Tierra, agua y semillas son
imprescindibles para cultivar y comer. O alimentos para la mayoría o
dinero para la minoría, ésta es la cuestión. La Vía Campesina, el mayor
movimiento internacional de pequeños agricultores, jornaleros y sin
tierra, lo reivindica día a día. Hoy, 17 de abril, en la jornada
internacional de la lucha campesina repasamos su historia.
Combatiendo la globalización alimentaria
La globalización alimentaria,
diseñada por y para la agroindustria y los supermercados, privatiza los
bienes comunes, acaba con aquellos que cuidan y trabajan la tierra y
convierte la comida en un negocio. La liberalización de la agricultura,
no es más que una guerra contra el campesinado. Se trata de políticas
que, amparadas por instituciones y tratados internacionales, acaban con
los pequeños y medianos agricultores y las comunidades rurales.
Ante esta ofensiva, emergió, en
1993, La Vía Campesina, como la máxima expresión de aquellos que en el
campo resisten y combaten la globalización neoliberal y los dictados de
organizaciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Los
antecedentes de La Vía se remontan a mediados de los años 80, cuando, en
motivo de la Ronda de Uruguay del GATT, varias organizaciones
campesinas llevaron a cabo importantes esfuerzos para internacionalizar
el movimiento.
A principios de los 90, se
constituyó La Vía, en parte, como una alternativa más radical a la hasta
entonces única organización internacional campesina, la Federación
Internacional de Productores Agrícolas (IFAP), creada en 1946. Una
organización que representaba, principalmente, los intereses de los
mayores agricultores, situados, en general, en los países del Norte, y
favorable al diálogo con las instituciones internacionales.
La Vía Campesina nació, así, en los
albores del movimiento altermundialista, coordinando esfuerzos junto a
otras muchas organizaciones, desde feministas a grupos contra la deuda
externa, pasando por aquellos que exigían la tasación de las
transacciones financieras internacionales a indígenas, colectivos de
solidaridad internacional, unidos en el combate contra una
globalización al servicio de los intereses del capital. La Vía resultó
ser el "componente campesino" de este "movimiento de movimientos".
Desde finales de los años 90 y
principios de la década del 2000, La Vía Campesina impulsó y participó
activamente en las masivas protestas contra la OMC y otras instituciones
internacionales. En las marchas contra la cumbre de la OMC en Cancún
(2003) y Hong Kong (2005), los campesinos fueron uno de los actores más
relevantes y visibles. Un recuerdo especial merece el campesino coreano
Lee Kyung Hae, presidente de la Federación de Campesinos y Pescadores de
Corea del Sur, que se quitó la vida en la protesta contra la OMC en
Cancún subido a la valla que rodeaba el perímetro de seguridad, para
denunciar cómo el agronegocio acababa con la vida de tantos
agricultores.
Tras la política de alianzas de La
Vía, estaba el convencimiento de que su lucha contra la agroindustria
formaba parte intrínseca de un combate más amplio contra la
globalización neoliberal y que otro modelo de agricultura y alimentación
solo sería posible en el marco de un cambio global de sistema. Para
conseguirlo, la creación de coaliciones amplias entre sectores sociales
distintos se percibía como fundamental. Golpear juntos, desde una unidad
tejida en base a la diversidad.
La Vía Campesina, de este modo, fue
capaz de construir una identidad “campesina” global, politizada, ligada
a la tierra y a la producción de alimentos. Sus miembros representan
los sectores más golpeados por la globalización alimentaria, pequeños y
medianos campesinos, jornaleros, sin tierra, mujeres del campo,
comunidades agrícolas indígenas, rompiendo la división Norte-Sur e
integrando en su seno a organizaciones de todo el planeta, 150 grupos de
56 países. Se trata, en palabras de Walden Bello, de un nuevo
"internacionalismo campesino".
A por la soberanía alimentaria
La emergencia de La Vía Campesina
aportó, también, una nueva mirada a las políticas agrícolas y
alimentarias. En 1996, en el marco de la Cumbre Mundial sobre la
Alimentación de la FAO, en Roma, La Vía lanzó un nuevo concepto
político, el de la soberanía alimentaria. Si hasta entonces, el hambre
en el mundo solo se abordaba desde la perspectiva de la seguridad
alimentaria, que todo el mundo tenga acceso y derecho a la alimentación,
pero sin cuestionar qué se come, cómo se produce y de dónde viene, el
concepto acuñado por La Vía "revolucionó" el debate.
Ya no se trataba únicamente de
poder comer, sino de ser "soberanos", y poder decidir. La soberanía
alimentaria va un paso más allá al de la seguridad alimentaria y no
únicamente reivindica que todo el mundo tenga acceso a los alimentos
sino, también, a los medios de producción, a los bienes comunes (agua,
tierra, semillas). Se trata de una apuesta por la agricultura local y de
proximidad, campesina, ecológica, de temporada, en oposición a una
agricultura en manos del agronegocio, que empobrece al campesinado, con
alimentos que recorren miles de kilómetros antes de llegar a nuestra
mesa, que acaba con la diversidad alimentaria y que, además, nos
enferma.
No se trata de una idea romántica,
de un retorno a un pasado arcaico, sino de recuperar el conocimiento
tradicional campesino y combinarlo con nuevas tecnologías y saberes, de
retornar la dignidad a quienes conrean la tierra, que ésta sea para
quien la trabaja, de establecer puentes de solidaridad entre el mundo
rural y el urbano y, sobre todo, de democratizar la producción, la
distribución y el consumo de alimentos. No es un concepto que deba
interpretarse en un sentido autárquico sino solidario e
internacionalista, que apuesta por una agricultura local y campesina
aquí y en cada rincón del planeta.
Las mujeres cuentan
Una soberanía alimentaria que tiene
que ser feminista, si quiere significar un cambio real de modelo. Hoy
las mujeres, a pesar de ser las principales proveedoras de alimentos en
los países del Sur (entre un 60% y un 80% de la producción de comida
recae en sus hombros) son las que más pasan hambre, padeciendo el 60%
del hambre crónico global, según datos de la FAO. La mujer trabaja la
tierra, cultiva los alimentos, pero no tiene acceso a su propiedad, a la
maquinaria, al crédito agrícola. Si la soberanía alimentaria no permite
igualdad de derechos entre hombres y mujeres, no será una alternativa
de verdad.
La Vía Campesina, con el tiempo, ha ido incorporando una perspectiva
feminista, trabajando para conseguir la igualdad de género en el seno
de sus organizaciones y estableciendo alianzas con grupos feministas
como la red internacional de la Marcha Mundial de Mujeres. En La Vía,
las mujeres se han organizado autónomamente para reivindicar sus
derechos, ya sea dentro de sus propios colectivos o a nivel general.
La Comisión de Mujeres de La Vía ha llevado a cabo un trabajo fundamental promoviendo el
intercambio entre mujeres campesinas de diferentes países, organizando
encuentros específicos de mujeres coincidiendo con cumbres y reuniones
internacionales e impulsando la participación de éstas en todos los
niveles y actividades de organización. En octubre del 2006, se celebró
el Congreso Mundial de las Mujeres de La Vía Campesina, en Santiago de
Compostela, que puso de relieve la necesidad de fortalecer aún más la
articulación de las mujeres y aprobó la creación de mecanismos para un
mayor intercambio de experiencias y planes de lucha específicos. Entre
las propuestas aprobadas estaba, entre otras, lanzar una campaña mundial
contra la violencia machista y trabajar para que se reconozcan los
derechos de las mujeres campesinas exigiendo igualdad real en el acceso a
la tierra, a los créditos, a los mercados y en los derechos
administrativos.
A pesar de la paridad formal en La
Vía, las mujeres tienen mayores dificultades para viajar o asistir a
encuentros y reuniones. Como señalaba, Annette Aurélie Desmarais, en su
libro 'La Vía Campesina' (2007): “Hay muchas razones por las que las
mujeres no participan a este nivel. Quizá la más importante es la
persistencia de ideologías y prácticas culturales que perpetúan
relaciones de género desiguales e injustas. Por ejemplo, la división de
las labores por género significa que las mujeres rurales tienen mucho
menos acceso al recurso más preciado, el tiempo, para participar como
líderes en las organizaciones agrícolas. Dado que las mujeres son las
principales responsables del cuidado de los niños y los ancianos (…). La
triple jornada de las mujeres –que implica trabajo reproductivo,
productivo y comunitario- hace mucho menos probable que tengan tiempo
para sesiones de formación y aprendizaje para su capacitación como
líderes”. Más allá de las dificultades objetivas, avanzar hacia la
igualdad es una prioridad para La Vía, y eso gracias a sus mujeres.
La Vía Campesina lleva más de 20
años articulando resistencias en el campo y tejiendo redes y alianzas a
nivel internacional. Alimentarnos es imprescindible para todos, ya sea
en el campo o la ciudad, en el Norte o el Sur del planeta. Y comer, hoy,
se ha vuelto, como recuerda La Vía, un acto político.
Tomado de aquí
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