Ya me está creciendo el pelo: E, F, G, Am. Y también se está cayendo. Mi odiado consumo de champúes de diversos colores y olores, sumado a los cortes tradicionales en peluquerías establecidas y rotuladas, llevará de uno u otro modo a la quiebra del presupuesto fijo que guardo para irme a limpiar el láser silvestre con alcohol de quemar.
Cuando cierro los ojos y siento la realidad de mi Yo por partes (Mañana de hoy, primero la mano, luego el glúteo derecho), se graba en mi pecho el mayor terror (grita… Aaaaaaaagh, tengo una saeta roja enterrada en la pizarra, Oh): el estar-ahí, los conceptos, las definiciones, el Ethos, el episteme, la dominación, la dependencia, la percepción del vacío como sensación de Dio$, la oscura infinidad de lo superior. ¿Y cuándo soy infinita?, ¿cómo puedo llegar concientemente a mi inconciente? Tendría que contarte mis sueños (da igual, siempre lo hago), tendría que producir arte o freír arte. “Da lo mismo”, lo hago cuando escribo, cuando leo, cuando agarro el espejo y me deformo hipnóticamente en mi propia forma, y mi esencia de ser se pierde en la inmensidad de otro mundo al que no se puede entrar, uno libre de reflejos y de voces.
Es lamentable que los sueños no tengan conclusiones, que las oraciones bien descritas no tengan concordancia con su entorno (porque marcan las vanguardias). Es lamentable que mis manos estén libres de gónadas blandas para reventar. Lo haría con brutal goce en este momento indeleble de entretención lúdica, de sociabilización con los nombres comunes de mi nombre, las minúsculas, los centros de poemas. Reventaría con furia descarnada la bola vigilante del Gran Hermano, para poder descansar mientras duermo. Aunque sea un ratito y sin paztijazz
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