Homenaje a un artista único e irrepetible. Un actor que quiso
ser el mejor y lo logró, un referente de la generación que cambió al
teatro.
Por: Daniel Castelo
Con la muerte de Alejandro Urdapilleta, el teatro argentino perdió no
solo a uno de sus más grandes intérpretes, sino también a quien encarnó
lo mejor de la vanguardia que supimos conseguir con el regreso de la
Democracia a principios de la década del 80.
Nacido en Montevideo en marzo de 1954, hijo de un militar que se
levantó contra el gobierno de Perón, Alejandro llegó a la Argentina
cuando tenía un año y vivió en el país hasta que cumplió los 23, cuando
viajó a Inglaterra, donde trabajó como mayordomo. En 1981 regresó a
Buenos Aires, donde, sin saberlo, fue parte de la semilla que
revolucionó al teatro.
Junto a gente como Batato Barea, Humberto Tortonese y el poeta
Fernando Noy, Urdapilleta se topó con una Argentina que de a poco
recobraba las pulsiones de libertad, hasta que en 1984 nació el hoy
mítico Parakultural, reducto que vio nacer, crecer y potenciarse a los
artistas clave del último cuarto de siglo.
Verónica Llinás, un casi adolescente Alfredo Casero, Alejandra
Fletchner, Celeste Carballo, Luca Prodán, el Indio Solari y hasta los
músicos de Los Fabulosos Cádillacs, entre muchísimos otros, pasaron por
el escenario del Parakultural. De allí, el trío
Urdapilleta-Tortonese-Barea reventó las tablas de todo espacio que
colonizó. El Centro Cultural Rojas, otra de las joyas de la democracia
recobrada, fue también testigo de la subversión estética de un under que
asomaba cada vez con más fuerza del subsuelo.
El teatro oficial no estaba listo para contener a los guerrilleros de
la palabra, el texto y la forma, que partian de Ionesco y terminaban en
formas deformes de teatro absurdo, dando vuelta como una media a lo
que, se suponía, debía hacerse sobre un escenario.
Así pasó más de una década en la que Urdapilleta se constituyó como
lo mejor de su generación. Sobrevivió al sida, a la represión cultural
de una parte de la institucionalidad del arte, a la muerte de su amigo
Batato y a la industria audiovisual que, entre otros, cooptó al propio
Tortonese, partenaire de Susana Giménez y por estosun mediático de las
tardes catódicas.
Entre lo más destacado del hombre que hoy despedimos, se encuentran,
además de las maratones performáticas del Parakultural, Cemento, el
Rojas y luego el noventoso Ave Porco ("La carancha", "Poemas decorados",
"Carne de chancha", "Urdapilleta en llamas", entre otros), sus
interpretaciones en el denominado "circuito comercial" y "oficial", como
el teatro General San Martín "Mein Kampf (una farsa)", donde jugo un
Hitler antológico y un magistral Hamlet.
En tanto, en televisión saltó a la fama junto a Tortonese de la mano
de Antonio Gasalla, que los incorporó a su exitoso ciclo "El mundo de
Antonio Gasalla". Pero sin dudas su papel en la ficción "Tumberos", de
Adrián Caetano, marcó su consagración definitiva como actor de la
pantalla chica.
El cine también lo tuvo entre sus actores más interesantes, con
papeles en films como "La sonámbula", "La niña santa", "Los santos
sucios", entre otros títulos.
El underground teatral ya no existe como tal, ya no marca grandes
diferencias ni presenta el espíritu revulsivo que explicitó en los 80s y
90s. Artistas como José María Muscari (heredero de lo mejor de Alberto
Ure) trabajan para mantener la vitalidad de ese espacio, pero al mismo
tiempo el avasallamiento de la posmodernidad hizo que, hoy por hoy,
under e industria se hayan fusionado y ya no queden claros los matices.
Los artistas que antes luchaban por revolucionar los conceptos
escénicos hoy presentan sus puestas en los teatros de un Estado
(nacional y porteño) que se adaptó al cambio y absorvió a los revulsivos
hasta tenerlos como parte de sus elencos.
Urdapilleta es el último guerrero de un under que ya no funciona como
tal. No por nada, quizá, su íntima amiga, la actriz Alejandra
Fletchner, definió que "Alejandro quería ser el mejor pero por fuera del
sistema". Un actor que logró ser el mejor de una época sin ser uno más.
Un artista fuera del circo de la farándula. Un otro, un distinto, uno
de los que ya no quedan.
Tomado de aquí
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