Sumario
1 ¿Qué significa que la conciencia sea intencional?
2 El hombre, ¿es una nada?
3 ¿Somos lo que elegimos ser?
4 ¿Cómo nos vamos dando el ser?
1 ¿Qué significa que la conciencia sea intencional?
En este nuevo encuentro vamos a seguir con “La trascendencia del ego”, el primer texto importante de Sartre de 1938. Esa conciencia intencional que Sartre toma de la fenomenología de Husserl provocó muchas críticas en los sectores marxistas franceses que se oponían al surgimiento del existencialismo.
Vamos a ver las diferencias. Primero, habría que ver cuál es la Teoría del conocimiento que manejaban los marxistas en ese momento. Era bastante burda. Estaba basada en un libro muy creativo de George Lukács –un gran teórico marxista-, un libro del cual él renegó después, y que básicamente planteaba lo siguiente: la conciencia es pasiva y recibe pasivamente los condicionamientos del exterior. La conciencia es una conciencia refleja. Refleja porque justamente la conciencia refleja los condicionamientos de la materialidad exterior. Por eso el marxismo se llama a sí mismo materialismo dialéctico o materialismo histórico. Su Teoría del conocimiento hace de la conciencia una pasividad que sólo recibe, que sólo está para reflejar el mundo de la materialidad exterior. Por el contrario, la intencionalidad de la fenomenología arroja a la conciencia hacia afuera y, al arrojar a la conciencia hacia afuera, la arroja hacia el mundo. Al arrojarla hacia el mundo, conciencia y mundo forman una unidad, no están separadas, ni conciencia por un lado ni mundo por otro, sino conciencia-mundo. La conciencia no refleja ninguna materialidad, la conciencia es libre y –por supuesto- es libre de intencionalizar sobre ese mundo que está unido a ella. Hay conciencia (de) mundo y hay conciencia de sí. Sólo puede haber conciencia de sí en tanto hay conciencia (de) mundo.
Quiero decir también que los teóricos franceses con los que el pobre Sartre tuvo que polemizar eran terriblemente mediocres: Roger Garaudy, Adam Scaff, peores todavía. Y le marcaban estas cosas de un dogmatismo estaliniano, grosero, también basados en un libro lamentable de Friedrich Engels llamado “La dialéctica de la naturaleza” en el cual Engels desarrolla el siguiente postulado: la dialéctica existe primero en la naturaleza y esa dialéctica de la naturaleza determina la dialéctica de la historia. Sartre va a decir: esto es un disparate. Si hay una dialéctica está en la historia porque el hombre es el que hace la historia. Y el hombre hace la historia dialécticamente, de totalización en totalización.
“El ser y la Nada” de 1943 es la primera gran obra de Sartre. Nosotros vamos a explicarla en sus más determinantes rasgos. Sartre encuentra en “El ser y la Nada” dos modalidades del ser: el ser en-sí y el ser para-sí. El ser en-sí es aquello que es, el ser en-sí siempre es lo mismo, el ser en-sí es una roca, una montaña, un árbol, muchas cosas. El ser en-sí es algo que nunca va a ser algo distinto de lo que es. Por otro lado, enfrentado a ese ser en-sí está el ser para-sí (pour-soi), el ser para-sí que justamente es el ser proyectante, es el ser cuyo ser consiste en proyectar, en proyectarse hacia la dimensión del futuro, en salir de sí.
Ustedes observen que la fenomenología de Husserl le sirve a Sartre para que la conciencia saliendo de sí se eyecte hacia el futuro. Este es el estado de arrojo que habíamos visto en Heidegger y que Sartre efectivamente le afana. Se lo afana creativamente. El ser para-sí es proyecto, una roca no es proyecto. Pero el ser para-sí también tiene su coseidad porque somos también las cosas que hemos hecho en el pasado. Somos lo que hemos elegido en ese pasado porque, al ir eligiendo, nos hemos ido eligiendo a nosotros mismos. El hombre es ese ser que al elegir se elige. Uno es lo que elige, o sea que el para-sí tiene un pasado, tiene una facticidad. Ese pasado son todos los hechos que ha cometido en ese pasado, todas las elecciones que ha hecho y que forman su pasado como una cosa inmodificable. Ahí está, eso es él, el pasado es como si fuera una roca, algo que es en-sí. Y el pasado del para-sí es el en-sí del para-sí. Con este hermoso trabalenguas, vamos al próximo bloque.
2 El hombre, ¿es una nada?
Seguimos con “El ser y la Nada”. El para-sí, al cual Sartre también llama “realidad humana” -Sartre hace una traducción bastante particular del Dasein de Heidegger al cual llama “realidad humana”-. El para-sí o realidad humana tiene detrás de sí un pasado. Ese pasado está compuesto por todas las elecciones que él ha ido tomando a lo largo de su vida y en cada una de esas elecciones se ha ido dando su propio rostro. O sea que lo que tiene detrás es su facticidad. Él es ese en-sí. Sartre dice que el pasado es el en-sí porque nos está dando la idea que el pasado es tan en-sí como una roca, como una montaña, es aquello inmodificable. No podemos modificar nuestro pasado. Somos nuestro pasado.
¿Qué es el presente? El presente es nada porque en el presente el para-sí está lanzado hacia afuera, proyectando. El para-sí es una proyección hacia sus posibles proyectos. La dimensión del futuro todavía no es porque los proyectos del para-sí no se han llevado a cabo. Entonces, ¿qué tenemos aquí? Tenemos que en el presente el para-sí es nada porque es puro proyecto, pura sed, puro proyecto arrojado hacia adelante, la conciencia es una nada –dice Sartre- porque la conciencia no existe como una cosa dentro de nosotros. La conciencia existe en tanto está eyectada hacia el futuro entre sus distintos proyectos.
Ahora bien, como en el presente somos nada esto significa que no somos nuestro pasado, lo somos pero no lo somos. ¿Por qué lo somos? Lo somos porque lo hemos hecho, ese pasado es nuestro. Pero este presente en el cual yo soy una nada me está diciendo que no soy ese pasado porque siempre está la posibilidad de que haga algo nuevo, algo distinto de ese pasado. Entonces el para-sí es aquel ser que no es lo que es. Y como está siempre proyectado hacia el futuro, es lo que no es: es lo que todavía no es.
Este es un célebre apotegma sartreano: el para-sí, la conciencia, no es lo que es, no es su pasado porque en su presente está arrojado hacia proyectos nuevos. En consecuencia, eso que es su pasado, que es su en-sí y que lo ha sido y que es lo que es, no lo es. Porque no es lo que es. Lo que el para-sí ES es eyección –como decía Heidegger-, estado de arrojo, está constantemente proyectado hacia el futuro y en ese futuro, como todavía no es, el para-sí es lo que no es. Salgamos de este tembladeral terrible de Sartre que no lo entiende nadie y hay cosas más lindas para entender.
Esta conciencia no tiene contenidos –olvidemos las 12 categorías del sujeto trascendental kantiano, olvidemos al Sujeto Absoluto hegeliano cuyo contenido era toda la historia universal-, la conciencia sartriana no tiene nada, está totalmente vomitada hacia el mundo. Existe en peligro, entre los hombres y entre las cosas. A esta conciencia Sartre la llama “nada”. El hombre es una nada. El hombre es ese ser por el cual la nada viene al ser. ¿Qué es el ser? El ser es el ser en-sí, el ser son las cosas, el ser es todo aquello que ya es para siempre definitivamente algo. Si lo relacionamos con la existencia inauténtica de Heidegger veríamos que el ser inauténtico quiere ser un ser en-sí porque quiere ser algo que oblitere, que corte sus posibles para no enfrentarse con el posible de la muerte.
3 ¿Somos lo que elegimos ser?
El ser para-sí, la conciencia, al estar arrojada hacia el mundo, hacia sus proyectos, es libre. Sartre es el filósofo de la libertad de la conciencia y si esa libertad se enajena, se enajena porque ha existido antes una libertad. Quizás nosotros hoy vivimos en el mundo de la enajenación. Quizás todos estamos enajenados por el poder omnipresente y omnímodo que tenemos sobre nosotros. Pero esa alienación existe porque el hombre, antes de perder la libertad, ha sido libre. Si en Filosofía buscamos siempre los principios primeros, el fundamento de todo lo que ES es la libertad del hombre.
Y la libertad del hombre es esto que Sartre llama “nada” porque, justamente, no hay nada en mi conciencia. Mi conciencia, para darse el ser, tiene que ir eligiéndose, tiene que ir comprometiéndose. Sólo eligiendo me voy a elegir, sólo eligiendo me voy a dar un SER. Pero, de apertura, no tengo un ser. Soy una nada arrojada libremente para elegir aquello que voy a ser. Es cierto que cuando llego al mundo todo está hecho. Es cierto que me hablan en una lengua que llega hacia mí. Es cierto que cuando yo comience a hablar voy a hablar en esa lengua que he recibido. Es cierto que voy a creer dominar una lengua y en realidad esa lengua me domina a mí. Pero de todos modos, a pesar de todos estos condicionamientos, hay un momento en que todo hombre debe decir su propia palabra.
Y lo que dice Sartre, en una de sus más bellas frases, es “un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. No tenemos justificaciones. A partir de cierto momento somos libres responsables de nuestros actos. No podemos más andar diciendo: y bueno, a mí me educaron así, yo tuve esta formación, a mí me pasó esto, a mí me pasó aquello o a mí me ordenaron esto. No señor. Si a usted le ordenan algo, usted es capaz de asumir su libertad y negarse a la orden que le han dado. Incluso –va a decir Sartre- “es el torturado el que, en la tortura, decide libremente que no da más”. Esto le fue discutido a Sartre pero es una posición extrema de su pensamiento, de la filosofía de la libertad. Es el torturado el que todavía elige en qué momento se quiebra.
Este para-sí –que es una nada- Sartre lo va a definir como una nihilización en el corazón del ser. Si el ser es el ser en-sí, si el ser es esa completud, esa masa que tenemos frente a nosotros; bueno, el hombre es un agujero en la plenitud del ser porque el hombre trae la nada al mundo y la nada es su libertad. Necesito esta nada para ser libre, pero la libertad está para ser perdida. La libertad está para ser perdida, para comprometerse desde esa libertad, para jugarse desde esa libertad y para perderla… y para luchar para recuperarla. Este es el lado más hermoso de la filosofía sartriana y da, en un trabajo sobre Descartes, la definición fundamental de su filosofía que dice: “la libertad es el fundamento del ser”. El hombre es el fundamento del ser. Hay ser porque el hombre es libre, porque el hombre es una nada arrojada hacia sus proyectos. En la medida en que realiza sus proyectos se va realizando a sí mismo, se va eligiendo a sí mismo.
Esto que en Heidegger era un proyecto, un estado de abierto, Sartre le da una mayor dramaticidad y lo va a explicar muy bien en una conferencia con muy buena onda que da después de la publicación de “El ser y la Nada”. La conferencia se llama “El existencialismo es un humanismo”. Lo que más se conoce de esta conferencia es su fórmula central. El gesto de Sartre fue benéfico porque todos los que no habían entendido una pepa de “El ser y la Nada” pudieron leer “El existencialismo es un humanismo” y empezaron a repetir eso de “la existencia precede a la esencia”, etc. Bueno, está bien, Sartre da esa conferencia y dice: “la existencia precede a la esencia” que es una fórmula muy rica. Con esto ¿qué quiere decir? Que el hombre comienza por existir. El hombre no tiene una esencia. La palabra esencia viene de la Filosofía antigua: todo ser, todo ente tiene una esencia, un núcleo que lo hace ser lo que es –lo decía Platón, Aristóteles-. Una cosa es lo que es porque su esencia define lo que es. Pero el hombre, como no es, como empieza por no ser, no tiene esencia, tiene existencia. Ya vamos a ver cómo se da a sí mismo la esencia.
4 ¿Cómo nos vamos dando el ser?
La existencia precede a la esencia: esta es la fórmula que se hizo célebre de la conferencia “El existencialismo es un humanismo”. La existencia precede a la esencia porque el hombre comienza por existir, no tiene nada detrás de sí, no tiene nada que lo justifique. De aquí la pasión que despierta en Sartre el concepto de la bastardía. Somos bastardos, todos somos bastardos. No tenemos detrás nada que nos justifique. Y en esto Sartre tiene muy en cuenta a la oligarquía, a la monarquía. Un monarca, un oligarca, es alguien que tiene todo detrás, tiene un linaje: yo desciendo de fulano, de mengano, que era un guerrero de la independencia. O un Luis XVI que tiene un montón de luises atrás. Esa gente tiene una esencia. Pero usted, yo, el hombre común no tiene una esencia porque no tiene un linaje que lo preceda. Llega al mundo existiendo y su esencia, su ser, se lo va a tener que dar él, lo va a tener que conquistar él.
¿Cómo nos damos el ser? Nos damos el ser eligiendo, nos damos el ser a través de nuestra praxis –esto lo va a llevar al marxismo-. Nos damos el ser a través de nuestras acciones. Elegimos, y en cada elección elegimos lo que somos. Lo que queremos ser. Somos responsables de cada una de nuestras elecciones porque cada una de nuestras elecciones tiene un peso ontológico, es decir, tiene el peso de darnos el ser. Porque si algo vamos a ser, vamos a ser aquello que vamos eligiendo a lo largo de nuestra vida. No estamos determinados para nada. Somos libres de ir eligiendo y esta libertad es nuestra responsabilidad.
Entonces, al comenzar por existir el hombre comienza por ser nada. Es una nada abierta a sus proyectos. Al comenzar a elegir y a elegirse es que comienza a darse un pasado, un en-sí (eso que vimos que era la facticidad del para-sí). Si Sartre insiste tanto en tematizar la nada es porque va a identificar la nada con la libertad. Y nosotros pensemos que la libertad, en tanto no puede ser condicionada (una libertad condicionada no existe), tiene que partir de una total indeterminación. Una libertad determinada por algo no es libertad. Cuando Hegel dice: “la libertad es el reconocimiento de la necesidad”, en realidad es una avivada de Hegel porque si la libertad es el reconocimiento de la necesidad no puede ser eso. Lo que Sartre va a decir es que la libertad es la creación constante de elecciones libres en las cuales el hombre se compromete con el mundo real. Al comprometerse con el mundo real elige, y al elegir se elige a sí mismo. Cada una de nuestras elecciones tiene un peso ontológico porque en cada una de ellas nos vamos dando el ser que somos.
Entonces, la existencia precede a la esencia. La esencia nos la vamos dando con nuestros actos libres. El hombre –va a decir Sartre, y lo va a decir en “Las moscas”, una de sus obras de teatro- está condenado a ser libre porque aún cuando su libertad le sea enajenada su lucha va a ser siempre su lucha por recuperar esa libertad. Orestes en “Las moscas” dice: la libertad ha caído sobre mí. Es decir, siente la libertad como una angustia. La libertad produce angustia. Es mejor no ser libre al fin y al cabo, porque si uno no es libre no tiene que andar eligiendo todo el tiempo o lo eligen a uno; esta es la existencia inauténtica de Heidegger. El existente inauténtico no es libre: lee lo que hay que leer, mira lo que hay que ver, escucha lo que hay que escuchar, se traga todo lo que le tiran encima, nunca ejerce un acto de libertad. En cambio lo que le exige Sartre al hombre es que sea libre, que sienta la angustia de la libertad porque él vino a este mundo para ser libre y para luchar por la libertad también. De aquí sus compromisos políticos y su compromiso constante con la historia.
El hombre vino a este mundo para ser libre y para luchar por la libertad. Siendo libre se elige a sí mismo. Y lo que constantemente tiene que elegir es la posibilidad de la libertad porque está constituido por esa capacidad de elegir desde su libertad, y cuando la pierde aún esa enajenación está fundamentada por su ser libre. Porque sólo un ser libre puede perder la libertad. Un esclavo no puede perder la libertad porque ya es un esclavo. El que puede perder la libertad es un ser libre así que hay que darse cuenta a partir de qué momento comenzamos a perder nuestra libertad. Porque a partir del momento en que empezamos a perder nuestra libertad comenzamos a perder nuestro ser, comenzamos a no ser o a ser lo que hacen de nosotros. A ser lo que el poderío de los otros –como dice Heidegger- hace de nosotros.
En consecuencia Sartre va a insistir en que el hombre vino a este mundo para darle un sentido a través de su libertad. Voy a poner un ejemplo contundente, lo que Sartre llama el coeficiente de adversidad de las cosas. ¿Cuál es ese coeficiente de adversidad? ¿Por qué las cosas me pueden o no ser adversas? Simplemente por esto: porque si mi proyecto incluye a una cosa, esa cosa me puede ser adversa o no adversa. Si no la incluye, me es totalmente indiferente. Y para dar un ejemplo terrible, tremendamente dramático, en la tragedia de Cromañon había un candado en una de las puertas de salida. Ese candado tuvo un coeficiente de adversidad macabro para mucha gente porque mucha gente quiso salir por ahí y estaba ese candado. Si todos hubiesen podido salir por otras salidas, ese candado era solo un candado. Pero terminó siendo una trampa mortal. Éste es Sartre explicando nuestra realidad.
Vamos a seguir con Sartre que es infinito y enormemente rico en todos sus conceptos.
Podés ver o descargar este Encuentro de aquí.
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