VI
Esta convocatoria que hoy formulamos para seguir avanzando requiere del concurso de todos aquellos que, más allá de críticas y diferencias, reconocen los logros de la década transcurrida y quieren asegurar la continuidad de la expansión de derechos y las profundas transformaciones de estos años. El desafío es complicado porque la desaceleración del crecimiento y las simpatías de algunos gobernadores y dirigentes del PJ por una candidatura moderada son las dos pinzas que dificultan una acción más decidida del gobierno en la perspectiva del 2015.
Sería poco serio, casi podría considerarse una humorada, levantar esta propuesta emancipadora y ponerla en manos de un candidato que no comparta en lo esencial el rumbo seguido por Néstor y Cristina, a quienes siempre animó la idea clave de la autonomía de la política respecto del poder económico, idea opuesta a la concepción corporativa de la articulación con los grandes intereses, ajena a la lógica del conflicto como signo vital de una democracia transformadora, que reivindicara Kirchner cuando visitara por primera vez nuestra Asamblea. Carta Abierta no elige candidatos, aunque no renuncia a apoyar en su oportunidad a quien se identifique más con el programa popular, pero tiene la obligación de decir que el postulante hoy mejor instalado en las encuestas está lejos de cumplir esa condición. El mejor candidato para esta patriada difícil será aquél que se haya expresado en defensa de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, aspecto central de la acción de gobierno, constituido, además, en reaseguro ético del proyecto kirchnerista. Aquel que asegure seguir avanzando en el camino marcado por Néstor Kirchner, cuando dijo ¡no al ALCA! en 2005, y hubiera condenado los intentos de desestabilización de Venezuela así como expuesto sus diferencias con las políticas de los Estados Unidos para la región.
Las amables sugerencias para que el gobierno llegue sin tropiezos al fin del mandato, formuladas por miembros del establishment empresario, la dirigencia política y la corporación mediática, se parecen demasiado a una amenaza que señala los peligros que podría generar cualquier radicalización del rumbo económico o una más decisiva intervención presidencial en el proceso electoral. Actuando con responsabilidad en tan difícil coyuntura, la presidenta muestra a diario su vocación por no renunciar al camino emprendido. Ese es también el deseo de millones de argentinos, dispuestos a seguirla acompañando para iniciar en 2015 una nueva etapa del proyecto popular.
No obstante, cierto es el innecesario arbitrio al que se recurrió con las cifras del Indec. Ciertas son otras circunstancias merecedoras de críticas atinadas, pero no sobre la base de un rociador permanente de acusaciones combinadas con acciones desestabilizadoras propias del mundo financiero -que nadie duda que existen- por lo que se impone un cambio profundo de la legislación financiera, que no sólo combata las presiones sigilosas y las que además toman forma declarativa, sino que contenga la limitación de las superganancias obtenidas por entidades concentradas. Por otra parte, asombra que buena parte de las corrientes de opinión no favorable al gobierno, vaya tan lejos en su complacencia con el elenco permanente de los agronegocios que no aceptan ningún tipo de tributación fiscal, del empresariado insatisfecho con todo lo que sea control estatal, acciones que todos ellos conocen muy bien. Lo mismo ocurrió con la ley de medios: un gobierno que se empeñó en ampliar derechos y democratizar los medios de comunicación, recibió ataques brutales de los intereses afectados que redoblaban en ensañamiento el tenor de las medidas con que eran concernidos en nombres de un obvio sentido de democratización en la esfera política y productiva, que debiera ser normal en cualquier democracia avanzada, en tanto rumbos comunicacionales no sometidos a la lógica del capitalismo de la manufactura coercitiva de imágenes, plusvalía evidente del neocapitalismo sin más.
VII
La oposición que comulga con la creencia que la Democracia existe (o subsiste) si la protegen los grandes medios de comunicacion (o una buena parte de ella) volatilizó cualquier noción de espacio nacional autónomo, cuando festejó la acción de los fondos buitres. Cuando admitió la captura de un embarcación militar argentina en un acto de rapiña internacional. Cuando defendió las piruetas políticas y militares de Gran Bretaña sobre las Islas Malvinas o los informes dudosos del FMI. Y en una manifestación arrebatada de su “inconsciente antikirchnerista” llegó a denunciar sin evidencia alguna que no son respetados los “derechos humanos” de los infaustos represores del pasado. También cuando dijo preferir un intervencionismo de organismos vinculados al poder mundial financiero, antes que los actos de un gobierno que estatizaba –con las dificultades del caso- las empresas de aerolíneas y petrolíferas, entregadas irresponsablemente a empresarios de la globalización en las décadas anteriores. Podrán hacerse muchas críticas a estas decisiones, pero es evidente que existe la festejable la noticia de nuevos yacimientos petrolíferos, que necesariamente deberán explotarse en el marco del estricto control estatal-nacional de las empresas contratistas internacionales que intervengan. Será el caso, al mismo tiempo, que no se eviten las consideraciones sobre los dilemas ambientales y ecológicos que pueden presentarse y deben evitarse. Cuestiones que merecen un debate conciente y riguroso, que deben evitar llevarnos al “ambientalismo” de la globalización, preparado por las mismas empresas contaminadoras como ejercicio de control de los desarrollos regionales, sino a una doctrina efectiva de convivencialidad tecnológica con una naturaleza a la cual preservar de daños que perjudiquen la vida humana.
El kirchnerismo toma decisiones constantemente acosado, responde con medidas avanzadas y muchas otras que pertenecen a un realismo imbuido de razones que provienen de los condicionamientos internacionales, medidas que son acerbamente criticadas no por lo que tienen de también obvias para un conjunto de intereses empresariales-comunicacionales que harían lo mismo en tales casos, pero peor. Esto es, sin vestigio de conciencia autonomista y emancipatoria, y con una población, cada vez más despojada de la venerable idea de plena ciudadanía, modelada evidentemente por la doctrina antiestatalista del gobierno de los medios. Estos actúan con sus sabuesos y comediantes demoledores del espacio público, antes que como reales fiscales del pueblo, noción que no es inadecuada si no alberga el deseo profundo de sustituir el funcionamiento real de las instituciones de justicia. Nadie anhela negar problemas, pues la esencia de la política es reconocerlos, revelarlos, resolverlos. Otra cosa es la jerga globalizada que dicta su semiología obligatoria a las sociedades del espectáculo –el otro polo de las localizaciones mundiales donde hay guerras nacionales o intersectoriales-, reemplazando los antiguos conceptos de libertad por los de seguridad, dejando flotar en el pensamiento colectivo nociones revanchismo súbito que abren la puerta para que en ciertos casos puntuales el ciudadano que sostenía procesos de ilustración y participación democrática, pueda esbozar en un minuto de terror personal, el rostro terrorífico del linchador. Un ámbito de ilegalidad en la circulación de nuevas mercancías, el tráfico de drogas como nuevo orden del valor de cambio y el valor de uso de sociedades que ignoran que sus instituciones legales crecen a la sombra de este ilegalismo mundial, es también un hecho de la realidad universal cuyos efectos prácticos es crear desdoblamientos clandestinos de los Estados y al mismo tiempo controlar por dentro instituciones vitales de éste. Como explicación superficial de estas nuevas condiciones del orden político mundial, se obtiene una línea de trabajo constante: el vaciamiento de la legalidad democrática de los Estados sería culpa de los Estados realmente democráticos.
Este es un nuevo tipo de gobierno globalizado sobre la conciencia colectiva, que crea espacios simbólicos de fuerte contenido ficcional que tienden a la no política, al cualunquismo, a la fabricación de personajes del mercado salvaje de consumos culturales, de los que de alguna forma son tributarias –en su lenguaje y expresividad- las formaciones postpartidarias como el Pro y en alguna medida el FA/Unen, a pesar de que su conciencia falaz los lleva a algunos a denominar como centroizquierda lo que en verdad es un nuevo tipo de centroderecha y hasta de derecha a secas. De este nuevo estilo de gobierno inmaterial salen candidatos para la vida política desprovistos de mínimas espesuras históricas, actores populares, presuntos cómicos, presentadores de la televisión nocturna, siempre que consideren que el botín político no sea inferior al papel que ya ejercen de directores de conciencia de un consumo cultural sin historia ni fundamentos reales en el genuino arte popular de masas, tal como fue concebido por la modernidad. Como resultado de esto, se han devaluado trágicamente palabras como izquierda y derecha (aún con las deficiencias que provienen de su uso dicotómico) y es así que los partidarios de políticas represivas duras con pérdida de derechos individuales, de modificaciones regresivas en los regímenes de tributación, de pérdida de conquistas laborales, de alineamiento con las potencias y sus siglas emblemáticas, FMI, DEA, OEA, se resisten a asumirse como de derechas y prefieren apropiarse con ensueño juvenil de la camiseta del centro izquierda. En el baile de máscaras de la política argentina hay quienes pretenden colocarse un ropaje que no les corresponde. Pero esta no correspondencia es parte sustancial del drama de la hora.
VIII
Cada día que pasa la encrucijada estrecha expectativas, acorrala posibilidades. No es imaginable que una experiencia política que descartó el canon típico de la política nacional, sea declarada como un episodio travieso que, de pronto, fuese absorbido por los sistemas de dominio más menguados y dispuestos a sumarse a una nueva era de “normalización”. De entre los muchos conceptos que se escuchan, resalta el de “unidad del movimiento”. Si el kirchnerismo del “loco” pudo imaginar que el peronismo se adentraría en sus llamados renovadores, hoy un rumor no tan subterráneo susurra que hay que llevarse al “loco” para que impere el peronismo como abstracción incrustrada en una única forma inmóvil de la historia nacional. La prueba de la elasticidad del justicialismo, como en los cuentos de Sherazade, cada vez aumentando su indiscriminada admisión de nuevos prodigios, es que el paladín con el que muchos buscan cerrar las originales evidencias que comenzaron a percibirse desde mayo de 2003, proviene de los astilleros y cámaras de seguridad del Tigre, pero en acepciones más versátiles puede identificarse en los movimientos de quien, al revés que en la mitología clásica, parece haberse transformado en el anhelado Minotauro Justicialista sosteniendo el hilo de Ariadna que lo lleve desde su despacho gubernamental en la poco laberíntica ciudad de La Plata hacia destinos mayores. Así, se apocaría el mito, retrocedería el país.
No es decir nada nuevo que una parte del PJ confluyó con la corporación agromediática (el massismo es hijo de esa confluencia) en los días de la resolución 125. En esos tiempos calientes en los que tantas cosas fueron puestas sobre la mesa, y en los que los actores asumieron sus papeles en el drama de la historia, el kirchnerismo encontró su nombre y su potencia, pudo darle palabras a su desafío y a su proyecto. En esos días, también, algo inevitable volvería a sacudir al peronismo. Hoy, cuando todo sigue estando en disputa y bajo la forma del riesgo, regresa la amenaza de la restauración.
Lejos, muy lejos del espíritu de lo fundado por Néstor Kirchner, se encuentra el diagrama de aquellos que buscan concretar el final de un ciclo pronunciando otro nombre muy diferente al que talló de manera inesperada lo mejor de un país que se reencontró con una oportunidad que ya no alcanzaba siquiera a imaginar. Un nombre, el del kirchnerismo, que tendrá que enfrentarse a sus límites y contradicciones, a sus debilidades y a sus errores, pero que, sobre todo, tendrá que profundizar el núcleo desafiante y novedoso que introdujo en el interior de una sociedad desesperanzada. Y tendrá que hacerlo sin renunciar a esa impronta, sabiendo que no es posible ni justo replegarse hacia una política testimonial preparándose para otro tiempo más lejano que, cuando supuestamente llegue, volverá a encontrar un país desolado por la inclemencia de los poderes corporativos.
Por eso, el futuro tiene algunas líneas previsibles que pueden extraerse de todo lo actuado, y todas las zonas imprevisibles que se imaginen, pero es necesario advertir que las derechas mundiales, activas en nuestro país, se hallan esperando el derrumbe violento o inducidamente degradado de gobiernos populares latinoamericanos, buscando referencias en poderes mundiales que manejan la ilegalidad de un orden que también dice ser ley republicana, deshilachando las necesarias autonomías políticas nacionales.
Pasivamente, sectores amplios de la población aceptan el desfondamiendo al que pueden someterla los mandos generales mediáticos, clientes de los poderes generales de la globalización de los que éstos a la vez son clientes. Hay una lucha que de definirse de cierta manera, significaría la abrupta entrada de la Argentina en una globalización incierta y maniatada, sea la que provenga de las viejas áreas imperialistas o de las acciones económicas mundiales de las nuevas formas de capitalismo en las viejas naciones de Oriente, ante el que hay que evitar ser la nueva periferia de la nueva metrópolis que obligue a economías reprimarizadas. Una amenaza inminente deviene de la presión para la firma del tratado de libre comercio entre el MERCOSUR y la UE, cuya matriz se inscribe en el paradigma neoliberal.
Había épocas en que se buscaba al buen burgués. Ahora se busca al manso grupo político que, sea cual sea, muestre sus mejores méritos en la subordinación a este neo-mesianismo empresarial.
Dicho lo cual, no parece haber dudas de que un desemboque de la encrucijada argentina en un gobierno dirigido por los neoconservadorismos de cualquier cuño acentuarían todos los rasgos, sumariamente comentados aquí, de un retroceso nacional. Anuncios programáticos de esta regresión ya se hacen en los gabinetes de servilismo colectivo camuflados en los movimientos populares. Es la entrada compulsiva a la globalización acrítica. Es cierto que hay derechas de las derechas, así como derechas nuevas y derechas viejas, globalizaciones de color amarillo –la política como equivalente de las producciones Disney- y globalizaciones de color naranja, fundadas en antiguas leyendas nacionales ya fosilizadas. Cada ciudadano podrá alojar en las urnas su sentimiento sobre el “mal menor”, lo que es tan dolorido como la ausencia de grandes alternativas que recojan la vivacidad de un legado. Pero no descartemos que nuevos reagrupamientos puedan hacer verosímil –de modo no ofensivo ni inocuo- esta previsión esperanzada en cuanto a que no quede en los dominios de los emisarios de retroceso –interno y externo al peronismo-, un próximo capítulo de la historia nacional.
El kirchnerismo pudo ser definido como la extravagancia de una historia nacida de lo inesperado y que se deslizó por una grieta mal cerrada del muro de un país desguazado. El resultado de este acto dispuso una interpelación colectiva y excepcional que parecía provenir de otros tiempos y de otros corazones, y que a lo largo de esta década obtuvo numerosas interpretaciones y valoraciones. Pero no puede discutirse que se manifestaba en la encrucijada de un presente que pudo, gracias a su aparición a deshora, desviar una ruta de carencia, injusticia y desolación para dirigirse, a veces con la intemperancia de lo inaudito, a veces con medidas que reclamarían mayores precisiones, hacia la reconstrucción y la reparación de una sociedad descreída. No puede negarse que, hijo de la ironía de la historia, miles y miles se descubrieran de nuevo alborozados por antiguas y nuevas militancias, de esas que entrelazaron el legado con la modernidad. La hora dilemática del kirchnerismo es ésta: seguir conmoviendo el sentido común de una sociedad que nunca imaginó que pudiera ser contemporánea de un giro histórico o desembocar en la resignada aceptación de un fin de ciclo que se materializaría en candidaturas que nada han tenido que ver con el ímpetu rupturista de lo iniciado en mayo del 2003. Las cenizas de la resignación flotan en el aire entremezcladas con los destellos de la transformación. El peligro de la regresión está afuera y adentro. No hay cartillas ya escritas. Hay una responsabilidad. La nuestra es seguir reafirmando lo que ha significado y sigue significando la apelación del kirchnerismo, que de ser palabra desconocida pasó a ser palabra pronunciada con los distintos matices y dificultades bien conocidas. No puede ahora ser una palabra caída.
Con esta apelación, que recoge lo mejor de una década preñada de novedades y transformaciones y que también se hace cargo de las dificultades y de los desafíos que se abren de cara al futuro, nos comprometemos, una vez más, a defender las iniciativas del gobierno nacional consustanciadas con los intereses de las mayorías populares. Un camino signado por la voluntad inquebrantable de Cristina de avanzar, hoy como ayer, con las banderas de un país más justo. De esa voluntad acompañada por millones de compatriotas saldrá la mejor opción para dar la batalla electoral del 2015.
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