viernes, 19 de septiembre de 2008

El que barruntaba los espacios

El que barruntaba los espacios, se movía como un cuerpo extraño, era Agamenón. Él se había apoderado de una parte alejada del cielo, un umbral arrepentido de vivir el mundo del universo. Trataba, no sin problemas, de recordarse cuando era niño y no todo le era extraño. Trataba de recuperar esa necesidad de juego y esa pasión al hacerlo.

Se había hecho grande a fuerza de golpes. Agamenón, hijo primero de un viento y una sombra, conocía los dichos de la Escuela de la Memoria y de la segunda edición del viejo centauro. Habitaba los mares, también los cielos: habitaba la jungla de plata. Allí vivía, recogido, al silencio, a la espera.

Todos sus amigos eran ángeles o estrellas. Allí hablaba, miraba, vivía, Agamenón. De las charlas se desprendía que no todo era energía en movimiento pero que la energía se estaba moviendo. De eso mismo se servía para luego explicarse los viajes y los monumentos que había conocido. Le ayudaba a andar la noche y silbar los días. Todo se movía a partir de él, por él, y a pesar de él. Claro, queremos decir que él era energía y todo lo demás también.






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