Que vergüenza
que pudor
que sensación de abandono…
me da el verte.
Es que tú quieres,
pero te niegas a querer.
Y eso se hace en silencio.
Y tú me alcanzas con tu voz.
Y me enamoras,
de nuevo,
en mi entrada.
Cuando ya todo se escribió en un verso,
un bumerang o hurakán se hace de la partida.
Y es tu recuerdo desnudo;
el que primero aparece,
y el que enseguida se tapa.
Hombre de medio sin fin;
esa brutal arrogancia que también a mí me invade…
cuando me sublevo contra mí soy el peor prójimo.
¡Hazte a un lado! ¡Holgazán! ¡Que vengo yo!
Y te extraño tanto que me detesto…
¿Quién me manda a ser dependiente de tus ojos?
¿Quién me obliga a venerarte día y noche?
¿Qué suceso glaciar podrá negar el fuego que me produces?
Acaso tu misma sonrisa sea pecado,
y a la vez salvación de los santos.
Acaso tu misma voz nos muestre de lado,
y a la vez complete esta mueca desalmada.
Acaso sea hombre la espera de tus labios ambulantes,
y a la vez me haga libre de mi propia condena al verte.
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