La modernización es un proceso que se da en el ámbito de la economía, la cultura y lo social en general. Muchas veces relacionada con la modernidad, la modernización es el mecanismo por el cual se lograrían los más altos postulados de la época moderna. Según R.Follari, este proceso habría tenido consumación en Europa y ya estaría completamente estudiado, aunque no pasaría lo mismo en Latinoamérica en donde aún se encuentra en “desarrollo”. De la mano de esta dinámica suelen darse las discusiones más bien políticas sobre los “modelos de país”.
Existe una cierta confusión entre la noción de modernización y quiénes serían aquellos que la promoverían. El epistemólogo mendocino dirá que: “a quienes proponen la modernización suele llamárselos ‘posmodernos’, probablemente porque han renunciado a la noción de revolución social, y en esto coinciden con el talante ‘blando’ posmoderno. Pero la equiparación es errónea, en cuanto la posmodernidad parte de la apuesta fuerte por pluralidad social y multiplicidad de lenguajes, mientras la de modernización, de la funcionalización de la sociedad como sistema regulado. La primera desconfía de la razón, la segunda es una propuesta de racionalización ‘progresiva’ y teleológica de corte tradicional. La primera asume frente a la tecnología una resignada distancia, la segunda la reivindica como fuente de recuperación en lo económico y cultural.” (Follari, 1990: 149) Luego puede pensarse en quiénes son los que promueven este proceso y desde qué lugar lo hacen. Siguiendo la proposición de nuestro autor, cierta modernización en lo económico impulsada por EEUU a finales de 1990 no significaba otra cosa que una forma de dominación estratégica que, a partir del “pedido” de “apertura” de las fronteras y teniendo a su favor el alto endeudamiento de los países latinoamericanos, ponía los cimientos para avanzar sobre la construcción de un “mercado mundial”.
Sin embargo, lo anterior no significa que no deba pensarse en cierta modernización necesaria habida cuenta de lo útil que resulta la construcción de un proyecto general en donde lo técnico-tecnológico pueda cumplir un papel importante. Pero, la asunción de “una” modernización nos llevaría a aceptar “una” modernidad y, eso, desde países periféricos, sería aceptar el triple comando mundial EEUU-China-Alemania. Por otro lado, cierta hegemonía de la tecnología (y toda la ciencia que la constituye y justifica) sobre otras formas de interacción y construcción de lo social-afectivo ha generado varias desvinculaciones societales, en donde la máquina ha sustituido al ser humano provocando severas modificaciones en la subjetividad contemporánea.
En su momento, cuando debía imponerse un nuevo modelo económico en el subcontinente y las condiciones no eran propicias, EEUU no dudó en financiar y organizar un sistema de dictaduras militares para la región, apoyadas en ciertos sectores de la sociedad civil local. Luego de estos procesos, los mecanismos de imposición debieron ser otros; en donde débiles democracias regionales abrieron sus puertas al Capital Transnacional en un proceso de privatizaciones y achicamiento de las funciones de los Estados. Toda la década del ’90 ha tenido estas características en Latinoamérica. R. Follari, después de realizar un breve análisis sobre la modernización y el gobierno de Raúl Alfonsin en Argentina (1983-1989), expone la lógica del diagnóstico pro-modernizador y sus soluciones:
… Se trataba de eliminar los comportamientos “irracionales” y autoritarios, o hacerlos residuales y controlables, a fin de permitir un sistema político democrático estable. La idea principal es que las interrupciones a la democracia provienen de hábitos fundamentalistas, ajenos al pluralismo, al respeto por las normas institucionales y al pacto social. Estos comportamientos corporativos o mesiánicos (estos últimos adjudicados a la izquierda revolucionaria y las instituciones castrenses) responden a una mentalidad no-modernizada, tradicional, en cuanto incapaz de pensar una no-continuidad entre su propia intencionalidad y las mediaciones sociales para cumplimentarla.
Hecho este diagnóstico, se impone entonces favorecer e impulsar un proceso de racionalización progresiva de los comportamientos sociales y políticos: esto sería la modernización. Impulsarla sería propender a una mentalidad más pragmática y tolerante, menos principista y “dura”: en esto colaborarían modificaciones materiales-económicas, por un lado, y la insistencia en un discurso racionalizado él mismo y que remarca la necesidad de la pluralidad, el consenso, la “laicización” de la discusión pública sin principios absolutos ni verdades supuestamente trascendentales. (Follari, 1990: 153)
Luego, en la página 155, encontramos una diferencia con la propuesta de Gino Germani en relación a que “la modernización debilitaría los fundamentos de legitimación”, a la que se le agrega la idea de que esto sólo les sucedería a gobiernos autoritarios y anti-plurales. R.Follari afirma que no es esperable que pensamientos de orden tradicional mantengan la democracia cuando tienden a postular lo Uno como lógica de imposición. Por lo mismo, sostiene la tesis de que “la modernización colabora a una mayor estabilidad del sistema democrático”.
En un marco distinto, pero que mantiene esta tensión entre “modernizaciones locales” asumidas para el necesario bienestar de los pueblos de la región y “modernizaciones de exportación” como formas de dominio y expoliación, E.Dussel avanza sobre el proceso de colonización y las visiones opuestas que este “momento” de la Historia tuvo para europeos e indios. El filósofo mendocino cuenta que:
“Decían que las señales y prodigios que se habían visto (…) no podían significar [sino] el fin y acabamiento del mundo, y así era grande la tristeza de las gentes” [Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, Libro IV-UNAM, México, t.II, 1975 – cap.22, p.91]. Es interesante anotar que para Hegel la historia de Europa es “origen y fin de la Historia”, mientras que para los indios la presencia “modernizadora” de Europa era “el fin y acabamiento del mundo”. ‘Lo mismo’ tiene un sentido exactamente contrario desde la “otra-cara” de la Modernidad. (Dussel, 1992: 57) [negrita nuestra]
En lo referido a la “conquista espiritual”, es atendible la resistencia de pueblos originarios a esta incipiente “modernización” que tenía en el catolicismo una forma de racional organización político-espiritual (recordemos que en aquel momento la división entre Estado, Religión y Artes no existía –y, en la actualidad, a veces parece tampoco existir-. De igual modo, en ese momento era un hecho indiscutible).
La violencia en el proceso de “conquista espiritual” del indio resultó fundamental. La lógica planteada por buena parte de sus “representantes” pone de manifiesto la “necesaria violencia”. Así lo cuenta E.Dussel: “Fernando Mires recuerda el razonamiento de Atahualpa, relatado por el Inca Garcilaso de la Vega, donde se muestra que una evangelización en regla hubiera tomado más tiempo del que los misioneros estaban dispuestos a perder. Después que el padre Valverde expuso a su manera la ‘esencia del cristianismo’ (…) leemos lo que argumentó el Inca:
Demás de esto me ha dicho vuestro hablante que me proponéis cinco varones señalados que debo conocer. El primero es el Dios, Tres y Uno, que son cuatro, a quien llamáis Creador del Universo, ¿por ventura es el mismo que nosotros llamamos Pachacamac y Viracocha? El segundo es el que dice que es Padre de todos los otros hombres, en quien todos ellos amontonaron sus pecados. Al tercero llamáis Jesucristo, sólo el cual no echó sus pecados en aquel primer hombre, pero que fue muerto. Al cuarto nombras Papa. El quinto es Carlos a quien sin hacer cuenta de los otros, llamáis poderosísimo y monarca del universo y supremo de todos. Pero si este Carlos es príncipe y señor de todo el mundo, ¿qué necesidad tenía de que el Papa le hiciese nueva concesión y donación para hacerme guerra y usurpar estos reinos? Y si la tenía, ¿luego el Papa es mayor señor y que no él y más poderoso y príncipe de todo el mundo? También me admiro que digáis que estoy obligado a pagar tributo a Carlos y no a los otros, porque no dais ninguna razón para el tributo, ni yo me hallo obligado a darlo por ninguna vía. Porque si de derecho hubiese de dar tributo y servicio, paréceme que se debería dar a aquel Dios, y a aquel hombre que fue Padre de todos los hombres, y aquel Jesucristo que nunca amontonó sus pecados, finalmente se había de dar al Papa (…) Pero si dices que a esto no debo dar, menos debo dar a Carlos que nunca fue señor de estas regiones ni le he visto.”[1]
(*) Aunque existe “modernización” encarnada por matrices de pensamiento posmoderno, nos dimos la libertad de incluirla dentro del marco de la Modernidad por considerarla más cercana a ella en su concepción originaria.
Bibliografía General
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[1] “Comentarios Reales de los Incas”, en BAE, Madrid, t. III, 1960, p. 51 en F.Mires, La colonización de las almas, DEI, San José, 1991, p.57 citado por Dussel, E.; 1492. El encubrimiento del otro, p72.
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