El discurso
que la presidenta CFK ofreció el 24 de agosto fue más allá de lo que
han ido todos los discursos de los presidentes argentinos hasta la
fecha. Nadie –ni siquiera el primer Perón o Evita– procedieron a una
destotalización de la estructura del poder en la Argentina.
Analíticamente, destotalizó, en primer término, la totalidad y luego la
armó otra vez para exhibir su funcionamiento. ¿De qué estaba hablando la
Presidenta? Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del
verdadero poder. ¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía
occidental de los últimos 45 años se ha equivocado gravemente. Para
salir de Marx y entrar en Heidegger (como crítico exquisito de la
modernidad pero desde otro lado al de Marx) se vio obligada a eliminar
al sujeto, tal como Heidegger lo había hecho con innegable brillo desde
su texto La época de la imagen del mundo. También Michel Foucault dio
por muerto al hombre. Barthes, al autor. Al estilo. Deleuze, desde
Nietzsche, a la negatividad, o sea: al conflicto en la historia. Y la
academia norteamericana sistematizó todo esto incorporando con fervor a
los héroes de la French Theory. El fracaso es terrible y hasta patético.
En tanto los posmodernos postulan la muerte de la totalidad, el
Departamento de Estado postula la globalización. En tanto proponen la
muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso
sujeto de la filosofía y de la historia humana: el sujeto
comunicacional. Y ésta –hace años que sostengo esta tesis que en Europa
causa inesperado asombro cuando la desarrollo– es la revolución de
nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un sujeto centrado y no
descentrado, logocéntrico, fonocéntrico, ajeno a toda posible
diseminación, informático, bélico, enmascarador, sometedor de
conciencias, sujetador de sujetos, creador de realidades virtuales,
creador de versiones interesadas de la realidad, de la agenda que
determina lo que se habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de
encubrir guerras, de crear la realidad, esa realidad que ese sujeto
quiere que sea, quiere que todos crean que es, que se sometan a ella, y,
sometiéndose, se sometan a él, porque lo que crea el sujeto absoluto
comunicacional es la verdad, una verdad en la que todos acabarán
creyendo y que no es la verdad, sino la verdad que el poder absoluto
comunicacional quiere que todos acepten. En suma, su verdad. Imponer su
verdad como verdad para todos es el triunfo del sujeto comunicacional.
Para eso debe formar los grupos, los monopolios. Debe apoderarse del
mercado de la información para que sólo su voz sea la que se escuche.
Para que sean sólo sus fieles periodistas los que hablen. Una vez que
esto se logra el triunfo es seguro. El arma más poderosa de la
supraposmodernidad del siglo XXI radica en el mayor posible dominio de
los medios de información. Que ya no informan. Que transmiten a la
población los intereses de las empresas que forman el monopolio.
Intereses en los que todas coinciden. Asombrosamente ningún filósofo
importante ha advertido esta revolución. Foucault se pasó la vida
analizando el poder. Pero no el comunicacional. ¡Por supuesto! ¿Si había
negado al sujeto cómo iba a analizar los esfuerzos del poder por
constituirlo de acuerdo a sus intereses? Nadie vio –además, y se me
antoja imperdonable– al nuevo y monstruoso sujeto que se había
consolidado. Superior al sujeto absoluto de Hegel. Algo atisbó Cornelius
Castoriadis. Pero poco. Relacionó las campañas electorales con las
empresas que las financian. Pero –insisto–, aquí lo esencial es que el
tema del sujeto ha vuelto a primer plano. Colonicemos al sujeto,
hagámosle creer lo que nosotros creemos, y el poder será nuestro. El
poder empieza por la conquista de la subjetividad. Empieza por la
construcción de algo a lo que daré el nombre del sujeto-Otro.
El Poder –en cada país– tiene que formar monopolios para tener unidad de acción. No se tiene todo el poder si se tiene sólo Papel Prensa, que implica, es verdad, el control de la palabra impresa. Pero hay que tener otros controles. Sobre todo –hoy, en el siglo XXI, en esta supraposmodernidad manejada por la imagen– el poder de la imagen. Y el de la voz radial, siempre penetrante, omnipresente a lo largo de todo el día. Se trata de la metralla mediática. No debe cesar. ¿Por qué este Gobierno se complica en esta lucha con gigantes sagrados, intocables? O lo hace o perece en cualquier momento. Desde la campaña del señor Blumberg se advirtió que los medios podían armar una manifestación popular en pocas horas. Toda la gilastrada de Buenos Aires salió con su velita detrás del ingeniero que no era e impulsada por Hadad y la ideología-tacho que –en ese entonces– era una creación de Radio 10. La ideología-tacho es un invento puramente argentino. Como el colectivo, el dulce de leche y Maradona. Uno toma un taxi en cualquier parte del mundo y el taxista no lo agrede con sus opiniones políticas. Lo deja viajar tranquilo. Sigamos: la segunda, terrible señal de alarma fue durante las jornadas “destituyentes” y “erosionantes” del “campo”. Sin el apoyo inmoderado de “los medios” habría sido un problema menor. Pero la furia mediática llegó a sus puntos más estridentes. La “oposición” no es esa galería patética de ambiciosos, torpes e impresentables políticos que pelean mejor entre ellos que con sus adversarios. Son los medios. La derecha no tiene pensadores, tiene periodistas audaces, agresivos. Y la mentira o la deformación lisa y llana de toda noticia es su metodología.
El análisis de CFK fue excesivamente rico para una sola nota. Hasta aquí tenemos: Videla convocó a La Nación, Clarín y La Razón y les entregó Papel Prensa. Al ser el Estado desaparecedor socio de la sociedad que se formó, esos diarios no sólo apoyaron o colaboraron con un régimen abominable, fueron sus socios. ¿Para qué? CFK lo dice así: “Durante esos años se escuchaba mucho el tema defender nuestro estilo de vida. Nunca pude entender exactamente a qué se referían cuando se hablaba de defender nuestro estilo de vida. Yo no creo que la desaparición, la tortura, la censura, la falta de libertad, la supresión de la división de los poderes puedan haber formado en algún momento parte del estilo de vida de los argentinos”. Sí, en el momento en que se constituye Papel Prensa y Videla les pide a los grandes diarios que –ahora sí: a muerte– defiendan la lucha en que están empeñados, el estilo de vida argentino, para ser defendido, requería los horrores de la ESMA. Hay un libro de Miguel Angel Cárcano: El estilo de vida argentino. En sus páginas se traza una imagen idílica, campestre, cotidiana y señorial del general Roca. Ese es –para Cárcano– un héroe de nuestro estilo de vida. El de ellos, el de la oligarquía que hizo este país a sangre fuego y a sangre y fuego lo defendió siempre que se sintió atacada. Los herederos de Cárcano y Roca todavía lo defienden. Si se les deja el poder de “formar la opinión pública” como siempre lo hicieron volveremos al país que desean: el del neoliberalismo, el de los gloriosos noventa. Conservarán el poder. Al que CFK dibujó así: “Si hay un poder en la República Argentina, es un poder que está por sobre quien ejerce la Primera Magistratura, en este caso la Presidenta, también por sobre el Poder Legislativo y, mal que pese, también por sobre el Poder Judicial (...) es invisible a los ojos”. Es el poder que tan impecablemente definió un otrora misterioso personaje: “¿Presidente? Ese es un puesto menor”.
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