domingo, 12 de febrero de 2012

Cartas de enamorados







María Guadalupe Cuenca y Mariano Moreno
En el día de los enamorados, una celebración de origen anglosajón que con el tiempo se fue imponiendo en estas regiones, recordamos algunas cartas de amor que hicieron historia. Empezamos con las famosas cartas –aquellas que nunca llegaron a destino- que María Guadalupe Cuenca enviara a su amado Mariano Moreno. Se habían conocido en Chuquisaca donde él estudiaba la carrera de Leyes y se casaron en 1804 tras un breve noviazgo. Menos de un año más tarde nacía Marianito, el único hijo que tuvieron, y pronto la familia se instalaría a Buenos Aires. La invasión napoleónica a España y un resentimiento hacia los españoles que había surgido entre los criollos a finales del siglo XVIII al calor de las reformas borbónicas, agitaron las aguas en el Río de la Plata. Pronto los criollos comenzaron a imaginar nuevas formas de gobierno. La caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español, precipitó los acontecimientos y Mariano Moreno no tardó en convertirse en primerísima figura, al ser designado secretario de la Primera Junta de Gobierno tras los acontecimientos del 25 de mayo de 1810. 

Así, Moreno se convertía en el alma mater del nuevo gobierno, lo que le trajo no pocos enemigos. Pronto se produciría una profunda división al interior de las filas patriotas, que se cristalizó en el enfrentamiento entre saavedristas (el grupo más moderado) y morenistas (el grupo más radical). 

En diciembre de 1810, la pulseada se inclinó a favor de los saavedristas, y los partidarios de Moreno fueron desplazados uno por uno. El propio Moreno fue enviado en misión diplomática a Gran Bretaña. Partió el 24 de enero de 1811, pero nunca llegaría a destino. Murió en altamar el 4 de marzo siguiente.
Mientras tanto en Buenos Aires, María Guadalupe siguió durante meses enviando cartas de amor y desesperación que Moreno nunca recibió. A continuación transcribimos fragmentos de algunas de ellas:
Fuente: Enrique Williams Álzaga, Cartas que nunca llegaron. María Guadalupe Cuenca y la muerte de Mariano Moreno, Buenos Aires, Emecé Editores, 1967, págs. 70-71 y 80.

Carta de María Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno del 20 de abril de 1811
“Mi amado Moreno de mi corazón: me alegraré que lo pases bien en compañía de Manuel. Nosotras quedamos buenas y nuestro Marianito un poco mejorado, gracias a Dios. Te escribí con fecha de 10 o 11 de éste, pero con todo vuelvo a escribirte porque no tengo día más bien empleado que el día que paso escribiéndote y quisiera tener talento y expresiones para poderte decir cuánto siente mi corazón, ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho, hasta ahora mis pocas salidas se reducen a lo de tu madre; no he pagado visita ninguna, las gentes, la casa, todo me parece triste, no tengo gusto para nada. Van a hacer tres meses de que te fuiste pero ya me parecen tres años; estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz, pero te queda el de Dios, pues obrando por la razón y con la virtud no puede desampararnos Dios; no ceso de encomendarte para que te conserve en su Gracia y nos vuelva a unir cuanto antes porque ya vos me conoces que no soy gente sino estando a tu lado; sólo Dios sabe la impresión y pesadumbre tan grande que me ha causado tu separación porque aun cuando me prevenías que pudiera ofrecérsete algún viaje, me parecía que nunca había de llegar este caso; al principio me pareció sueño y ahora me parece la misma muerte y la hubiera sufrido gustosa con tal de que no te vayas. (…)”
Carta de María Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno del 21 de junio de 1811
“Mi querido Moreno de mi corazón: me alegraré que ésta te halle con perfecta salud como mi amor lo desea. Nosotras quedamos buenas, a Dios gracias, pero con la pesadumbre de no saber de vos en cinco meses que se cumplen mañana. Ya te puedes hacer cargo cómo estaré sin saber de vos en tantos meses que cada uno me parece un año, cada día te extraño más. Todas las noches sueño con vos, ah, mi querido Moreno. Cuántas veces sueño que te tengo abrazado pero luego me despierto y me hallo sola en mi triste cama, la riego con mis lágrimas, de verme sola, y que no sólo no te tengo a mi lado sino que no sé si te volveré a ver, y quién sabe si mientras esta ausencia no nos moriremos  alguno de los dos, pero en caso de que llegue la hora sea a mí Dios mío, y no a mi Moreno, pero Dios no lo permita que muramos sin volvernos a ver. (…) María Guadalupe Moreno.”

Margarita Weild y José María Paz
Un amor que creció en la más completa adversidad fue el de José María Paz y la hija de su hermana menor, Margarita Weild. Paz le llevaba unos 23 años a su sobrina. La prisión, en la que cayó el líder unitario luego de que su caballo fuera boleado por una partida federal en 1831, no impidió que el amor se desarrollara, alentado por Tuburcia Haedo, madre de Paz y abuela de Margarita. Abuela y nieta lograron después de casi tres años de golpear puertas visitar a Paz en la cárcel de Santa Fe.
No era precisamente un sitio alentador para el romance. Desde la celda que ocupaba Paz se escuchaban los gritos provenientes de las torturas que se realizaban un piso más abajo. Pero el amor se impuso y a fines de marzo de 1835, se casaron en el calabozo de la prisión. Margarita compartiría aquella celda con su flamante marido. Pero pocos meses después, Paz fue trasladado a Luján y hacia allí lo siguió Margarita para instalarse otra vez en la cárcel junto a su marido. Ahí, tras las rejas, nacerían tres de sus hijos –aunque una de ellas moriría a poco de nacer-, y vivirían hasta abril de 1939, cuando Paz fue dejado en libertad, aunque teniendo por prisión la ciudad de Buenos Aires. 

Sabemos que Margarita había puesto una condición antes de aceptar el casamiento: que Paz abandonara las luchas políticas. Sabemos también que el jefe unitario nunca cumplió su promesa. Así lo recordaba el general muchos años después: “Es éste el único punto en que durante su vida me manifestó una tenaz oposición, y tanto más fundada cuanto que al aceptar mi proposición de matrimonio, algunos años antes, me había exigido la promesa de renunciar a una carrera que había envuelto en desgracias a toda la familia”.

En 1840 Paz decidió fugarse de Buenos Aires para emprender la lucha contra el gobierno de Rosas. La fuerte oposición de su mujer no logró disuadirlo, y comenzaría para la pareja una vida de viajes, separaciones y penurias. “Mucho tuve que luchar para vencer la resistencia de mi esposa, si puede llamarse vencimiento a una forzada conformidad (…) Todo lo desoí por correr nuevos peligros y hacer algunos más ingratos”, recordaba Paz tiempo después. Sin embargo, Margarita lo acompañó hasta el final de sus días, siempre en contra de las decisiones de su marido. Murió en 1848 en la pobreza en Río de Janeiro, adonde había seguido a su marido en su exilio, trece días después de dar a luz a su último hijo.
Así escribía José María Paz a su mujer varios años antes manifestándole su eterno amor y pidiéndole que realizara los mayores sacrificios:
Carta de José María a Margarita del 20 de agosto de 1840
Fuente: José María Paz, Memorias póstumas, Tomo I, Buenos Aires, Editorial Hyspamerican, 1988.
“Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un momento de mi memoria. Tu inquietud es el mayor de mis pesares. Te he dicho y repito que vivo para vos y no te olvido un momento. Te tengo sobre mi corazón. Me parecen siglos los dos meses que estoy ausente. Más que nunca me sois querida. Háblame, pues, derrama sobre mi corazón el consuelo y la alegría. Cuenta con mi eterno amor.”
Carta de José María Paz a Margarita del 6 de octubre de 1844
Fuente: Lucía Gálvez, Historias de amor de la historia argentina, Buenos Aires, Punto de Lectura, 2007, pág. 187.
“Considero lo penoso que es mover la familia, considero las incomodidades del viaje, considero en fin, las que ya han sufrido, y mi corazón se acongoja al ver la necesidad en que me veo de exigirles nuevos sacrificios. Mi amargura es todavía más viva cuando pienso que no podemos saber aún cuándo podremos hallarnos en nuestra patria. Si la vida es un viaje que hacemos los pobres humanos sobre esta tierra de lágrimas, nadie con más piedad que nosotros lo puede decir y probar. Desde que uní tu suerte a la mía, no podemos decir que hemos gozando un día de reposo. En nuestro país todos han sido trabajos; y en el extranjero, intranquilidad y la más cruel incertidumbre. (…) Espero confiadamente que no quedará sin premio esa virtuosa resolución y que veré algún día mi familia rodeándome en el seno de la quietud y de la dicha.”


Tomado de aquí.

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