En la actualidad, los transgénicos constituyen una de las prioridades de
la agenda de ciencia y tecnología local, lo que se evidencia en la
inversión pública y el sistema regulatorio. Cuáles son las ventajas de
esa política y qué riesgos supone.
Producción: Tomás Lukin
Una ventana de oportunidad
Por Pablo Pellegrini * y Guillermo Anlló **
El mundo enfrenta una perspectiva de crecimiento demográfico y
ascenso social masivo que pone en riesgo la sustentabilidad ecológica y
el estilo de consumo occidental. Dichas proyecciones junto al creciente
uso de biocombustibles y bioplásticos, vuelven los escenarios más
temidos una realidad plausible con incipientes impactos comerciales
(subas de precios, caídas en los stocks, ampliación de la frontera
cultivable, etc.). En contrapartida, trae inéditas oportunidades para
los países con capacidad de expandir su frontera agrícola.
La biotecnología es una revolución tecno-productiva que abre nuevos
escenarios. Con ella se pueden diseñar plantas con características
sumamente diversas, ya sea para obtener cultivos aptos para zonas
áridas, resistentes al uso de herbicidas, con nuevos elementos
nutricionales, o incluso como insumos para obtener productos
industriales. Si bien no es la única técnica biotecnológica, la
transgénesis supone una revolución en sí misma, pues abre la posibilidad
de introducir en una planta un gen que era propio de otra especie;
modifica cualitativamente los márgenes de intervención en la naturaleza,
a la vez que garantiza un resultado mucho más específico que el
obtenido por otras técnicas de manipulación biológica.
En el país existen trayectorias científicas consolidadas en cuanto
al desarrollo de plantas transgénicas. Investigadores del sistema
público fueron pioneros en Sudamérica en obtener plantas transgénicas en
condiciones de laboratorio; desde hace casi 25 años, las capacidades
locales de I+D se vienen multiplicando. En paralelo, Argentina también
es pionera en materia de regulación de la biotecnología agrícola a
través de un sistema de control de la inocuidad alimentaria y ambiental
de estos cultivos.
En 1996, Argentina aprobó y adoptó el uso de cultivos transgénicos.
Hoy, la mayor parte del maíz, soja y algodón implantados son de tipo
transgénico. Estos, junto a la siembra directa, el desarrollo de nuevas
variedades y determinados agroquímicos, conformaron un paquete
tecnológico. El aumento de la productividad derivado del uso de este
nuevo paquete les ha permitido a los productores que la emplearon
atender el incremento de la demanda mundial y acumular ganancias, a la
vez que implicó un incremento en la riqueza de la economía. El Estado
obtuvo una parte vía recaudación impositiva, lo que contribuyó a
sostener los distintos programas de inclusión social que implementa.
No todos los productores pueden acceder a este tipo de tecnología,
lo que amerita políticas dirigidas a brindarles opciones. Además,
existen serios problemas relacionados con la producción agrícola actual
(poblaciones fumigadas con agroquímicos, deforestaciones para ampliar
zonas de cultivos, vulnerabilidad de cultivos con menor interés
comercial, problemas de títulos de propiedad, etc.) que requieren
mayores esfuerzos para su solución. Si bien éstos no tienen una relación
unívoca con el hecho de que los cultivos sean transgénicos, hay muchos
actores sociales que plantean que todo forma parte de lo mismo, lo que
termina entorpeciendo el debate sobre las posibilidades de la
biotecnología agrícola local (algo similar a plantear que la emisión de
gases contaminantes de muchos colectivos o los accidentes de tránsito
–problemas reales y muy atendibles– se derivan mecánicamente del uso del
petróleo, por lo que entonces sería negativo sostener políticas
dirigidas a aumentar su producción local...).
Ahora bien, en la carrera tecnológica por el desarrollo de nuevos
cultivos transgénicos, las grandes transnacionales son los actores
dominantes. Las semillas transgénicas que circulan en el mercado llevan
transgenes patentados por dichas empresas, lo que limita los márgenes de
apropiación social de los beneficios de los transgénicos, entre otras
razones, porque sólo innovan en transgenes que puedan tener una
aplicación comercial amplia y las rentas tecnológicas asociadas se
radican en sus casas centrales.
¿Qué oportunidades y desafíos se presentan para la Argentina en este
escenario? El país tiene muchas capacidades locales para innovar en el
sector. Si dispusiera de mayores esfuerzos para valorizar los
desarrollos del sector público, estimulara la iniciativa privada local,
introdujera cambios en el sistema regulatorio para depender menos de una
lógica global –los elevados costos que implica atravesar el sistema
regulatorio y la escasa presencia de emprendedores locales dispuestos a
innovar en la materia, hacen que la mayoría de los desarrollos no
lleguen al mercado— y afianzara vínculos con otros actores regionales de
peso (sobre todo, Brasil), bien podría aprovecharse la tecnología de
los transgénicos para disminuir la dependencia de las transnacionales y
aumentar el desarrollo con inclusión social.
* Investigador del Conicet/UNQ.
** Investigador del Instituto Interdisciplinario de Economía Política, FCE-UBA.
Costos y beneficios
Por Anabel Marín, Valeria Arza, Patrick van Zwanenberg y Mariano Fressoli *
La investigación y el desarrollo (I+D) en transgénicos constituye
una de las prioridades de la agenda de ciencia y tecnología local.
Existieron importantes inversiones públicas en el desarrollo de
capacidades relacionadas con la ingeniería genética. Además, los
sistemas regulatorios, en particular la propiedad intelectual,
claramente favorecen los desarrollos transgénicos por sobre otro tipo de
desarrollos. Tres tipos de argumentos son utilizados para justificar
este apoyo y pedir incluso más soporte desde el Estado: 1) que la
transgénesis ha sido muy importante en la explicación de los aumentos de
productividad en la agricultura argentina. 2) que la transgénesis, en
comparación con otras técnicas de mejoramiento de semillas, representa
un salto cualitativo que la convierte en la tecnología del futuro, 3)
que la transgénesis podría entregar aún más beneficios sociales si ésta
se gestionara y controlara desde el Estado, ya que podría satisfacer
demandas sociales amplias (como, resistencia a pestes locales), no
atendidas por la inversión privada.
En general, los múltiples costos que han sido atribuidos a la
difusión de transgénicos y su paquete de tecnologías asociadas, se
ignoran, o se argumenta que si el Estado asumiera un rol más activo,
podrían ser compensados por los amplios beneficios económicos que se le
atribuyen. Estos argumentos tienen varios problemas.
Primero, no hay evidencia conclusiva, ni en Argentina ni en el
exterior, que indique que existe una asociación positiva entre la
introducción de transgénicos y el rendimiento de la tierra. Es clara la
asociación entre transgénicos y rentabilidad privada –vía reducción en
los costos de los pesticidas y herbicidas—, pero no lo es la asociación
entre transgénicos y rendimiento por hectárea–, la cual sí se ha
encontrado más claramente asociada a mejoras introducidas con otras
tecnologías de mejoramiento vegetal, como el cruzamiento clásico
(asistido por biología molecular) y la mutagénesis. Nos preguntamos
entonces, ¿por qué el desequilibrio a favor de la transgénesis cuando
son los aumentos en el rendimiento de la tierra los que representan
mejoras de mayor valor social, en la medida que son permanentes?
Segundo, dado que por el momento son pocos los eventos transgénicos
disponibles en el mercado, en gran parte la evaluación del posible
desempeño e importancia de la tecnología a futuro depende de las
expectativas, pero éstas difieren significativamente según el tipo de
actor. ¿Sobre la base de las expectativas de quiénes debería ser
financiada la inversión en transgénesis? Porque para algunos actores
esta tecnología representa un cambio radical en el mejoramiento vegetal
(y animal) ya que permitiría ampliar hacia otras especies el pool
genético que puede utilizarse en el mejoramiento. Mientras que para
otros actores, los desarrollos en transgénicos amenazan la diversidad
genética y económica, podrían generar efectos adversos sobre la salud y
el medio ambiente difíciles de predecir, contaminan los cultivos no
transgénicos e inducen a una mayor concentración productiva.
Tercero, resulta ingenuo pensar que se puede separar la “tecnología”
de las instituciones que han contribuido a su desarrollo y difusión. El
desarrollo de los transgénicos respondió a las estrategias de las
empresas multinacionales (EMs) de generar desarrollos que les
permitieran apropiarse del conocimiento, creado por ellas y por otros
actores. Los marcos regulatorios internacionales que ellas mismas
promueven les son funcionales a ese objetivo. En verdad sólo estados muy
poderosos, de la envergadura de China han logrado algunos desarrollos
en transgénicos que responden a sus necesidades locales negociando de
igual a igual con las EMs. ¿Es posible pensar nuevas estrategias de
investigación con un rol más preponderante del Estado, sin
modificaciones profundas en los sistemas regulatorios globales (ej. de
bioseguridad y derechos de propiedad) que contrabalanceen el poder de
las EMs?
Finalmente, no es claro que cualquier costo que se genere por la
tecnología pueda ser compensado, ya que la mayor parte de estos costos,
como los que se podrían generar sobre la biodiversidad, ambiental,
productiva y tecnológica, son irreversibles. Además, dado el rol
dominante que tienen los transgénicos en la agenda de I+D actual, hay
muchos otros costos potenciales que no se conocen porque no se ha
generado información científica suficiente ni se ha buscado validar
información disponible producida por otros actores de la sociedad.
Es importante repensar la política de I+D en biotecnología agrícola y
equilibrar los sistemas de apoyo y las regulaciones asociadas de manera
tal de asegurar la diversidad tecnológica y promover el desarrollo
autónomo del país. Sólo a partir de la democratización del debate y la
apertura de la agenda de I+D en biotecnología se pueden alcanzar estos
objetivos de desarrollo sustentable.
* Centro Steps para América latina.
Tomado de aquí
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