Con la firma del Tratado
Constitutivo de la UNASUR, los doce países que la integran dieron un
paso de dimensiones históricas. Se trata, nada más y nada menos, que de
hacer efectiva la decisión de reunir las partes, hoy separadas, de una
gran nación. Porque eso somos: por tener un territorio y un origen
histórico comunes, por tener una cultura y creencias que nos son también
comunes, por compartir igualmente una lengua que nos permite una
comunicación fluida y, no menos importante, porque enfrentamos problemas
comunes, principalmente el de la pobreza.
No es, sin embargo, el primer
intento de integración. Existen, como se sabe, experiencias anteriores,
revelación de que, éste, es un objetivo hacia el cual se está aspirando
desde hace ya muchas décadas. El hecho de que tales objetivos no se
hayan alcanzado, nos coloca ante algunas interrogantes a la hora de
enfrentar la materialización de un proyecto como la UNASUR.
¿Dónde radica la principal
fortaleza que puede convertir a la UNASUR en un proceso exitoso e
irreversible? En consecuencia ¿cuál es el eje dinámico fundamental en
una estrategia de integración y unidad Suramericanas? ¿Cuáles los
principales retos a encarar y superar en el corto, mediano y largo
plazo?
Un buen método de selección es
definir lo que no somos. Así, es fácil concluir que no somos potencia
militar, ni industrial, ni tecnológica y, afortunadamente, tampoco
potencia nuclear. Lo que nos confiere fuerza centrípeta en lo interno y
gravitación en el ámbito mundial, es el hecho de representar una
impresionante reserva de recursos naturales: minerales, agua, bosques,
biodiversidad, tierras aptas para la producción de alimentos, todas las
fuentes primarias de energía, una población de 394 millones de
habitantes que puebla algo más 17.8 millones de kilómetros cuadrados de
superficie, son recursos bastante más que suficientes para dar impulso a
los más ambiciosos planes de desarrollo integral que imaginarse pueda.
Y lo más importante, contamos con un pueblo talentoso, amante de su
tierra, creativo y laborioso. Podríamos decir que lo tenemos todo.
Menos algo: una visión común. Visión es lo que nos ha faltado y, con
ella, una estrategia y un plan coherente que nos permita desplegar la
gigantesca potencialidad que está contenida en esta riquísima región.
Es una dolorosa ironía que sobre
esta inmensa riqueza, 130 millones de suramericanos aún sobrevivan en
estado de pobreza y, de los mismos, más de 60 millones en situación de
pobreza crítica. Mientras tanto, la tajada del león en muchas de las
explotaciones que se realizan, se la llevan las grandes corporaciones
mundiales que cuentan con una misma estrategia y un solo mando
planetario. En tanto, la dispersión de nuestros países, la misma que
busca superar la UNASUR, aún no es cosa resuelta. Apenas estamos en el
comienzo.
Una estrategia y un plan que,
basado en las coincidencias de nuestras políticas y nuestras leyes,
defina objetivos y medios claros para el mejor aprovechamiento de esa
inmensidad de recursos, es un requerimiento que clama a gritos nuestra
realidad y nuestra experiencia histórica. Es un hecho comprobado por la
vida que, cuando no te ocupas de definir claramente tu política en
asuntos tan decisivos como éste, otros lo harán por ti. Y lo han venido
haciendo por ti so pretexto de que tienen el capital y tienen la
tecnología. Esto es relativamente cierto si haces las cosas en la
soledad de tus fronteras. Pero deja de serlo cuando reúnes las ideas
para el mejor ejercicio de tus derechos soberanos y permanentes sobre
los recursos naturales con tus hermanos más cercanos. Véase el ejemplo
que nos da la Organización de Países Exportadores de Petróleo -OPEP-,
una organización intergubernamental agrupada en torno al ejercicio
soberano sobre un recurso natural, el petróleo, y que ya ha cumplido
sesenta y tres años. Una organización que agrupa las culturas y
sistemas políticos más diversos y que ha logrado mantenerse pese a
conflictos, varios de ellos sangrientos, entre algunos de sus miembros.
Y la clave es que los gobiernos han sabido entender que juntos pueden
tener la influencia sobre el mercado petrolero mundial que de ninguna
manera tendrían separados.
En el diseño de la política aquí
esquematizada, existe una guía formidable, la Resolución 1803 de la
Asamblea General de las Naciones Unidas[1]
aprobada en 1962 y que versa sobre el principio de la propiedad
soberana y permanente de los Estados sobre sus recursos naturales. La
misma trata no solo sobre el asunto clave de la propiedad (por lo demás
ya resuelto en todas nuestras Constituciones) sino también como derecho
soberano, que los desarrollos industriales sirvan para beneficio de los
pueblos que son, en definitiva, los verdaderos propietarios de esos
recursos, recursos que están allí como resultado de procesos naturales
ocurridos desde hace millones de años.
Ahora bien, no basta con el
correcto ejercicio de los derechos de propiedad de los Estados. Esto es
algo imperativo, a lo cual debe añadirse el desarrollo científico y
tecnológico dirigido a minimizar el impacto que provoca toda
intervención del ser humano sobre la naturaleza. Y aún es necesario ir
más allá. No basta con diseñar y aplicar políticas racionales para la
fase primaria, sino que es necesario trazar y realizar políticas de
transformación que expandan las posibilidades de empleo productivo,
estable y de calidad como medio eficaz para combatir el desempleo y la
pobreza. A ello se suma la necesidad del desarrollo científico y
tecnológico que alivie el peso sobre el trabajo, incremente
productividad y reduzca el impacto ambiental.
Una política así trazada en sus
aspectos más generales demandará una masa de recursos muy significativa.
Y ello, a su vez, va a requerir que se realicen aportes por todos los
países miembros para el desarrollo de instituciones como el Banco del
Sur, así como de políticas comunes de negociación cuando se requiera el
financiamiento extrarregional.
Estamos pues, frente a la enorme
posibilidad de dejar atrás la pesadilla que representa para tantos seres
la pobreza, y dar un vigoroso y creciente impulso al desarrollo
integral del ser humano suramericano y, por extensión, dar una
contribución al ser humano a secas, no como abstracción, sino como
realidad material y espiritual. Esto, por supuesto, nos coloca ante el
problema de la distribución, pero esto es otro tema que ya abordaremos
en otra oportunidad.
- Alí Rodríguez Araque es secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas -UNASUR-.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No. 493 de marzo de 2014, que trata sobre el tema de "Ciencia, tecnología e innovación en la integración suramericana" - http://alainet.org/publica/493.phtml
[1] http://www2.ohchr.org/spanish/law/recursos.htm
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 493: http://alainet.org/publica/493.phtml
Tomado de aquí
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