Sumario
1 ¿El hombre ha muerto?
2 Si el hombre ha muerto, ¿quién está en las calles?
3 ¿Por qué escribe Foucault una historia de la locura?
4 ¿Cómo logra el poder imponer su verdad?
1 ¿El hombre ha muerto?
Vamos hacia el encuentro de Michel Foucault. Michel Foucault es la gran estrella del pensamiento francés que surge a mediados de la década del ’60. Como gran estrella del pensamiento francés, también se presenta como el sucesor de Jean Paul Sartre que lo había sido en los finales de la década del ’40 y durante toda la década del ’50. Comienza aquí, entonces, el pensamiento estructuralista. El puntapié inicial del pensamiento estructuralista lo había dado Claude Lévi-Strauss con dos obras fundamentales como “El pensamiento salvaje” y “Antropología estructural”. Ninguno de los estructuralistas va a estar satisfecho o contento cuando le digan “estructuralista” salvo, quizá, Lévi-Strauss que nunca renegó de ese concepto.
La aparición de Michel Foucault es una aparición espectacular realmente y lo hace con un libro que tiene un enorme éxito y que es “Las palabras y las cosas”. Vamos a ir al grano: la fórmula que trae “Las palabras y las cosas” –basándose un poco en Nietzsche- es “el hombre ha muerto”, frase que puede despertar nuestra curiosidad, indudablemente. Para eso la elabora Foucault, para despertar la curiosidad de los lectores y que lean su libro. Foucault es un seguidor de Nietzsche, y de Nietzsche a través de la lectura que Heidegger hace de Nietzsche. Foucault dice que leyó a Heidegger en 1951 y que tiene miles de páginas de Heidegger marcadas, señaladas, escritas en los márgenes, etc.
La idea de la muerte del hombre es paralela al concepto de Nietzsche de la muerte de Dios. “Si ha muerto Dios, ahora muere el hombre”. ¿En qué sentido muere el hombre? Esto es realmente complejo. Lo que se propone hacer Foucault, lo que se propone hacer el estructuralismo es salir del sujeto. Ese sujeto que Descartes en 1637 pone ahí, en la centralidad, como punto de partida epistemológico único, el ego cogito ergo sum (el “yo pienso”); ese sujeto centralizado, ese sujeto que domina todo el conocimiento y toda la realidad va a ser cuestionado por Foucault que va a decir: “el sujeto no está en el centro ni domina la realidad”. El sujeto, por el contrario, pertenece a lo que Foucault va a llamar la trama histórica. Está en algún lugar de la trama histórica pero no es un sujeto constituyente de la realidad sino que es un sujeto constituido por las relaciones de la estructura.
O sea, lo que viene a hacer Foucault es sacar el sujeto de la centralidad donde lo había puesto Descartes -y donde Foucault dice que lo mantuvo Sartre- para ponerlo dentro de la “estructura estructuralista”. Entonces, yo voy a decir desde ahora lo que hacen estos pensadores franceses: es seguir a Heidegger. Lo que hace el “segundo Heidegger” es una crítica despiadada a Descartes y lo hace en sus dos tomos sobre Nietzsche -en los seminarios que da sobre Nietzsche de 1935 a 1940- en los que dice que Descartes hace una antropología, es decir un estudio del hombre. Es el hombre el que Descartes pone en la centralidad. Ese hombre puesto en la centralidad –va a decir Heidegger- es el hombre que olvida al ser y se dedica a la conquista de los entes.
Entonces, lo que hace el pensamiento francés es salir del sujeto para poder entrar en Heidegger. Lo voy a explicar bien (esto es tal vez un poco lateral, pero muy importante): el pensamiento francés a mediados de los años 60 veía ya claramente –y esto está en un texto de Derrida: “Espectros de Marx”- la caída del marxismo, la caída de la URSS. En realidad, Jacques Derrida dice en “Espectros de Marx”: nosotros, ya desde los juicios de Moscú y desde Hungría –ni siquiera necesitamos esperar a la primavera de Praga- veíamos que la URSS se caía y que el marxismo no nos servía más como instrumento de conocimiento de la realidad. Entonces necesitan una crítica a la modernidad capitalista que no provenga de Marx y la encuentran en Heidegger. Heidegger, efectivamente, es uno de los más grandes críticos de la modernidad capitalista en tanto técnica apropiadora de los entes, de los objetos, de la realidad. Lo toman a Heidegger pero, para tomarlo a Heidegger, tienen que adaptarse a él porque Heidegger es el filósofo que liquida al sujeto porque va a decir: esta apropiación que hace el ente antropológico de la realidad no es el sujeto que constituye la realidad, sino que la realidad es ahora apropiada por la técnica del sujeto. Esto va a quedar claro en el próximo bloque.
2 Si el hombre ha muerto, ¿quién está en las calles?
En resumen, el pensamiento francés quiere salir de Marx y quiere salir de Sartre, críticos de la modernidad capitalista. Encuentran otros críticos de la modernidad capitalista, en realidad 2: Nietzsche y Heidegger. Los dos habían abominado de la modernidad capitalista. Heidegger había dicho que esa modernidad capitalista que comienza en Descartes poniendo al sujeto en la centralidad, había olvidado al ser y se había concentrado en la conquista de los objetos, de los entes, se había perdido en eso (al contrario de los griegos). Los griegos no partían del sujeto, los griegos estaban en estado de abierto con el ser y tenían una relación de encuentro con el ser –algo que mucho más tarde Heidegger le va a poner un nombre “Ereignis”, un momento en el cual el hombre se encuentra en la plenitud del ser. Esto se pierde en Descartes. El sujeto muere en Heidegger y Foucault también dice hay que terminar con el sujeto como punto de partida epistemológico. Entonces, lo que vamos a poner en el centro ahora es la estructura y al sujeto lo vamos a poner dentro de la estructura. Para salir de Heidegger, había que poner al sujeto dentro de la estructura y someterlo a infinidad de determinaciones.
Sin embargo, “Las palabras y las cosas” y la fórmula “el hombre ha muerto” no tiene fortuna inicialmente porque Foucault publica en 1966 su libro y en mayo de 1968 ocurre el mayo francés. Entonces, si el hombre ha muerto, ¿cómo vamos a hacer el mayo francés? –dicen los estudiantes. Y dicen una frase memorable dirigida a los estructuralistas: “las estructuras no bajan a la calle”. Las estructuras no salen a la calle, los que salen a la calle son los sujetos y esto: ¿a quién trae de vuelta al primer plano de la escena filosófica-política en Francia durante el mayo francés?: al ya veterano Jean Paul Sartre. Es decir al filósofo del sujeto libre que con su praxis hace la historia.
En el teatro Odeón donde se concentran todos los estudiantes que están haciendo el mayo francés, como gran honor al único pensador al que llaman a hablar es al ya veterano Sartre que va muy gustoso, se dispone a hablar, y un estudiante le pasa un papelito que dice: “Sartre, no nos des la lata que después tenemos que planificar lo que vamos a hacer mañana”. No sé cómo le habrá caído a Sartre que le dijeran “no nos des la lata”, pero esto era todo lo que iban aceptar los estudiantes franceses de parte de sus filósofos.
Foucault tampoco entró cabida aquí en la Argentina. Porque ustedes imaginen lo que pasaba en la Argentina y en América Latina, el “Che” proponía “el hombre nuevo”, se hablaba del nuevo hombre. Se vivía un estado revolucionario en toda América Latina a través de las guerrillas latinoamericanas que requerían a un hombre nuevo dispuesto a darlo todo, a dar su vida, a entregar todo lo que pudiera entregar. Por eso la fórmula de Foucault tardó mucho en entrar.
Ahora bien, “Las palabras y las cosas” no tanto, pero el libro que más entró aquí de Foucault –es el segundo gran libro del autor- fue “Vigilar y castigar” que es un libro sobre las prisiones, en el cual Foucault analiza lo que él va a llamar las sociedades disciplinarias. Voy a decirlo contundentemente: Foucault es un brillante analista del poder. No ha habido quizá un analista del poder más brillante y exhaustivo que Foucault. Lo único que le costó mucho explicar es cómo uno se resiste al poder. Foucault lanza una fórmula: “donde hay poder, hay resistencia al poder”, ahora, se pasa mucho, demasiados años explicando el poder, y la resistencia al poder no aparece nunca. Incluso sus discípulos hacia 1978, 79, le dicen: bueno Michel, ¿cómo nos resistimos a este poder que describiste durante tantos años con tanta plenitud?
¿Cómo describe Michel Foucault el poder? ¿Cuáles son los poderes de los que se ocupa? El poder, para Foucault, va a ser el poder de la razón. Lo que usa el poder es la razón. Entonces la crítica que va a hacer Foucault no es nada nuevo en este sentido, porque ya vimos que Adorno y Horkheimer en “Dialéctica de la Ilustración” criticaban a lo que llamaban “razón instrumental”, a esa razón que venía del Iluminismo como Diosa Razón y se transformaba en razón instrumental para dominar la naturaleza y los hombres y finalmente su aplicación más macabra ocurría en Auschwitz. Ahí entonces Michel Foucault se basa en ese texto de Adorno y Horkheimer, se basa también en la concepción que tiene Heidegger de la razón y va a desarrollar su propia concepción de la razón en dos libros fundamentales: “Historia de la locura en la época clásica” (1961) y “Vigilar y castigar” (1975).
3 ¿Por qué escribe Foucault una historia de la locura?
No hay libro que Foucault escriba que no tenga una clara finalidad. La finalidad de Foucault era erosionar a la razón, sacarla del lugar privilegiado que tenía, cuestionarla. Mostrar que esa razón ha sido instaurada para dominar a los hombres. Entonces escribe genialmente porque el modo de atacarla es genial, escribe una “Historia de la locura en la época clásica”. ¿Por qué? Porque no hay nada que cuestione más a la razón que la locura. No hay nada que la razón necesite ocultar más, para validarse a sí misma, que la locura. La locura es la antítesis de la razón, es la negación de la razón. La razón no quiere admitir que parte de ella es la locura e incluso que este mundo racional en el cual todos creemos vivir –o que se nos vende que vivimos en un mundo racional- genera locura.
Escribe, entonces, “Historia de la locura en la época clásica” en la cual la figura del manicomio ocupa un lugar importantísimo. El manicomio es el lugar en el cual la sociedad racional pone a los locos, los aparta. Usted no va a ver a los locos. Usted va a andar tranquilo por esta sociedad racional, bien organizada, aunque, digamos, haya embotellamientos, piqueteros, esas cosas que les disgusta a la gente que anda por la calle, pero es una sociedad racional. Y más si pensamos que Foucault en realidad no ha dejado de pensar nunca en la sociedad francesa. Hay incluso una ensayista norteamericana que dice: si ésa es la sociedad disciplinaria, yo quiero vivir ahí. Porque, es cierto, es una sociedad disciplinaria de gran control, pero también es una sociedad disciplinaria de primer mundo.
De todos modos, ahí Foucault dice que esa sociedad disciplinaria es una sociedad racional para dominar a los hombres. Y para dominar a los hombres la razón tiene que apartar de sí a la locura. El manicomio, entonces, cobra una importancia central porque apartar de sí aquello que es diferente. Esto es fundamental para la razón, para su propia afirmación. Porque la locura –atención a esto- es el mayor cuestionamiento a la razón. Entonces, los locos, al manicomio.
Lo otro que analiza Foucault en “Vigilar y castigar” (1975) -que es otro de sus grandes libros- es la delincuencia, digamos. Es la sociedad civil que tiene que ser organizada, transparente, en la cual todos tenemos que poder vivir, que ya Thomas Hobbes en el “Leviatán” (1651) dijo que los hombres librados a sus propios instintos generaban una guerra de todos contra todos y que el hombre era el lobo del hombre y que, por eso, el Estado, el Leviatán, era necesario para armonizar esa guerra de todos contra todos. Entonces todos cedían su voluntad al Estado y el Estado organizaba la sociedad. Bien –dice Foucault- esta sociedad, para organizarse así, necesita las cárceles. Entonces, si a los locos se los amontonaba en los manicomios, a los delincuentes se los va a amontonar en las cárceles.
Muy bien, ¿qué hay que hacer en la cárcel?, ¿cuál es el elemento fundamental en la cárcel? Foucault se acuerda de una figura de Jeremy Bentham, un teórico inglés del siglo XIX, que había escrito un librito chiquito en el que desarrolla la figura del “panóptico”. ¿Qué es el panóptico? El panóptico es una torre puesta en la mitad de la unidad carcelaria. Toda la unidad carcelaria está construida alrededor del panóptico. Supongamos que yo soy uno de los guardias de la unidad carcelaria –no me gustaría serlo, pero supongamos que lo soy-. Desde el panóptico yo puedo ver todo alrededor y no ser visto, esto es lo fundamental, el control central que ejerce el panóptico es ver a los que están en las prisiones y que los que están en las prisiones no vean a aquellos que los ven desde el panóptico.
Entonces, el que ve cosifica al otro, hace del otro un objeto visto pero no un ser humano. Para el guardia del panóptico, el tipo que está en la cárcel es una cosa a vigilar, una cosa a controlar, una cosa a ver pero una cosa que no tiene que verlo a él. Él tiene que ver y no ser visto, y el que está en la cárcel tiene que ser visto y no ver. Este es el esquema del panóptico.
4 ¿Cómo logra el poder imponer su verdad?
Esta relación que el poder establece con el detenido o con el hombre que ha confinado en el manicomio es claramente una relación de exclusión. El poder es la razón que ve, la razón que controla, la razón que domina. Esta razón que controla, que ve, que domina, que instrumenta a los hombres. Esta razón que incluso –atención a esto que es muy fascinante en Foucault- desarrolla las ciencias humanas, no para conocer al hombre, sino para conocerlo y dominarlo mejor –esta es una idea brillante de Foucault-. Las ciencias humanas no pretenden estudiar al hombre, pretende conocerlo y dominarlo mejor.
El poder tiene una capacidad enorme, gigantesca. El poder tiene el poder de imponer la verdad. Usted me dirá la verdad es una, podemos decir cosas más extremas –la verdad es la verdad revelada de Dios-, bueno, usted ya sabe que estamos en Filosofía y en Filosofía –como dice Heidegger- Dios queda aparte (porque si no respondería todas las preguntas pero las tenemos que responder los pobres seres humanos que estamos aquí). Entonces, la pregunta que nos tenemos que hacer es ¿por qué el poder es el que impone la verdad? Porque, por ejemplo, tener todos los medios de comunicación en manos de un poder le permite a ese poder moldear las conciencias de los sujetos de una sociedad. Porque la revolución comunicacional del imperio norteamericano ha sido justamente eso: una revolución comunicacional. Porque por medio de esa revolución condiciona, conforma, forma las subjetividades de los receptores. Hace de los demás un enorme mundo de receptores de la verdad que emite ese inmenso poder comunicacional.
Entonces, el poder crea la verdad. La verdad, lo siento, no existe. Lo que existe es la interpretación de la verdad y lo que existe es la verdad que el poder puede repetir 30.000 veces, 50.000 veces, 70.000 veces en un día, hasta que usted se la crea. Y crea esa verdad. Ahora bien, hay una frase de Nietzsche tan genial que uno puede pensar largos años sobre ella: “no hay hechos, hay interpretaciones”. O sea, ningún hecho nos va a dar la verdad. Por ejemplo, “Ezeiza”, ¿cuál es la verdad de Ezeiza? La que dicen los que estaban en el palco, la que dice la gente que estaba abajo, la que dice la columna que venía del Sur, la que dice Osinde, la que dice los Montoneros, la que dice Cámpora, la que dice Fabio, ¿cuál es la verdad? Bueno, hay interpretaciones. El hecho es uno: algo terrible ocurrió en Ezeiza, pero la interpretación de ese hecho es múltiple. O sea, no hay hechos, hay interpretaciones.
Si hay interpretaciones entonces el poder tiene el poderío de imponer la suya, esto es el poder. El poder es la capacidad que tiene un determinado grupo de imponer su verdad como verdad para todos. De lo que se trata para el poder es de imponer esa verdad. ¿Cómo lo hace? Lo hace teniendo la mayor cantidad posible de medios para comunicar. Entonces lo que comunica el poder es la verdad del poder, la interpretación que el poder tiene de los hechos y esa interpretación es la que conviene a su beneficio. En última instancia, es la que le hace ganar más dinero porque el objetivo del poder es dominar o ganar más dinero. También dominar para ganar más dinero. El dinero sigue siendo la mercancía que hace mover a este mundo, como decía Sally Bowles –Liza Minnelli en “Cabaret”-: “dinero, dinero, dinero, hace caminar al mundo”.
En consecuencia el poder tiene que imponer esa verdad suya y sofocar las otras verdades a través de todos los medios posibles: diarios, canales de televisión, radios, teatros, cines; todo lo que pueda conquistar para penetrar en la conciencia de los sujetos y sujetarlos –como va a decir Foucault- “sujetar al sujeto”. Esta es la meta del poder: sujetar la subjetividad de los sujetos, conquistarla, hacerla suya, del poder.
Hasta luego.
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