¿Qué se puede esperar? Casi todo. En cuanto a tu amor, lo desestimo. Sólo porque no te conozco. Sólo porque no la conozco. Sólo porque, muchas veces, es más libre la soledad.
Y Pizarnik que puede dictarme un poema y sin embargo se calla. Me mira y se calla. Le golpea en la cabeza la sola presencia de mi mente en la suya. Se inquieta… como si no fuera consultada. ¿Qué tipo de humanidad perdida no habla con sus profetas? La soberbia ha ganado las calles. Y el silencio, el peor amigo de un poeta, hace las veces de hidra y reproduce sus llegadas. En todos esos lugares vive el silencio.
Y Tejada Gómez que golpea a mi puerta. Él, sin embargo, pasa sin miedos. Me ha dictado las muchas veces que escribí verde. Sabemos que ese color le pertenece para siempre. Y así va sumando uno a uno. Los vocablos, los espacio, las letras, ¡qué detalles de fin de siglo interminable!… modernamente interminable. El negro vuelve en su poesía que lo describía todo. Escuchen, sonsos, que la cosa está que arde.
Y Gelman que está más cerca, o eso nos parece, con su incansable lucha de recuerdos. A los golpes con la conciencia de tantos otros. Con marcas de ayer que son hoy, a no dudarlo. Porque las marcas se ven, se tocan, se sienten y se escriben nuevamente. Por suerte, la sangre en las venas es un factor imborrable… peor, un factor reproductible.
Y yo, que apago nuevamente las horas de la noche. Hoy no hay Luna. Que ingenuidad, ¿no? Pero miré y no hay Luna. Otra ingenuidad parecida es esa de observar un desfile de comunidades indígenas y pensar: así bailaban antes…
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