Avanzan los ujieres y los palacios, con los ojos cerrados,
hacia la puerta de los brazos abiertos.
Avanzan las banderas del gobierno y las cuerdas vocales
aceptadas en los timbres ministeriales,
avaladas por la mano alzada que sale desde abajo de la calle.
Avanzan con cañones cortos hacia la Universidad Central de Venezuela
para decolorar la piel negra que mece la cabeza hacia ambos lados,
la piel negra, el movimiento reactivo a la cuadratura del ajedrez.
Avanzan como hormigas teledirigidas
sobre los dinteles, para seguir elevando el mástil impropio
del cuero del sillón, alborada nominal del recurso ajeno.
Avanzan las balas en un número cardinal inalcanzable,
porque las veces multiplicadas emboban los cráneos
haciendo del átomo humano la propiedad indivisible de la desilusión.
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