Ella podía fornicar como una máquina durante cuatro días y cuatro noches y seguir pensando en instrumentos para el juego y en bañarse toda de chocolate con whisky o salsa de tomate o cuanta cosa más.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Instalada allí, no sabía de límites ni se daba respiro. Arriba del techo, haciendo banderolas con los calzones, se arrojaba con los ojos apretados y el resto que lo dijeran los oráculos, si podían. Sin embargo entre capítulos y ciclos. Durante días o semanas o meses podía irse para adentro y clausurar su cuerpo como un acordeón en desuso.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Sostenía que estábamos en la "Última Cena", pero sólo comiéndonos las uñas, y no quedaba otra que dormirte siempre con un ojo abierto y un pie en tierra, por si acaso, y con las orejas amarradas con alambre para que ninguna se fuese a quedar olvidada en algún teléfono público.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
A menudo nos cansábamos del otro, pero ella se cansaba más. "Tu cuerpo se repite", decía, desconsolada, confundida, y era entonces cuando el tiempo hacía una de las suyas, la tarde no era suficiente, la noche había pasado y fallaba el despertador.
Ni en mi mayor punto de ira podía negar los talentos de ella.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Su creatividad era el antítesis del tipo que se aprende las posiciones del Kamasutra y que se pone a practicarlas. Cuando agarraba vuelo era como llegar en smoking y hawayanas al entierro de un humorista sin trabajo y pedir dinero prestado.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Pero estos arrestos le duraban sólo días o un par de semanas. Cuando ella decía "tu cuerpo se repite", estaba acusando a su vieja, al Profesor Enrique Moleto, a la pequeña Lulú, a Sor Teresa, a Freud, al siglo XXI y a lo que nunca le dijeron. La caprichosa historia hizo que todas las Natalias del mundo fueran diosas, digo yo, y las dejaron masticando ese poder que no pidieron y detestan tanto.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Los dioses se aburren y por eso inventan las religiones. En las crisis ella arrojaba una espuma extraña y despotricaba por la insuficiencia y porque detestaba el femenino rol de ocultamiento y defensa del que no podía escapar y porque juraba furiosa que si Dios hubiese existido era un tipo machista, barbón y malhablado.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Éste era el tipo de confusos razonamientos que ella dejaba caer en la mesa del desayuno cuando partía cerrando con un portazo y no volvía en semanas, buscando en otros cuerpos lo que tampoco hubiese podido encontrar en los infiernos.
Con el tiempo ella aprendió a esconderse en su boina de Ernesto Guevara y en las fotografías de los poetas muertos en el muro. Los líos de la cama para ella podían ser una discreta operación de silencios y elipsis. Todo lo que podíamos decirnos era a través de las yemas de los dedos; lo demás había quedado en el mantel con los restos del arrollado, el picante y los bajativos.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
Sólo cabía el paréntesis de mi torpeza, nuestras torpezas. O invocaciones ternurientas de ella a mi femenino: decía haberse enamorado de todas las mujeres que me habitaban, y podía deleitarse al descubrirse ejerciendo el rol del hijoputa que instala a la sobrina en las rodillas y sudando y temblando le muestra con los dedos todos los secretos que dicen que tiene el mundo
Pero en otras venía la voltarera y lo padecían los vecinos. Ella entonces era una guerrilla de vocablos y nadie podía detenerla. Se rompía en un nudo de obscenidades del que sólo podía salir cuando desde alguna parte aparecía un calzón o un pañuelo blanco implorando una tregua.
[b][c=4].Esther.[/c][/b] dice:
La verdad es que era feroz, pero el orden del mundo estaba en esos alaridos y había que seguir hasta las últimas, aunque capituláramos en el intento. A veces, claro, no me quedaba más que insultarla y decirle que se fuera a la mierda. Me había hastiado, tenía el sexo hecho un guiñapo y del espinazo ni hablemos.
Horas después me despertaba, restaurado, grande, ligero: los mares y las colinas estaban otra vez en su lugar, y de nuevo los placeres y los días tenían orden en el universo. Entonces alcanzaba una copa, me reía mirando el techo, pensaba en cómo quiero a mis amigos, convocaba a Dizzy, preparaba la máquina de escribir y me detestaba menos que nunca. Ella me había dejado ese poder y se había ido. No me era dificil imaginarla errando por la ciudad, celebrando la soledad y bebiendo por todo lo inalcanzable, por su ovario izquierdo, por los destinos imposibles, por lo que nunca conocimos.
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