La eterna colina, llena y vacía se erguía sobre el cielo, como un naufragio oceánico del tiempo.
ÉL, hablaba la música de los árboles, y a sus pies "... el delicado aire de una mano gigante ..." rememoraba las infinitas conversaciones, del remolino de siglos.
Su piel, ELLA, la tierra, la risa escrita en el borde de sus ojos, sentía pasar sus velos del bronce al plata, justo antes del estallido del horizonte.
Llegaba entonces el baile de las sombras, el plenilunio, cuando el sol nocturno se acercaba al final de su último paseo.
ELLA Y ÉL, decidieron revelar sus arcanos, con un beso de matices, violeta, azul y fuego.
Los cúmulos, provenientes del sudeste se hicieron densos, y tocaron a los hombres vencidos por su peso.
Y los goterones caían, caían con tanta fuerza, que rebotaban nuevamente hasta el cielo. Pero aún antes de reclinarse sobre el horizonte, ELLA, continuaba luchando por iluminar el camino de su piel, como una lágrima, caía, caía un segundo antes de amanecer.
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