En 1863 el “Chacho” Peñaloza fue asesinado luego de levantarse contra el centralismo porteño del general Bartolomé Mitre. Dos años más tarde, a poco de iniciarse la Guerra del Paraguay, los partidarios del federalismo comprendieron que se ponía en juego su destino y se levantaron en armas contra el gobierno nacional. Las provincias del Interior se negaban a pelear contra el Paraguay. Estaba claro que era una guerra fratricida. Los soldados argentinos marchaban al frente de batalla encadenados. En su libro sobre la guerra, León Pomer publica un sugestivo documento sobre las condiciones de los “voluntarios catamarqueños”. Se trata de un recibo extendido por un herrero de esa provincia cuyo texto dice: “Recibí del gobierno de la provincia de Catamarca, la suma de 40 pesos bolivianos por la construcción de 200 grillos para los voluntarios [sic] catamarqueños que marchan a la guerra contra el Paraguay”. Pronto, la impopularidad de la Guerra de la Triple Alianza, llamada así en alusión a la coalición entre Argentina, Brasil y Uruguay, y los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña desencadenaron levantamientos en Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja. En noviembre de 1866, se produjo “la revolución de los colorados” en Mendoza, liderada por Carlos Juan Rodríguez y Juan de Dios Videla. Pronto se extendió por las provincias cuyanas. Felipe Varela, caudillo catamarqueño y estanciero de Guandacol, en La Rioja, había peleado contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas, pero debió exiliarse en Chile. A la caída de Rosas, se integró a la confederación a las órdenes de Urquiza; sin embargo, tras la derrota de Pavón, que dio triunfo a Mitre, se unió en 1862 a las fuerzas federales al mando del Chacho Peñaloza. Tras el asesinato del caudillo riojano, Varela se puso a las órdenes de Urquiza en Entre Ríos. Más tarde regresó a Chile, donde adhirió a la Unión Americana, formada para repudiar los ataques europeos contra Perú. Pero ante la situación que vivía su patria, decidió regresar y enfrentar al gobierno nacional. Ordenó comprar unas pocas armas con la venta de sus tierras y el 6 de diciembre de 1866, desde Jachal, San Juan, se sublevó contra el gobierno de Bartolomé Mitre con no más de 200 soldados montoneros, lanzando su célebre proclama a los pueblos americanos. A su llamado acudieron centenares de hombres, principalmente gauchos, conformando un ejército de unos cuatro mil guerrilleros. A pesar de contar con un importante apoyo popular, Varela y sus hombres fueron derrotados por las fuerzas nacionales. La guerra concluiría en una total derrota para el Paraguay y las tropas nacionales no tardarán en sofocar la montonera del Interior. Varela se refugió en Bolivia y más tarde en Chile, donde murió enfermo de tisis el 4 de junio de 1870. Reproducimos en esta oportunidad el manifiesto que lanzó Felipe Varela en enero de 1868 explicando los motivos que lo llevaron a apoyar la Unión Americana, denunciando las pretensiones anexionistas de Mitre respecto a países hermanos, el monopolio y la absorción de las rentas nacionales por Buenos Aires, y dando cuenta de las razones que lo impulsaron a apoyar al Paraguay en la guerra, sublevándose contra el gobierno central. |
Fuente: Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Felipe Varela contra el Imperio Británico, Buenos Aires, Shapire Editor, 1975. |
¡Viva la Unión Americana! Manifiesto a
los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la
República Argentina en los años 1866 y 1867
Potosí, enero de 1868.
El desarrollo de los sucesos políticos de la República
Argentina, en los años de 1866 y 67, ha sido objeto de la atención de
los demás pueblos americanos, como que ellos envolvían una alta
significación para los grandes destinos de la América Unida. (…)
Hay un gran principio social innegable que dice: LA UNIÓN
ES LA FUERZA… (…) El Gobierno de Buenos Aires, sin embargo, por miras
que se pondrán luego de relieve, negó solapadamente la justicia de esta
grande idea, negándose también a tomar parte en la Unión que se
consolidaba por medio de un Congreso Americano en Lima, so pretexto de
ser inconveniente a los intereses argentinos, comprometidos en una
alianza con la corona brasilera. (…)
Ese primer paso de la política de Mitre dio su fruto
deseado: la anexión, que no tardará mucho, del Uruguay al Imperio, pues
desde entonces le pertenece, y la guerra con el Paraguay, que envuelve
por parte de Mitre aspiraciones más crecidas pero aún más criminales.
En efecto, la guerra con el Paraguay era un acontecimiento
ya calculado, premeditado por el general Mitre. Cuando los ejércitos
imperiales atraídos por él, sin causa alguna justificable, sin pretexto
alguno razonable, fueron a dominar la débil República del Uruguay,
aliándose con el poder rebelde de Flores en guerra civil abierta con el
poder de aquella República, comprendió el gobierno del Paraguay que la
independencia uruguaya peligraba de un modo serio, que el derecho del
más fuerte era la causa de su muerte, y que por consiguiente las
garantías de su propia libertad quedaban a merced del capricho de una
potencia más poderosa.
Pesaron estas razones en la conciencia del general
presidente López de la República paraguaya, y buscando una garantía
sólida a la conservación de sus propias instituciones, desenvainó su
espada para defender al Uruguay de la dominación brasilera a que Mitre
lo había entregado.
Fue entonces que aquel gobierno se dirigió al argentino
solicitando el paso inocente de sus ejércitos por Misiones, para llevar
la guerra que formalmente había declarado el Brasil.
Este paso del presidente López era una gota de rocío
derramada sobre el corazón ambicioso de Mitre, porque le enseñaba en
perspectiva el camino más corto para hallar una máscara de legalidad con
qué disfrazarse, y poder llevar pomposamente una guerra nacional al
Paraguay, guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de
dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya
base fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada
República.
El general Mitre, invocando los principios de la más
estricta neutralidad, negaba de todo punto al Presidente del Paraguay
su solicitud, mientras con la otra mano firmaba el permiso para que el
Brasil hiciera su cuartel general en la Provincia Argentina de
Corrientes, para llevar el ataque desde allí a las huestes paraguayas.
Esta política injustificable fue conocida ante el
parlamento de Londres, por una correspondencia leída en él del ministro
inglés en Buenos Aires, a quien Mitre había confiado los secretos de
sus grandes crímenes políticos.
Textualmente dice el ministro inglés citado: "Tanto el Presidente Mitre como el Ministro Elizalde, me han declarado varias veces, que aunque por ahora no pensaban en anexar el Paraguay a la República Argentina, no querían contraer sobre esto compromiso alguno con el Brasil, pues cualesquiera que sean al presente sus vistas, las circunstancias podrían cambiarlas en otro sentido" 1.
He aquí cuatro palabras que envuelven en un todo la verdad
innegable de que la guerra contra el Paraguay jamás ha sido guerra
nacional, desde que, como se ve, no es una mera reparación lo que se
busca en ella, sino que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada
República están amenazados de ser juguete de las cavilosidades de Mitre.
Esta verdad se confirma con estas otras palabras del
mismo Ministro inglés citado: "El Ministro Elizalde me ha dicho que
espera vivir lo bastante para ver a Bolivia, el Paraguay y la República
Argentina, unidos formando una poderosa República en el continente".
(...)
Las provincias argentinas, empero, no han participado
jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han
contemplado gimiendo la deserción de un presidente impuesto por las
bayonetas, sobre la sangre argentina, de los grandes principios de la
Unión Americana, en los que han mirado siempre la salvaguardia de sus
derechos y de su libertad, arrebatada en nombre de la justicia y la
ley.
En el párrafo sexto (de la proclama) hago presente a los
argentinos, el monopolio y la absorción de las rentas nacionales por
Buenos Aires.
En efecto: la Nación Argentina goza de una renta de diez
millones de duros, que producen las provincias con el sudor de su
frente. Y sin embargo, desde la época en que el gobierno libre se
organizó en el país, Buenos Aires, a título de Capital es la provincia
única que ha gozado del enorme producto del país entero, mientras en
los demás pueblos, pobres y arruinados, se hacía imposible el buen
quicio de las administraciones provinciales, por falta de recursos y
por la pequeñez de sus entradas municipales para subvenir los gastos
indispensables de su gobierno local.
A la vez, que los pueblos gemían en esta miseria sin poder
dar un paso por la vía del progreso, a causa de su propia escasez la
orgullosa Buenos Aires botaba ingentes sumas en embellecer sus paseos
públicos, en construir teatros, en erigir estatuas y en elementos de
puro lujo.
De modo que las provincias eran desgraciados países
sirvientes, pueblos tributarios de Buenos Aires, que perdían la
nacionalidad de sus derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional.
En esta verdad está el origen de la guerra de cincuenta
años en que las provincias han estado en lucha abierta con Buenos
Aires, dando por resultado esta contienda, la preponderancia despótica
del porteño sobre el provinciano, hasta el punto de tratarlo como a un
ser de escala inferior y de más limitados derechos.
Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina,
como España lo fue de la América. Ser partidario de Buenos Aires, es
ser ciudadano amante a su patria, pero ser amigo de la libertad, de las
provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! ¡eso es ser
traidor a la patria, y es por consiguiente un delito que pone a los
ciudadanos fuera de la ley!
He ahí, pues, los tiempos del coloniaje existente en
miniatura, en la República, y la guerra de 1810 reproducida en 1866 y
67, entre el pueblo de Buenos Aires (España) y las provincias del Plata
(colonias americanas).
Sin embargo, esa guerra eterna dio a fines de 1859 por
resultado la victoria de los pueblos argentinos sobre el poder
dominante de la Capital. Sus diez millones de renta estaban, por
consiguiente recobrados, pero como no era posible despojar a Buenos
Aires de un solo golpe de tan ingente cantidad, arreglada a la cual
había creado sus necesidades, pues eso hubiera sido sepultarla en una
ruina completa, tuvieron todavía la generosidad los provincianos, de
celebrar un pacto, por el cual concedían a Buenos Aires el goce por
cinco años más de las entradas locales para llenar su pomposo
presupuesto.
Fue entonces que los porteños invocaron la hidalguía del
que hoy llaman bárbaro, del presidente actual del Paraguay Mariscal Don
Francisco Solano López, para que con su respetabilidad y talento
interviniese en el pacto que celebraban las provincias argentinas con
Buenos Aires vencida.
El Mariscal López accedió generoso, garantiendo el cumplimiento del tratado por ambas partes con su propio poder.
En noviembre de 1865 debían expirar estos tratados, y
entrar las provincias en el goce de lo que verdaderamente les
pertenece, las entradas nacionales de diez millones que ellas producen.
Cuando el sesenta y cuatro aun no llegaba, cuando Mitre
aun no asaltaba la presidencia de la Nación, por un órgano público de
Buenos Aires decía el futuro caudillo, sobre el pacto con el Paraguay:
"Esos tratados serán despedazados y sus fragmentos arrojados al
viento".
Por fin el General Mitre revolucionó a la provincia de
Buenos Aires contra las demás provincias argentinas, cuyos dos poderes
se batieron en Pavón.
La suerte estuvo del lado de aquel porteño malvado que se
sentó Presidente sobre un trono de sangre, de cadáveres y de lágrimas
argentinas.
Entre tanto los tratados garantidos por el Paraguay vivían, y llegado el término podía esta nación exigir su cumplimiento.
He aquí otra de las causas fundamentales de la guerra
llevada por Mitre a la República del Paraguay, desarmando así a las
provincias del poder aliado que garantía su felicidad, contra la
infamia de un usurpador.
Después de este golpe maestro, el general Mitre desfiguró la carta democrática dada por las provincias vencedoras en Caseros, y la desfiguró a su antojo, después de haber jurado con lágrimas en los ojos respetarla, explotando así la generosidad de los pueblos, que entonces pudieron plantar la bandera de la humillación y del dominio en la misma plaza de Buenos Aires.
Esa reforma dio por fruto el regalo eterno de las rentas
nacionales a la ciudad bonaerense, el despojo para siempre de la
propiedad de los pobres provincianos, y aun algo más, el empeño de las
desgraciadas provincias en más de cien millones, para sostener una
guerra contra sus intereses, contra su aliado, contra el poder
combatido por tener el crimen de haber garantido la paz argentina y la
felicidad de todos los pueblos, en noviembre de 1859.
Es por estas incontestables razones que los argentinos de
corazón, y sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos
estado siempre del lado del Paraguay en la guerra que, por debilitarnos,
por desarmarnos, por arruinarnos, le ha llevado a Mitre a fuerza de
intrigas y de infamias contra la voluntad de toda la Nación entera, a
excepción de la egoísta Buenos Aires.
Es por esto mismo que es uno de nuestros propósitos
manifestado en la invitación citada, la paz y la amistad con el
Paraguay. (...)
|
"En medio de esta lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad del pueblo, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su hermano." Rodolfo Walsh
jueves, 12 de diciembre de 2013
Felipe Varela y el manifiesto de enero de 1868
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