Por Ignacio Ramonet
(Le Monde Diplomatique, Enero 2013, Nº 207)
Después de haber sobrevivido –el pasado 21 de diciembre– al
anunciado fin del mundo, nos queda ahora tratar de prever –con razonamientos
prudentes pero más cartesianos– nuestro futuro inmediato, basándonos en los
principios de la geopolítica, una disciplina que permite comprender el juego
general de las potencias y evaluar los principales riesgos y peligros. Para
anticipar, como en unos tableros de ajedrez, los movimientos de cada potencial
adversario.
Si contemplamos, en este principio de año, un mapa del planeta,
inmediatamente observamos varios puntos con luces rojas encendidas. Cuatro de
ellos presentan altos niveles de peligro: Europa, América Latina, Oriente
Próximo y Asia.
En la Unión
Europea (UE), el año 2013 será el peor desde que empezó la
crisis. La austeridad como credo único y los hachazos al Estado de bienestar
continuarán porque así lo exige Alemania que, por primera vez en la historia,
domina Europa y la dirige con mano de hierro. Berlín no aceptará ningún cambio
hasta los comicios del próximo 22 de septiembre en los que la canciller Angela
Merkel podría ser elegida para un tercer mandato.
En España, las tensiones políticas aumentarán a medida que la Generalitat de Catalunya
vaya precisando los términos de la consulta a los catalanes sobre el futuro de
esa comunidad autónoma. Proceso que, desde Euskadi, los nacionalistas vascos
seguirán con el mayor interés. En cuanto a la situación de la economía, ya
pésima, va a depender de lo que ocurra... en Italia en las próximas elecciones
(el 24 de febrero). Y de las reacciones de los mercados ante una eventual
victoria de los amigos del conservador Mario Monti (que cuenta con el apoyo de
Berlín y del Vaticano) o del candidato de centroizquierda Pier Luigi Bersani,
mejor colocado en las encuestas. También dependerá de las condiciones (sin duda
brutales) que exigirá Bruselas por el rescate que Mariano Rajoy acabará
pidiendo. Sin hablar de las protestas que siguen extendiéndose como reguero de
gasolina y que acabarán por dar con algún fósforo encendido... Podrían
producirse explosiones en cualquiera de las sociedades de la Europa del sur (Grecia,
Portugal, Italia, España) exasperadas por los matraqueos sociales permanentes. La UE no saldrá del túnel en 2013,
y todo podría empeorar si, además, los mercados decidieran cebarse (como los
neoliberales les están incitando a hacerlo) (1) con la Francia del muy moderado
socialista François Hollande.
En América Latina, el año 2013 también está lleno de desafíos. En
primer lugar en Venezuela, país que desde 1999 representa un papel motor en los
cambios progresistas de todo el subcontinente. La imprevista recaída del
presidente Hugo Chávez –reelegido el pasado 7 de octubre– crea incertidumbre. Aunque
el dirigente se está restableciendo de su nueva operación contra el cáncer, no
pueden descartarse nuevas elecciones presidenciales en febrero próximo.
Designado por Chávez, el candidato de la revolución bolivariana sería el actual
vicepresidente (equivalente a primer ministro) Nicolás Maduro, un líder muy
sólido con todas las cualidades, humanas y políticas, para imponerse.
También habrá elecciones, el 17 de febrero, en Ecuador: la
reelección del presidente Rafael Correa, otro dirigente latinoamericano
fundamental, ofrece pocas dudas. Importantes comicios asimismo, el 10 de
noviembre, en Honduras donde, el 28 de junio de 2009, fue derrocado Manuel
Zelaya. Su sucesor, Porfirio Lobo, no puede postularse para un segundo mandato
consecutivo. En cambio, el Tribunal Supremo Electoral ha autorizado la
inscripción del partido Libertad y Refundación (LIBRE), liderado por el ex
presidente Zelaya, que presenta, como candidata, a su esposa y ex primera dama,
Xiomara Castro. Importantes elecciones igualmente en Chile, el 17 de noviembre.
Aquí, la impopularidad actual del presidente conservador Sebastián Piñera
ofrece posibilidades de victoria a la socialista Michelle Bachelet.
La atención internacional también se fijará en Cuba. Por dos
razones. Porque continúan en La
Habana las conversaciones entre el Gobierno colombiano y los
insurgentes de las FARC para tratar de poner fin al último conflicto armado de
América Latina. Y porque se esperan decisiones de Washington. En los comicios
estadounidenses del pasado 6 de noviembre, Barack Obama ganó en Florida; obtuvo
el 75% del voto hispano y –muy importante– el 53% del voto cubano. Unos
resultados que le dan al Presidente, en su último mandato, un amplio margen de
maniobra para avanzar hacia el fin del bloqueo económico y comercial de la
isla.
Donde nada parece avanzar es, una vez más, en el Cercano Oriente.
Ahí se encuentra el actual foco perturbador del mundo. Las revueltas de la
“primavera árabe” consiguieron derrocar a varios dictadores locales: Ben Alí en
Túnez, Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia y Saleh en Yemen. Pero las elecciones
libres permitieron que partidos islamistas de corte reaccionario (Hermanos
Musulmanes) acaparasen el poder. Ahora quieren, como lo estamos viendo en
Egipto, conservarlo a toda costa. Para consternación de la población laica que,
por haber sido la primera en sublevarse, se niega a aceptar esa nueva forma de
autoritarismo. Idéntico problema en Túnez.
Después de haber seguido con interés las explosiones de libertad
de la primavera 2011 en esta región, las sociedades europeas se están de nuevo
desinteresando de lo que allí ocurre. Por demasiado complicado. Un ejemplo: la
inextricable guerra civil en Siria. Ahí, lo que está claro es que las grandes
potencias occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia), aliadas a Arabia
Saudí, Qatar y Turquía, han decidido apoyar (con dinero, armas e instructores)
a la insurgencia islamista suní. Ésta, en los diferentes frentes, no cesa de
ganar terreno. ¿Cuánto tiempo resistirá el Gobierno de Bachar El Asad? Su
suerte parece echada. Rusia y China, sus aliados diplomáticos, no darán luz
verde en la ONU a
un ataque de la OTAN
como en Libia en 2011. Pero tanto Moscú como Pekín consideran que la situación
del régimen de Damasco es militarmente irreversible, y han empezado a negociar
con Washington una salida al conflicto que preserve sus intereses.
Frente al “eje chií” (Hezbolá libanés, Siria, Irán), Estados
Unidos ha constituido en esa región un amplio “eje suní” (desde Turquía y
Arabia Saudí hasta Marruecos pasando por El Cairo, Trípoli y Túnez). Objetivo:
derrocar a Bachar El Asad –y despojar así a Teherán de su gran aliado regional–
antes de la próxima primavera. ¿Por qué? Porque el 14 de junio tienen lugar, en
Irán, las elecciones presidenciales (2). A las cuales Mahmud Ahmadinejad, el
actual mandatario, no puede presentarse pues la Constitución no
permite ejercer más de dos mandatos. O sea que, durante el próximo semestre,
Irán se hallará immerso en violentas pugnas electorales entre los partidarios
de una línea dura frente a Washington y los que defienden la vía de la
negociación.
Frente a esa situación iraní de cierto desgobierno, Israel en
cambio estará en orden de marcha para un eventual ataque contra las
instalaciones nucleares persas (3). En el Estado judío, en efecto, las
elecciones generales del 22 de enero verán probablemente la victoria de la
coalición ultraconservadora que reforzará al primer ministro Benjamín
Netanyahu, partidario de bombardear cuanto antes Irán.
Ese ataque no puede llevarse a cabo sin la participación militar
de Estados Unidos. ¿Lo aceptará Washington? Es poco probable. Barack Obama, que
toma posesión el 21 de enero, se siente más seguro después de su reelección.
Sabe que la inmensa mayoría de la opinión pública estadounidense (4) no desea
más guerras. El frente de Afganistán sigue abierto. El de Siria también. Y otro
podría abrirse en el norte de Malí. El nuevo secretario de Estado, John Kerry,
tendrá la delicada misión de calmar al aliado israelí.
Entretanto Obama mira hacia Asia, zona prioritaria desde que
Washington decidió la reorientación estratégica de su política exterior.
Estados Unidos trata de frenar allí la expansión de China cercándola de bases
militares y apoyándose en sus socios tradicionales: Japón, Corea del Sur, Taiwán.
Es significativo que el primer viaje de Barack Obama, depués de su reelección
el pasado 6 de noviembre, haya sido a Birmania, Camboya y Tailandia, tres Estados
de la Asociación
de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN). Una organización que reúne a los
aliados de Washington en la región y la mayoría de cuyos miembros tienen
problemas de límites marítimos con Pekín.
Los mares de China, que designará a Xi Jinping presidente en marzo
próximo, se han convertido en las zonas de mayor potencial de conflicto armado
del área Asia-Pacífico. Las tensiones de Pekín con Tokio, a propósito de la
soberanía de las islas Senkaku (Diaoyú para los chinos), podrían agravarse
después de la victoria electoral, el pasado 16 de diciembre, del Partido
Liberal-Demócrata (PLD) cuyo líder y nuevo primer ministro, Shinzo Abe, es un
“halcón” nacionalista, conocido por sus críticas hacia China. También la
disputa con Vietnam sobre la propiedad de las islas Spratley está subiendo
peligrosamente de tono. Sobre todo después de que las autoridades vietnamitas
colocaran oficialmente, en junio pasado, el archipiélago bajo su soberanía.
China está modernizando a toda marcha su Armada. El pasado 25 de
septiembre lanzó su primer portaaviones, el Liaoning,
con la intención de intimidar a sus vecinos. Pekín soporta cada vez menos la
presencia militar de Estados Unidos en Asia. Entre los dos gigantes, se está
instalando una peligrosa “desconfianza estratégica” (5) que, sin lugar a dudas,
va a marcar la política internacional del siglo XXI.
(1) Léase el dossier “France and
the euro. The time-bomb at the heart of Europe”, The Economist, Londres, 17 de
noviembre de 2012.
(2) En Irán, el presidente no es el jefe de Estado. El jefe de
Estado es el Guía Supremo, elegido de por vida, y cuya función ejerce
actualmente Alí Jamenei.
(3) Léase, Ignacio Ramonet, “El año de todos los peligros”, Le Monde diplomatique en español, febrero 2012.
(4) The New
York Times, Nueva York, 12 de noviembre de 2012.
(5) Léase Wang Jisi y Kenneth G. Lieberthal, “Adressing U.S.-China
Strategic Distrust”, Brookings Institution, 30 de marzo de 2012.
www.brookings.edu/research/papers/2012/03/30-us-china-lieberthal
Tomado de aquí.
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