Embronquecido,
molesto,
puteaba,
y escupía al suelo.
Se había conformado viento a la par.
Se había refugiado en el fondo del río.
Había caminado, yo lo sabía,
sorteando escaramuza tras escaramuza…
Había en su bondad otro nombre.
Me puse luego a pensarte tibia,
insistí, una y otra vez, con tu presencia,
puse la foto del velador sobre la mesa,
luego, en ella, velas,
y la misma oración esculpí en el cielo:
“…que vuelva”
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