El pedido diluviano iba andando, como profeta desmedido de los tiempos abultados. Un sin fin de niños y niñas parias. Una fiesta pluvial, sangre a la vista. Un último resquicio para vivir la locura, soliviantar la apoplejía, quererte. Se escribía en páginas de olvido lo todo diluviano y desmedido. Se hacía notar, carente de sentido, el santo sepulcral y la alabanza. En vistas de mirar lo sorprendido, esconderse en la sombra, en lo partido; siempre y cuando se albergue la estadía, me muestre cansador la algarabía, le regale al hombre uno por día, se haga madre de Dios su pasantía.
Vuelve redentor primero,
al poeta menor,
sangre aterida.
Detente en la pradera suburbana,
a sangrar los detalles,
hacerte sombra, Sol, distante.
¡Qué te despierte a las piñas
el amor echo olvido!
Que no te toque la tierra,
ni te despierte asaltado,
ni hunda en tu todo la virtud.
Te recuerdo tantas veces tan profundo,
te miro mirador, hembra subtierra,
golpea ti pura nieve tu simiente,
elude la pregunta primera,
pasa de lado,
deja que el viento te lleve lucha,
a fulminar al ojo paridor de lo contrario.
Que toda tu intención se vuelva horario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario