Sabía que ese placer aún no tenía nombre,
pero que sería enorme por el tiempo dedicado.
¡La paciencia es amor! – gritaba un viejo adagio
Y caminaba despacio como poder esperando,
como salente del cerro de los sin brazos,
como todo promotor de la calma y los abrazos.
Sabía que ese placer aún no tenía fecha,
sabía que el descontrol por esos poco morlacos,
había descontrolado no sólo su crepitar sino sus pasos,
la había puesto a la orilla del monte de los de abajo.
Caminaba despacio para que no se le escapara la frase,
como si en el meneo de andar andando se perdiera lo pensado,
como si fuera posible eso de no te quiero pero espanto,
como si todo verano oliera a hiervas.
Sabía que ese placer aún no tenía dueño,
ni almirante, patrón, patrona, general o aletargado.
No tenía corona ni coronado…
Era libre, libertino, libertario,
todas las formas de dar el horario,
justo a tiempo aquí sonante,
la campana del tunante
me llama a hacer sahumerios
olor de todo lo santo
y es de después tu consuelo.
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