Por Alfredo Zaiat
El
documento del Banco Mundial “La disminución de la desigualdad en América
latina en la década de 2000. Los casos de Argentina, Brasil y México”
ofrece un oportuno análisis para comprender el ciclo político abierto en
la región que sectores conservadores combaten con perplejidad, porque
tienen el poder económico, los grandes medios de comunicación, ahora
también capacidad de movilización y la voluntad de orientar la agenda
pública, pero no logran debilitarlo, ni en la gestión diaria ni a la
hora del recuento de votos. No lo han conseguido por el momento debido a
que, pese a lo que afirman representantes de la derecha y de la
izquierda, la mayoría de la población en Latinoamérica, postergada por
décadas de neoliberalismo, hoy están mejor que ayer. El trabajo de
investigación, presentado el mes pasado por el área de Pobreza, Equidad y
Género, América Latina y el Caribe del Banco Mundial, destaca que de
los 17 países para los que existen datos comparables, 13 experimentaron
un descenso de la desigualdad en términos del coeficiente de Gini,
mientras que aumentó en otras partes del mundo, como en China, India,
Estados Unidos y Europa.
En el conjunto de los 17 países de la región estudiados, el
coeficiente de Gini para los ingresos per cápita de los hogares
disminuyó del promedio ponderado 0,530 a finales de 1990 a 0,497 en 2010
(indicador entre 0 y 1, en donde 0 se corresponde con la perfecta
igualdad –todos tienen los mismos ingresos– y donde el valor 1 es la
máxima desigualdad). Los autores Nora Lustig, Luis F. López-Calva y
Eduardo Ortiz-Juárez señalan que la magnitud de esa declinación es muy
relevante en un continente marcado por la desigualdad. Mencionan que en
11 de esos países la disminución de la desigualdad en la década de 2000
fue mayor que el aumento en la década de 1990. El caso de Argentina es
el de las variaciones más pronunciadas, con empeoramiento del
coeficiente de Gini en 8,2 por ciento en el período 1992-2002, y mejora
del 9,0 por ciento en el lapso 2002-2010, porcentajes muy por encima del
promedio registrado en ese grupo de países. En los años posteriores
continuó la mejora, hasta ubicarse en 0,375 en el primer trimestre de
este año.
El estudio del BM indica que los motivos de la desigualdad en
América latina están relacionados con el comportamiento de “las elites
depredadoras (textual en el texto: linked to state-capture on the part
of predatory elites), las imperfecciones del mercado de capitales, la
desigualdad de oportunidades (en particular, en términos de acceso a la
educación de alta calidad), la segmentación del mercado laboral y la
discriminación contra las mujeres y los no blancos”.
La región se ha destacado históricamente en la comparación
internacional por ser el continente de más alta y persistente
desigualdad en el ingreso. Desde el 2000, en coincidencia con la
irrupción de gobiernos progresistas –en su más amplia definición–, la
desigualdad empezó a caer, según el documento del Banco Mundial. Este
proceso permite comprender la adhesión mayoritaria de los sectores
postergados a los gobiernos resistidos por las influyentes capas medias y
altas.
La explicación de los investigadores de la disminución de la desigualdad es por dos razones principales:
1) la caída en la brecha de ingresos entre los trabajadores calificados y los poco calificados, y
2) el aumento de las trasferencias de dinero del Estado a los pobres.
La reducción de la brecha de ingresos se debió principalmente a la
expansión de la cobertura en educación básica que se ha dado durante las
últimas dos décadas. Mencionan que también fue por el resultado de la
desaparición del efecto generado por el cambio tecnológico de los
noventa, el cual demandaba trabajadores con habilidades específicas.
El análisis particular de la Argentina sugiere que la expansión del
empleo, por la fuerte recuperación económica, fue un aspecto importante,
además de la disminución de la desigualdad en los ingresos laborales.
No fue así en Brasil y México.
Las transferencias del Estado a los pobres es el segundo efecto
igualador. En México fue la expansión de la cobertura del programa
Progresa/Oportunidades que implica giro de dinero en efectivo abarcando a
unos 5,8 millones de hogares, equivalente al 19 por ciento del total de
hogares en 2012. En Brasil, el plan Bolsa Familia explica la caída de
la desigualdad por ingresos, al ampliar a casi el 30 por ciento de la
población brasileña la que recibe aportes del sistema de seguridad
social. De 1998 a 2009, el coeficiente de Gini disminuyó de 0,592 a
0,537, que representa una mejora de 5,4 por ciento. Por su parte, en
Argentina actuó como un potente igualador de ingresos el Plan Jefes y
Jefas de Hogar desocupados, luego la Asignación Universal por Hijo y la
ampliación de la cobertura provisional a personas en edad de jubilarse
sin los aportes correspondientes.
Después de analizar esos dos factores igualadores de ingresos que
intervinieron en la primera década del nuevo siglo en Latinoamérica, los
investigadores avisan que “el impulso redistributivo puede ser difícil
de sostener”. Señalan que si bien el nivel de instrucción se ha vuelto
significativamente más equitativo, no puede decirse lo mismo de la
distribución de la calidad de la educación. “La experiencia de los
Estados Unidos debería servir a América latina como una advertencia”, al
explicar que en ese país la desigualdad de ingresos aumentó
significativamente desde la década de 1980 debido a esa divergencia
entre cobertura y calidad educativa, como credencial de entrada al mundo
laboral. La baja calidad de la educación en el nivel secundario derivó
en que muchos graduados no estuvieran “listos para la universidad”,
estancándose la mejora de las cualidades laborales. Lo que no se detalla
en esa investigación es que el ingreso a las universidades
estadounidenses es restrictivo por los elevados aranceles, al igual que
en varias universidades de la región. No es el caso de la universidad
pública en Argentina.
Para sostener la igualdad a través del tiempo se requiere un
esfuerzo permanente de redistribución a través del gasto público
progresivo y de impuestos a los ingresos altos. La experiencia indica
que la política fiscal progresiva es consistente con la prosperidad. Los
gobiernos latinoamericanos que lograron romper con la histórica
tendencia al aumento de la desigualdad en la década de 2000 tienen
entonces el desafío de mantener ese proceso de avance de las condiciones
materiales de los pobres con gasto público e impuestos progresivos y
con la mejora en la calidad de los servicios públicos, como la
educación, clave para continuar en el tránsito hacia sociedades más
equitativas.
Tomado de aquí.
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