jueves, 15 de abril de 2010

¿Ah?

Qué hay entre los bomberos y el fuego. Entre los pacifistas y las armas. Entre las monjas y el sexo.
Todas oposiciones que, sin embargo, guardan en su relación de confrontación, una correlación extraña. Qué forma el espacio del cañón y el objetivo. Movimiento, he creído siempre. No puedo acotar más los conceptos. Tal vez no hay para qué. Ese espacio debe ser de incertidumbre natural. Una especie de vacío. Pero, ¿todo vacío tiene fondo?
La tristeza, por su parte, como todo, evoluciona. En la evolución de todas las cosas ha de estar el color que siempre he querido ver. No solamente una palabra o un sonido. Qué percepción puede acercarse más al movimiento. Los pensamientos están como si se oyeran. De pronto, quizá todo está unido en alguna dimensión. Me gustaría tocar el centro del filo de un cuchillo, seguro no ha de ser puntiagudo. No ha de cortarme si entonces soy tan pequeña. Y los tamaños también son móviles. Largos los minutos de los insectos. Breves los de los elefantes. Y, entre medio. Siempre entre medio, el ser humano.

¿Habrá una dialéctica más primitiva que la mujer y el hombre?

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