Los ‘drones’ pueden eliminar a un supuesto terrorista en un remoto
poblacho del Waziristán paquistaní, con un margen de error muy inferior
al de la clásica aviación de combate y sin riesgo para las fuerzas
propias. Lo único que tendrá que hacer el ‘piloto’, quizás un militar o
un especialista de la CIA cómodamente sentado ante una pantalla de
ordenador en una base del desierto de Nevada, será identificar “con
precisión” al objetivo, intentar que no haya “víctimas colaterales”,
apretar una tecla, visualizar el resultado del impacto, rellenar un
informe, y mirar el reloj para ver cuanto le falta para cumplir su turno
y volver a casa con la satisfacción del deber cumplido. O, quizás, si
también tiene su corazoncito, con cierta desazón que no le quitará el
sueño en el caso de que, gajes del oficio, haya errado el tiro o
despedazado a unos cuantos civiles que pasaban por allí. Ni [debería existir una, MF] guerra
romántica, ni lucha de igual a igual en la que el factor humano, el
valor o la capacidad de iniciativa sean elementos determinantes.
¿Cirugía? Quizás, pero burda.
Nada nuevo bajo el sol, porque la historia de las guerras está
marcada por los avances en la tecnología armamentística, entendida como
la forma de causar al enemigo el máximo daño con el mínimo riesgo. Los
‘drones’ son un paso más en esa evolución, y lo cierto que tienen un
brillante futuro, tanto en el campo civil como en el militar, y son ya
el centro de una carrera tecnológica, probablemente la más pujante hoy
en día en la industria aeronáutica.
Entre los productores más dinámicos de estos aparatos figuran Israel,
que empezó a desarrollarlos en los setenta y que tiene en Gaza y Líbano
inmejorables campos de pruebas para medir su eficacia; Estados Unidos,
que los utilizó en Libia y, ahora (al menos) en Pakistán, Afganistán,
Yemen y Somalia, pero que aún se muestra reticente a comercializarlos
masivamente; China, que aprovecha el nicho que deja su rival a nivel
planetario y extiende su cartera de clientes en Asia y América Latina;
Reino Unido, Rusia, etc.
La lista de países fabricantes o compradores de ‘drones’, cuya
potencialidad –incluida la nuclear- es casi ilimitada, ronda la
cincuentena, entre ellos India, Pakistán, Nigeria y Corea del Sur.
Iraní, aunque manejada por Hezbolá, era con gran probabilidad, el
‘drone’ derribado hace un mes en territorio israelí.
En Pakistán, por ejemplo, y en tan sólo tres años y medio, Obama ha
sextuplicado con creces el número de ataques con aviones sin piloto (52)
de los últimos cinco años de presidencia de Bush. Según algunas fuentes
independientes, la cifra de civiles muertos como consecuencias de estas
acciones supera los 1.000, incluyendo a unos 200 niños. Demasiadas
‘víctimas colaterales’ para un buen cirujano. ¿Y total para qué? Ni
siquiera se está ganando esa guerra.
Puede que la muerte de Osama Bin Laden en territorio paquistaní, en
una operación a espaldas del Gobierno de Islamabad en la que fue
sustancial la información facilitada por los ‘drones’, quede como el
gran logro de Obama como comandante en jefe. Puede también que el
ahorro de bajas propias en las ‘operaciones quirúrgicas’ efectuadas con
estos aparatos para exterminar a militantes islamistas en las zonas
tribales fronterizas con Afganistán rinda al presidente algún dividendo
ante la inminente elección presidencial. Pero la herida abierta en
Pakistán por estas violaciones de soberanía y por las numerosas
“víctimas colaterales” será difícil de cerrar y, a medio plazo, amenazan
con agudizar un conflicto cuyo potencial desestabilizador resulta
aterrador.
Además, esta guerra a distancia alimenta aún más la rabia de Al Qaeda
y sus franquicias. El grupo terrorista presentó el asalto al consulado
estadounidense en Bengasi, en el que murieron el embajador en Libia y
otros tres diplomáticos, como una venganza por el asesinato el pasado
junio desde un avión sin piloto de su ‘número dos’, Abu Yehia al Libi.
Como era inevitable, se ha suscitado una polémica sobre sí la
utilización de aviones sin piloto en acciones de ataque, y más en
concreto para eliminar a sospechosos de terrorismo, es más o menos moral
que el uso de medios convencionales. El debate es absurdo, como lo es
hablar de moralidad en un contexto donde lo que importa es ganar a toda
costa y la relación entre coste y beneficio. Además, ¿qué se entiende
por convencional? ¿Acaso lo es el disparo de un misil de crucero desde
un submarino situado a mil kilómetros de distancia o desde un avión
fuera del alcance de las baterías terrestres y capaz de lanzar bombas
‘inteligentes’ que con frecuencia resultan no serlo tanto?
Lo mínimo que se debería exigir a Obama y, por delegación, a sus
fuerzas armadas y su CIA (con un papel ejecutor clave en el uso de los
‘drones’), es que cumplan estrictamente la Convención de Ginebra y la
Carta de las naciones Unidas, y que, ya que se consideran tan buenos
‘cirujanos’, no mutilen o exterminen a quien no deben, que no utilicen
el bisturí si no tienen la seguridad absoluta de que solo cortarán donde
está la herida. Por ejemplo, que dejen de considerar “militantes”, o
sea, terroristas o combatientes, a cualquier civil, hombre y en edad
militar que se encuentre en incontrolado “territorio enemigo”, aunque
sea en un “país amigo” como Pakistán.
La maquinaria propagandística de EE UU airea ‘éxitos’ como la
eliminación de dirigentes talibanes o de Al Qaeda con nombres y
apellidos, pero no da tanta cancha, o calla, cuando se trata de
combatientes sin identificar o cuando es imposible colocar esa etiqueta a
las víctimas, por tratarse de ancianos, mujeres o niños.
Un exhaustivo informe hecho publico en septiembre, tras nueve meses
de investigación, por dos organismos dependientes de las facultades de
Derecho de las universidades de Stanford y Nueva York, resultaba
demoledor para la guerra de los ‘drones’. “Los asesinatos teledirigidos y
la utilización por Estados Unidos de los aviones sin piloto”, señalaba
el documento, “pueden suponer un peligroso precedente y minar el imperio
de la ley y la democracia norteamericana. (…) La proliferación
descontrolada de ‘drones’ para uso militar representa una amenaza a la
estabilidad global”. Como graduado en Derecho por Harvard, ya que no
como Nobel de la Paz, Obama no debería hacer caso omiso de una condena
tan rotunda a su política.
Por su parte, Human Rights Watch, contraria al control por la CIA de
los ‘drones’, recuerda que las leyes internacionales sólo permiten
ataques contra objetivos militares si no pueden causar pérdidas
desproporcionadas de vidas civiles. “En situaciones no bélicas”,
sostiene, “los individuos no pueden ser convertidos en objetivo de una
fuerza letal a causa de su conducta anterior, sino solo por inminentes u
otras graves amenazas a la vida cuando la detención no es posible”.
Esas condiciones, añade, no se han cumplido en numerosas ocasiones, lo
que lleva a esta ONG a preguntarse: “¿Qué diría EE UU si Rusia o China
utilizasen el mismo criterio para atacar a supuestos enemigos en las
calles de Nueva York o Washington?
En junio, el investigador de la ONU Christof Heynes denunció como
crimen de guerra otra práctica aberrante: el bombardeo con ‘drones’ a
los rescatadores que auxilian a las víctimas de un ataque previo o a los
asistentes al entierro de éstas. La Oficina de Periodismo Investigativo
de EE UU ha recopilado datos sobre acciones de este tipo que permiten
deducir que se practican de manera casi rutinaria. No fue la CIA quien
inventó estas ‘tácticas de guerra’. Las bombas programadas para detonar
tras una primera explosión, y matar a policías y miembros de los equipos
de rescate, se han utilizado por grupos terroristas como ETA, pero se
supone que un Gobierno que da lecciones de democracia y respeto de los
derechos humanos no debería actuar como una banda de asesinos.
Como complemento a este artículo, véase el informe de David Bollero Drones: asesinatos de consola. En él figuran muchos datos significativos que he ahorrado aquí al lector.
Tomado de aquí.
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