Sally Burch
El acaparamiento de grandes extensiones de tierras, conocido en inglés como land-grabbing,
fenómeno que surgió principalmente en la última década y que se acentuó
a partir de la crisis alimentaria del 2008, está transformando
radicalmente la estructura agraria en el mundo, desplazando al
campesinado y reforzando la agroindustria. En África y Asia, este
fenómeno corresponde principalmente a acuerdos entre Estados, donde un
gobierno acuerda la compra o arriendo de grandes extensiones –cien,
doscientas mil hectáreas o más-, en otro país, para producir alimentos
bajo su propio control y exportarlos, a fin de garantizar la seguridad
alimentaria de su población.
En América Latina, sin embargo, el proceso ha asumido una característica distinta, según explica Cristóbal Kay,
especialista en desarrollo y reforma agraria. Y es que en nuestro
continente, no son otros Estados sino principalmente las grandes
empresas translativas las que están invirtiendo en países vecinos. En
entrevista con ALAI, Kay advirtió que, entre más avanza este proceso,
más complejo se vuelve pensar en una reforma agraria en los países
afectados.
Académico especializado en
teoría del desarrollo, que estudió primero en Chile e Inglaterra, y hoy
es profesor del Instituto de Estudios Sociales de La Haya, Cristóbal Kay
nos recordó que en América Latina este fenómeno tiene sus raíces en la
llamada década perdida de los años 80, con las políticas
neoliberales. Cuando los Estados disminuyeron sus políticas de crédito y
asistencia técnica al campesinado y bajaron los aranceles a la
importación de alimentos, la economía campesina quedó marginada y muchos
campesinos tuvieron que buscar otras formas de ingreso, cuando no
acudir a la migración. En cambio los sectores rurales que salieron
beneficiados fueron aquellos productores agrícolas capitalistas que
tenían acceso a las inversiones y los conocimientos necesarios para
entrar en los nuevos mercados de exportación, con nuevos productos como
el brócoli, hortalizas, frutas, palma africana aceitera.
Este hecho, relata Kay, “cambió
totalmente la estructura agraria, llevando hacía un proceso de
concentración de tierras y, también, hacía un proceso de capitalización
del agro… Se expandieron estas empresas agrarias, muchas veces
incorporando a tierras campesinas, o deforestando la amazonia, llegando a
nuevas fronteras agrícolas, creando también una serie de efectos
negativos para la ecología de esos países”. Esta nueva estructura
agraria funciona con mano de obra temporal, sin estabilidad laboral y
con salarios muy bajos, o donde hay cultivos muy mecanizados, como la
soya, crea muy poco empleo. “En medio siglo, desde 1960 hasta 2010, el
cultivo de la soya pasó de 260 mil hectáreas a más de 42 millones. O
sea, se multiplicó varios cientos de veces”, señala el investigador.
Sigue nuestra conversación
sobre estos temas, en la cual Kay nos contó cómo en América Latina el
actual proceso de acaparamiento de tierras sigue parámetros novedosos a
nivel mundial, puesto que se trata esencialmente de empresas
latinoamericanas de un país que invierten en otro país latinoamericano.
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CK: Son
grandes compañías que ya controlan cincuenta mil hectáreas, o cien mil
hectáreas, por ejemplo de Argentina; que hacen después inversiones en
Paraguay, o Uruguay, especialmente para soja, o para pasto y ganadería. Y
Brasil hace lo mismo: hay muchos empresarios agrícolas brasileños que
ya hace como tres o cuatro décadas atrás, han comprado tierras en la
parte oriental de Bolivia, en Santa Cruz, en las tierras bajas de
Bolivia, y hoy en día controlan quizás un tercio de las tierras del
Oriente boliviano. Controlan como el 40 o 50% de la producción de soja
de Bolivia.
Paraguay, es el caso más
dramático. En este país, casi dos tercios de toda la producción de soja
es controlada por capitales, inversionistas, terratenientes, de origen
brasileño -la mayoría-, pero también una parte importante de
argentinos. Entonces se plantea allí un problema de soberanía nacional,
porque gran parte de esas inversiones de compra de tierra por parte de
los brasileños y los argentinos se da en la zona fronteriza con esos
países. Y, el cultivo de la soja es el más importante de Paraguay,
entonces controlando dos tercios de la producción de soja -no tengo una
cifra exacta-, pero es como controlar quizá el 40% de toda la producción
agropecuaria de ese país, por parte de esos capitales latinoamericanos.
Ahora, muchos de esos capitales
latinoamericanos están asociados con capitales internacionales. Por
ejemplo, con el famoso financista George Soros. Soros tiene una empresa
que financia las compras de tierras a través de una empresa en
Argentina, y hace inversiones a gran escala, con grandes maquinarias.
Entonces, hay algunos capitales
extranjeros, pero no es la fuerza motriz de este cambio; la fuerza
motriz viene de los propios capitales de algunos países
latinoamericanos. Incluso países pequeños como Chile, que tiene cierta
ventaja en la industria forestal. Hay un grupo forestal chileno que
tiene más de un millón de hectáreas, de las cuales la mitad está fuera
de Chile, en Argentina, Brasil y Paraguay. Como ya no hay más tierras
para reforestar en Chile, estos capitales chilenos invierten en otros
países latinoamericanos, en los que todavía hay cierta abundancia de
tierra. Ahora, esto también tiene su impacto ecológico, especialmente
con el monocultivo de eucalipto, que absorbe mucha agua, y el pino; y
entonces no se puede cultivar después, es muy difícil volver a usar la
tierra para otro uso agropecuario.
ALAI: Estas inversiones en tierra, ¿están vinculadas también a la especulación del sector financiero?
CK:
Sí, porque la ventaja es que la tierra no pierde su valor, es una buena
inversión fija, especialmente si los precios agropecuarios siguen
subiendo, y es muy probable que los precios agrícolas nunca van a bajar
de nuevo a los niveles pre-crisis del año 2008. Pero la especulación
viene más bien con estos nuevos cultivos, como decía, la palma aceitera,
palma africana, con la soja y también con la caña de azúcar. Estos
tres cultivos se pueden llamar ‘cultivos comodín’. Un colega de La
Haya, Saturnino Borras, lo llama ‘flexcrops’, que se puede
traducir al castellano como ‘cultivo comodín’, porque se los puede
dedicar a varios usos, ya sea como aceite, ya sea como comida, o para
biocombustible. Y allí viene la ventaja, es decir, depende de los
precios de los alimentos: si están bajos, dedican la caña de azúcar o la
soja al etanol. Entonces especulan de acuerdo a cómo van los precios
internacionales para cada uno de los productos. Eso le da esa
flexibilidad al capital, y el capital siempre trata de maximizar la
ganancia y la renta, usando los mercados internacionales.
ALAI:
¿De toda esta situación que acaba de describir, cómo ve las
implicaciones a futuro? ¿De qué hay que preocuparse? ¿Qué alternativas
podrían plantearse frente a esa situación?
CK:
Estos nuevos capitales que acaparan tierras, extensiones de 100 mil
hectáreas, y algunas llegando hasta a 1 millón de hectáreas, son
cantidades de tierras inimaginables históricamente, van mucho más allá
del antiguo latifundio. La diferencia es que son capitales no
exclusivamente agrarios, sino que muchos de estos nuevos inversionistas
vienen de la agroindustria, de la industria forestal, de la industria
del procesamiento de la caña de azúcar, de la palma africana. O
incluso, en el caso de capitales extranjeros, de capitales mineros o
financieros; y capital comercial, incluso hay supermercados que
invierten. Entonces, ya no es solamente un capital agrario, sino un
capital que se origina de varias fuentes, que controla la cadena
productiva. Es como toda una cadena de valor que está totalmente
integrada y controlada por ese capital corporativo, que tiene tremendo
poder, porque conoce el mercado internacional, tiene acceso a las
últimas técnicas productivas, tiene la capacidad de financiar
maquinaria, cosechadoras e industrias procesadoras.
Frente a eso, a un mercado
libre, los gobiernos no tienen la capacidad de negociar o de buscar
acuerdos más favorables para los países. Hay quizá algunas
restricciones menores.
En cuanto a las implicaciones
de este proceso, como ya mencionaba, desplazó a ciertos sectores
campesinos, creó conflictos con pueblos indígenas, tal cual lo hacen
algunas inversiones mineras, aunque estos casos son menos conocidos. Y
es que en muchas de esas zonas que los gobiernos dicen que están vacías,
que son tierras estatales, ya había poblaciones locales, indígenas, que
estaban radicadas en esas zonas, y que con estas inversiones van siendo
desplazadas.
En el tema de qué visión del
futuro, pensando especialmente si uno quiere hacer una reforma agraria,
yo creo que hoy en día es más complejo realizar una reforma agraria,
porque el campesinado ya no enfrenta al antiguo señor feudal con el cual
tenía una relación patronal clientelar. Pero había un enemigo claro
-por así decirlo- con el cual uno podía realizar su lucha social: contra
los patrones, contra los terratenientes que habían estado en esa zona
hace siglos ya, desde la colonia, con el antiguo latifundio. Ahora son
grupos inversionistas, muchas veces sociedades anónimas. Entonces,
¿cómo tener una política para tratar de expropiar o redistribuir la
tierra, frente a un capital que puede vender las tierras fácilmente o
moverse a otro lugar?
Además, ahora ya no se trata de
expropiar tierra improductiva, no cultivada, como antes con el
latifundio. No, estas son empresas capitalistas, con grandes inversiones
de alta productividad, de alta tecnología, totalmente integradas al
mercado internacional; entonces también los gobiernos son muy reacios a
tocar a esas empresas.
Por lo mismo, hoy las reformas
agrarias tendrían que ser mucho más participativas, tendrían que tener
en mente las necesidades de las comunidades indígenas, tener una opción
también de género, de incorporar a las mujeres en el proceso de la
reforma agraria, lo que no se hizo en la reforma agraria de las décadas
de los 50, 60 y principios de los 70, y también, por supuesto, tener
toda una visión ecológica, que en la reforma agraria de los 50 los 60 no
existía. Entonces, con toda esta nueva situación, es mucho más complejo
tener un programa real, masivo de reforma agraria.
Consecuentemente, para
enfrentarse a esos grandes conglomerados, como Monsanto, la lucha social
ahora tiene que ser de un movimiento también transnacional. Como, por
ejemplo, es el caso de la Vía Campesina. Hay que tener un movimiento
campesino que esté interconectado e interrelacionado y que se globalice,
se transnacionalice, aunando esfuerzos en cada país con esa lucha, más
bien global, contra los transgénicos, contra el gran capital financiero y
planteando sus propuestas a nivel de la comunidad internacional -a
través de las Naciones Unidas, como la FAO, etc., porque es allí donde
se mueven las fuerzas políticas.
Y aliándose con los movimientos
ecologistas, con los movimientos que quieren mantener la biodiversidad
genética, con los movimientos que van contra los supermercados, los
movimientos que quieren fortalecer los mercados locales, las culturas
locales, por un paisaje que no sea de monocultivo, etc. Allí, aunando
esfuerzos entre sectores rurales con sectores sociales urbanos, crear
una alianza política transnacional, para lograr cambiar este modelo de
monocultivo y depredador. Es una visión, pero por suerte que hay varios
pasos intermedios para lograr eso.
Tomado de aquí
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