Volvíamos silbando por la Avenida Nueva. Allí se asomaban las señoritas ofreciendo sus encantos e iluminando la calzada con el vientre de sus ojos. Nosotros, que siempre buscamos un pecho fraterno donde descansar nuestros sueños, saludamos a cada una de ellas mientras el humo de un cigarrillo abandonado en la vereda daba las 6 en punto.
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