kim Il Sung 37 años después, en abril de 1912.
Ambas personalidades, de distinto origen social, se enfrentaron a
partir de circunstancias históricas ajenas a ellos.
Los cristianos se oponían al sistema colonial japonés, entre
ellos Syngman Rhee, que era practicante activo del protestantismo.
Corea cambió de status: Japón anexó su territorio en 1910. Años más
tarde, en 1919, Rhee fue nombrado Presidente del Gobierno
Provisional en el exilio, con sede en Shanghai, China. Nunca empleó
las armas contra los invasores. La Liga de las Naciones, en Ginebra,
no le prestó atención.
El imperio japonés fue brutalmente represivo con la población de
Corea. Los patriotas resistieron con las armas la política
colonialista de Japón y lograron liberar una pequeña zona en los
terrenos montañosos del Norte, durante los últimos años de la década
de 1890.
Kim Il Sung, nacido en las proximidades de Pyongyang, a los 18
años se incorporó a las guerrillas comunistas coreanas que luchaban
contra los japoneses. En su activa vida revolucionaria alcanzó la
jefatura política y militar de los combatientes antijaponeses del
Norte de Corea, cuando sólo tenía 33 años de edad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidió el
destino de Corea en la posguerra. Entró en la contienda cuando fue
atacado por una criatura suya, el Imperio del Sol Naciente, cuyas
herméticas puertas feudales abrió el Comodoro Perry en la primera
mitad del siglo XIX apuntando con sus cañones al extraño país
asiático que se negaba a comerciar con Norteamérica.
El aventajado discípulo se convirtió más tarde en un poderoso
rival, como ya expliqué en otra ocasión. Japón golpeó sucesivamente
décadas más tarde a China y Rusia, apoderándose adicionalmente de
Corea. No obstante fue astuto aliado de los vencedores en la Primera
Guerra Mundial a costa de China. Acumuló fuerzas y, convertido en
una versión asiática del nazifascismo, intentó ocupar el territorio
de China en 1937 y atacó a Estados Unidos en diciembre de 1941;
llevó la guerra al Sudeste Asiático y a Oceanía.
Los dominios coloniales de Gran Bretaña, Francia, Holanda y
Portugal en la región estaban condenados a desaparecer y Estados
Unidos surgía como la potencia más poderosa del planeta, resistida
sólo por la Unión Soviética, entonces destruida por la Segunda
Guerra Mundial y las cuantiosas pérdidas materiales y humanas que le
ocasionó el ataque nazi. La Revolución china estaba por concluir en
1945 cuando la matanza mundial cesó. El combate unitario antijaponés
ocupaba entonces sus energías. Mao, Ho Chi Minh, Gandhi, Sukarno y
otros líderes prosiguieron después su lucha contra la restauración
del viejo orden mundial que era ya insostenible.
Truman lanzó contra dos ciudades civiles japonesas la bomba
atómica, arma nueva terriblemente destructiva de cuya existencia,
como se ha explicado, no había informado al aliado soviético, el
país que más contribuyó a la destrucción del fascismo. Nada
justificaba el genocidio cometido, ni siquiera el hecho de que la
tenaz resistencia japonesa había costado la vida a casi 15 mil
soldados norteamericanos en la isla japonesa de Okinawa. Ya Japón
estaba derrotado y tal arma, lanzada contra un objetivo militar,
habría tenido más tarde o más temprano el mismo efecto
desmoralizador en el militarismo japonés sin nuevas bajas para los
soldados de Estados Unidos. Fue un acto incalificable de terror.
Los soldados soviéticos avanzaban sobre Manchuria y el Norte de
Corea, tal como lo habían prometido al cesar los combates en Europa.
Los aliados habían definido previamente hasta qué punto llegaría
cada fuerza. En la mitad de Corea estaría la línea divisoria,
equidistante entre el río Yalu y el Sur de la península. El gobierno
norteamericano negoció con los japoneses las normas que regirían la
rendición de las tropas en su propio territorio. Japón sería ocupado
por Estados Unidos. En Corea, anexada a Japón, permanecía una gran
fuerza del poderoso ejército japonés. En el Sur del Paralelo 38,
límite divisorio establecido, prevalecerían los intereses de Estados
Unidos. Syngman Rhee, reincorporado a esa parte del territorio por
el gobierno de Estados Unidos, fue el líder al que apoyó, con la
cooperación abierta de los japoneses. Ganó así las reñidas
elecciones de 1948. Los soldados del Ejército Soviético se habían
retirado de Corea del Norte ese año.
El 25 de junio de 1950 estalló la guerra en el país. Todavía se
discute quién realizó el primer disparo, si los combatientes del
Norte o los soldados norteamericanos que montaban guardia junto a
los soldados reclutados por Rhee. La discusión carece de sentido si
se analiza desde el ángulo coreano. Los combatientes de Kim Il Sung
lucharon contra los japoneses por la liberación de toda Corea. Sus
fuerzas avanzaron incontenibles hasta las proximidades del extremo
Sur, donde los yanquis se defendían con el apoyo masivo de sus
aviones de ataque. Seúl y otras ciudades habían sido ocupadas.
McArthur, jefe de las fuerzas norteamericanas del Pacífico, decidió
ordenar un desembarco de la infantería de Marina por Incheon, en la
retaguardia de las fuerzas del Norte, que estas no podían ya
contrarrestar. Pyongyang cayó en manos de las fuerzas yanquis,
precedidas por devastadores ataques aéreos. Ello impulsó la idea por
parte del mando militar norteamericano en el Pacífico de ocupar toda
Corea, ya que el Ejército de Liberación Popular de China, dirigido
por Mao Zedong, había infligido una derrota aplastante a las fuerzas
proyanquis de Chiang Kai-shek, abastecidas y apoyadas por Estados
Unidos. Todo el territorio continental y marítimo de ese gran país
había sido recuperado, con excepción de Taipei y algunas otras
pequeñas islas próximas donde se refugiaron las fuerzas del
Kuomintang, transportadas por naves de la Sexta Flota.
La historia de lo ocurrido entonces se conoce hoy bien. No
olvidar que Boris Yeltsin entregó a Washington, entre otras cosas,
los archivos de la Unión Soviética.
¿Qué hizo Estados Unidos cuando estalló el conflicto
prácticamente inevitable bajo las premisas creadas en Corea?
Presentó a la parte norte de ese país como agresora. El Consejo de
Seguridad de la recién creada Organización de Naciones Unidas,
promovida por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial,
aprobó la resolución sin que uno de los cinco miembros pudiera
vetarla. En esos precisos meses la URSS se había manifestado
inconforme con la exclusión de China en el Consejo de Seguridad,
donde Estados Unidos reconocía a Chiang Kai-shek, con menos del 0,3
por ciento del territorio nacional y menos del 2 por ciento de la
población, como miembro del Consejo de Seguridad con derecho al
veto. Tal arbitrariedad condujo a la ausencia del delegado ruso, a
consecuencia de lo cual se produjo el acuerdo de ese Consejo dando a
la guerra el carácter de una acción militar de la ONU contra el
presunto agresor: la República Popular de Corea. China, ajena por
completo al conflicto, que afectaba su lucha inconclusa por la
liberación total del país, vio cernirse la amenaza directa contra su
propio territorio, lo cual era inaceptable para su seguridad. Según
datos publicados, envió al primer ministro Zhou Enlai a Moscú, para
expresar a Stalin su punto de vista sobre lo inadmisible que era la
presencia de fuerzas de la ONU bajo el mando de Estados Unidos en
las riberas del río Yalu, que delimita la frontera de Corea con
China, y solicitarle la cooperación soviética. No existían entonces
contradicciones profundas entre los dos gigantes socialistas.
El contragolpe chino se afirma que estaba planeado para el 13 de
octubre y Mao lo pospuso para el 19, esperando la respuesta
soviética. Era el máximo que podía dilatarlo.
Pienso concluir esta reflexión el próximo viernes. Es un tema
complejo y trabajoso, que demanda especial cuidado y datos tan
precisos como sea posible. Son hechos históricos que deben conocerse
y recordarse.
Fidel Castro Ruz
Julio 22 de 2008
9 y 22 p.m.
Julio 22 de 2008
9 y 22 p.m.
El 19 de octubre de 1950 más de 400 mil combatientes
voluntarios chinos, cumpliendo las instrucciones de Mao Zedong,
cruzaron el Yalu y salieron al paso de las tropas de Estados Unidos
que avanzaban hacia la frontera china. Las unidades norteamericanas,
sorprendidas por la enérgica acción del país al que habían
subestimado, se vieron obligadas a retroceder hasta las proximidades
de la costa sur, bajo el empuje de las fuerzas combinadas de chinos
y coreanos del Norte. Stalin, que era sumamente cauteloso, prestó
una cooperación mucho menor que lo que esperaba Mao, aunque valiosa,
mediante el envío de aviones MiG-15 con pilotos soviéticos, en un
frente limitado de 98 kilómetros, que en la etapa inicial
protegieron a las fuerzas de tierra en su intrépido avance.
Pyongyang fue de nuevo recuperado y Seúl ocupado otra vez,
desafiando el incesante ataque de la fuerza aérea de Estados Unidos,
la más poderosa que ha existido nunca.
MacArthur estaba ansioso por atacar a China con el
empleo de las armas atómicas. Demandó su uso tras la bochornosa
derrota sufrida. El presidente Truman se vio obligado a sustituirlo
del mando y nombrar al general Matthews Ridgway como jefe de las
fuerzas de aire, mar y tierra de Estados Unidos en el teatro de
operaciones. En la aventura imperialista de Corea participaron,
junto a Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Países Bajos,
Bélgica, Luxemburgo, Grecia, Canadá, Turquía, Etiopía, Sudáfrica,
Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y Colombia. Este país
fue el único participante por América Latina, bajo el gobierno
unitario del conservador Laureano Gómez, responsable de matanzas
masivas de campesinos. Con ella, como se vio, participaron la
Etiopía de Haile Selassie, donde todavía existía la esclavitud, y la
Sudáfrica gobernada por los racistas blancos.
Hacía apenas cinco años que la matanza mundial
iniciada en septiembre de 1939 había concluido, en agosto de 1945.
Después de sangrientos combates en el territorio coreano, el
Paralelo 38 volvió a ser el límite entre el Norte y el Sur. Se
calcula que murieron en esa guerra cerca de dos millones de coreanos
del Norte, entre medio millón o un millón de chinos y más de un
millón de soldados aliados. Por parte de Estados Unidos perdieron la
vida alrededor de 44 mil soldados; no pocos de ellos eran nacidos en
Puerto Rico u otros países latinoamericanos, reclutados para
participar en una guerra a la que los llevó la condición de
inmigrantes pobres.
Japón obtuvo grandes ventajas de esa contienda; en
un año, la manufactura creció un 50%, y en dos recuperó la
producción alcanzada antes de la guerra. No cambió, sin embargo, la
percepción de los genocidios cometidos por las tropas imperiales en
China y Corea. Los gobiernos de Japón han rendido culto a los actos
genocidas de sus soldados, que en China habían violado a decenas de
miles de mujeres y asesinaron brutalmente a cientos de miles de
personas, como ya se explicó en una reflexión.
Sumamente laboriosos y tenaces, los japoneses han
convertido su país, desprovisto de petróleo y otras materias primas
importantes, en la segunda potencia económica del mundo.
El PIB de Japón, medido en términos capitalistas
—aunque los datos varían según las fuentes occidentales—, asciende
hoy a más de 4,5 millones de millones de dólares, y sus reservas en
divisas alcanzan más de un millón de millones. Es todavía el doble
del PIB de China, 2,2 millones de millones, aunque esta posee un 50%
más de reservas en moneda convertible que ese país. El PIB de
Estados Unidos, 12,4 millones de millones, con 34,6 veces más
territorio y 2,3 veces más población, es apenas tres veces mayor que
el de Japón. Su gobierno es hoy uno de los principales aliados del
imperialismo, cuando este se halla amenazado por la recesión
económica y las armas sofisticadas de la superpotencia se esgrimen
contra la seguridad de la especie humana.
Son lecciones imborrables de la historia.
La guerra, en cambio, afectó considerablemente a
China. Truman dio órdenes a la VI Flota de impedir el desembarco de
las fuerzas revolucionarias chinas que culminarían la liberación
total del país con la recuperación del 0,3 por ciento de su
territorio, que había sido ocupado por el resto de las fuerzas pro
yanquis de Chiang Kai-shek que hacia allí se fugaron.
Las relaciones chino-soviéticas se deterioraron
después, tras la muerte de Stalin, en marzo de 1953. El movimiento
revolucionario se dividió en casi todas partes. El llamamiento
dramático de Ho Chi Minh dejó constancia del daño ocasionado, y el
imperialismo, con su enorme aparato mediático, atizó el fuego del
extremismo de los falsos teóricos revolucionarios, un tema en el que
los órganos de inteligencia de Estados Unidos se convirtieron en
expertos.
A Corea del Norte le había correspondido, en la
arbitraria división, la parte más accidentada del país. Cada gramo
de alimento tenía que obtenerlo a costa de sudor y sacrificio. De
Pyongyang, la capital, no quedó piedra sobre piedra. Un elevado
número de heridos y mutilados de guerra debían ser atendidos.
Estaban bloqueados y sin recursos. La URSS y los demás Estados del
campo socialista se reconstruían.
Cuando llegué el 7 de marzo de 1986 a la República
Popular Democrática de Corea, casi 33 años después de la destrucción
que dejó la guerra, era difícil creer lo que allí sucedió. Aquel
pueblo heroico había construido infinidad de obras: grandes y
pequeñas presas y canales para acumular agua, producir electricidad,
abastecer ciudades y regar los campos; termoeléctricas, importantes
industrias mecánicas y de otras ramas, muchas de ellas bajo tierra,
enclavadas en las profundidades de las rocas a base de trabajo duro
y metódico. Por falta de cobre y aluminio se vieron obligados a
utilizar incluso hierro en líneas de transmisión devoradoras de
energía eléctrica, que en parte procedía de la hulla. La capital y
otras ciudades arrasadas fueron construidas metro a metro. Calculé
millones de viviendas nuevas en áreas urbanas y rurales y decenas de
miles de instalaciones de servicios de todo tipo. Infinitas horas de
trabajo estaban convertidas en piedra, cemento, acero, madera,
productos sintéticos y equipos. Las siembras que pude observar,
dondequiera que fui, parecían jardines. Un pueblo bien vestido,
organizado y entusiasta estaba en todas partes, recibiendo al
visitante. Merecía la cooperación y la paz.
No hubo tema que no discutiera con mi ilustre
anfitrión Kim Il Sung. No lo olvidaré.
Corea quedó dividida en dos partes por una línea
imaginaria. El Sur vivió una experiencia distinta. Era la parte más
poblada y sufrió menos destrucción en aquella guerra. La presencia
de una enorme fuerza militar extranjera requería el suministro de
productos locales manufacturados y otros, que iban desde la
artesanía hasta las frutas y vegetales frescos, además de los
servicios. Los gastos militares de los aliados eran enormes. Lo
mismo ocurrió cuando Estados Unidos decidió mantener indefinidamente
una gran fuerza militar. Las transnacionales de Occidente y de Japón
invirtieron en los años de la Guerra Fría considerables sumas,
extrayendo riquezas sin límites del sudor de los surcoreanos, un
pueblo igualmente laborioso y abnegado como sus hermanos del Norte.
Los grandes mercados del mundo estuvieron abiertos a sus productos.
No estaban bloqueados. Hoy el país alcanza elevados niveles de
tecnología y productividad. Ha sufrido las crisis económicas de
Occidente, que dieron lugar a la adquisición de muchas empresas
surcoreanas por las transnacionales. El carácter austero de su
pueblo le ha permitido al Estado la acumulación de importantes
reservas en divisas. Hoy soporta la depresión económica de Estados
Unidos, en especial los elevados precios de combustibles y
alimentos, y las presiones inflacionarias derivadas de ambos.
El PIB de Corea del Sur, 787 mil 600 millones de
dólares, es igual al de Brasil (796 mil millones) y México (768 mil
millones), ambos con abundantes recursos de hidrocarburos y
poblaciones incomparablemente mayores. El imperialismo impuso a las
mencionadas naciones su sistema. Dos quedaron rezagadas; la otra
avanzó mucho más.
De Corea del Sur apenas emigran a Occidente; de
México, lo hacen en masa hacia el actual territorio de Estados
Unidos; de Brasil, Suramérica y Centroamérica, a todas partes,
atraídos por la necesidad de empleo y la propaganda consumista.
Ahora los retribuyen con normas rigurosas y despectivas.
La posición de principios sobre las armas nucleares
suscrita por Cuba en el Movimiento de Países No Alineados,
ratificada en la Conferencia Cumbre de La Habana en agosto de 2006,
es conocida.
Saludé por primera vez al actual líder de la
República Popular Democrática de Corea, Kim Jong Il, cuando arribé
al aeropuerto de Pyongyang y él estaba discretamente situado a un
lado de la alfombra roja cerca de su padre. Cuba mantiene con su
gobierno excelentes relaciones.
Al desaparecer la URSS y el campo socialista, la
República Popular Democrática de Corea perdió importantes mercados y
fuentes de suministros de petróleo, materias primas y equipos. Al
igual que para nosotros, las consecuencias fueron muy duras. El
progreso alcanzado con grandes sacrificios se vio amenazado. A pesar
de eso, mostraron la capacidad de producir el arma nuclear.
Cuando se produjo hace alrededor de un año el ensayo
pertinente, le transmitimos al Gobierno de Corea del Norte nuestros
puntos de vista sobre el daño que ello podía ocasionar a los países
pobres del Tercer Mundo que libraban una lucha desigual y difícil
contra los planes del imperialismo en una hora decisiva para el
mundo. Tal vez no fuera necesario hacerlo. Kim Jong Il, llegado a
ese punto, había decidido de antemano lo que debía hacer, tomando en
cuenta los factores geográficos y estratégicos de la región.
Nos satisface la declaración de Corea del Norte
sobre la disposición de suspender su programa de armas nucleares.
Esto no tiene nada que ver con los crímenes y chantajes de Bush, que
ahora se jacta de la declaración coreana como éxito de su política
de genocidio. El gesto de Corea del Norte no era para el gobierno de
Estados Unidos, ante el cual no cedió nunca, sino para China, país
vecino y amigo, cuya seguridad y desarrollo es vital para los dos
Estados.
A los países del Tercer Mundo les interesa la
amistad y cooperación entre China y ambas partes de Corea, cuya
unión no tiene que ser necesariamente una a costa de la otra, como
ocurrió en Alemania, hoy aliada de Estados Unidos en la OTAN. Paso a
paso, sin prisa pero sin tregua, como corresponde a su cultura y a
su historia, seguirán tejiéndose los lazos que unirán a las dos
Coreas. Con la del Sur desarrollamos progresivamente nuestros
vínculos; con la del Norte han existido siempre y continuaremos
fortaleciéndolos.
Fidel Castro Ruz
Julio 24 de 2008
6 y 18 p.m.
No hay comentarios:
Publicar un comentario