Por David Acebes , 22 febrero, 2015
Gonzalo Salesky
(Córdoba, Argentina, 1978). Ha publicado tres libros: ‘2011’ (poemas y
cuentos, 2009), ‘Presagio de luz’ (poemas, 2010) y ‘Ataraxia’ (cuentos y
poemas, 2011). Ha obtenido múltiples distinciones en certámenes
literarios de Argentina, España, México, Venezuela, Estados Unidos,
Colombia y Australia.
A propósito de 2011, Presagio de luz y Ataraxia.
En el prólogo a ‘Presagio de luz’,
Eduardo Casas afirma que toda literatura tiene un argumento. Según este
prologuista, “la sola selección de los poemas por parte de su autor ya
nos está indicando por donde sugiere que la lectura y la interpretación
se dirijan”. En principio, no puedo compartir esta idea. ¿Por qué
siempre hemos de premiar la homogeneidad en un florilegio de poemas?
¿Acaso un libro heterogéneo, compuesto por grandes poemas, con autonomía
y sustantividad propias, no puede ser digno de elogio?
Sí, puede ser digno de elogio.
Interpretando lo que escribió Eduardo en el prólogo, la palabra clave es
“sugiere”. En el caso de un libro de poemas, el autor indica, a través
de la elección del contenido y de la estructura, una suerte de recorrido
interno. Las palabras surgieron en ese orden por alguna razón y en este
caso, quise componer una obra que se aleje del caos y transmita lo
mismo que fui sintiendo a medida que nacían los versos. De todas formas,
cada libro de poemas puede leerse en cualquier orden de acuerdo al
gusto del lector, ya que golpea su corazón de distintas maneras (si es
que lo golpea). Son botellas al mar que uno arroja y no sabe en qué
orden van a llegar a otro o si van a conmoverlo o no, si despiertan
sentimientos parecidos a los del autor, o si se pierden en el camino y
naufragan antes de llegar a otra orilla. Se me ocurre que lo mismo debe
ocurrir con un álbum de música. Escucho “Yesterday” y me emociona, y no
sé –ni me importa– qué canción estaba antes o después de ella en la
lista original. Cada canción o poema tiene un vuelo propio y cada obra,
después que sale del autor, vuelve a nacer con cada lector u oyente. No
hay dos interpretaciones iguales de un poema y en cada alma, va a
retumbar de forma diferente. La voz del autor deja de ser su voz, otros
se apropian de ella y la obra despierta sensaciones únicas, casi siempre
distintas a las que el autor imaginó.
Abunda en tu obra el “endecasílabo
blanco”. Un verso medido, límpido, que huye de la rima consonante, tal y
como estipulan los cánones de la poesía moderna. Sin embargo, de vez en
cuando, te permites el lujo de incluir en tus estrofas la rima asonante
en los versos pares. ¿A qué se debe este hecho? ¿Es un mero desahogo
poético? ¿Es un guiño al romanticismo literario? ¿O, yendo un poco más
allá, dirías que es una forma de provocar con tus versos, rompiendo la
insípida monotonía rítmica del endecasílabo blanco?
No es un guiño al romanticismo
literario. En mi caso, los poemas salen espontáneamente y de una sola
vez, con muy poca corrección posterior. En cinco minutos o menos, en un
rapto de inspiración en donde tengo que tomar papel y lápiz y
transcribir directamente lo que suena en mi cabeza, antes de olvidarlo.
La mayoría de las veces siento esa “voz que dicta” de la que hablan
otros autores. No termino de comprender la manera en la que nacen los
versos. Por lo que la métrica y la rima ya salen así y su formato no es
algo adrede.
Por otro lado, creo que la buena
poesía (no la que escribo, la que aspiro escribir) tiene que provocar.
Interpelar al lector. Cuestionarlo, interrogarlo. Ser una cachetada en
la oscuridad que lo sorprenda, que lo obligue a pensar y lo despabile.
Prefiero la literatura que provoca, esos autores que te llevan de las
narices y te sueltan donde quieren, te confunden, te hacen dudar de lo
que lees y hasta de tus propias verdades. Y me gusta mucho tu expresión
“desahogo poético”. Escribir me ayuda a eso. Hasta podría compararlo con
el llanto. Ayuda a liberar tensiones y miedos, a superar desilusiones…
es algo que reconforta. Uno es capaz de hacerse fuerte frente al mundo y
a los problemas que agobian, puede tomar aire y sentirse capaz de
transformar su realidad, una vez que ha podido desahogarse.
En tus libros ‘2011’ y ‘Ataraxia’, junto a
tus poemas, incluyes cuentos y relatos cortos. Históricamente, los
clásicos solían ser reacios a publicar sus poemas de una forma separada,
por lo que era de uso común acompañar sus versos de un discurso
explicativo de los mismos o bien que estos formaran parte de una obra en
prosa. ¿No tienes reparo en unir prosa y verso en un único contexto?
No, no tengo reparos. Aunque tal
vez no quede prolijo para un lector que sólo desea encontrarse con un
solo género y tiene que “repartirse” entre los dos. Algunas personas me
lo han cuestionado. En mi primer libro fue una necesidad, porque tenía
mucho material tanto de un género como del otro y quería darlo a conocer
al mismo tiempo. Pero en el tercer libro, fue por convicción y motivado
por el deseo de transmitir un mensaje que no sólo se compusiera de
versos, sino que se complementara lo mejor posible con otro género.
En la actualidad, proliferan en el
panorama internacional los poetas formalistas (como puede ser tu caso)
que escriben a su vez relatos de ciencia ficción. En ‘Ataraxia’, por
ejemplo, podemos leer “Nieve”, un relato distópico que plantea la
posibilidad de un mundo sin Internet. ¿Realmente crees que sería posible
un mundo así o piensas que hemos iniciado el camino de no retorno?
No creo que sea posible un mundo
sin la red, salvo una catástrofe mundial. Hemos iniciado un camino sin
retorno. Pero me encantaría un mundo sin Internet. Sería un lindo
desafío para nuestra especie. Creo que, en muchos aspectos, ha hecho que
involucionemos. La web, las pantallas que nos hipnotizan, la
comunicación al instante y el bombardeo informativo de texto e imagen al
que nos sometemos por voluntad propia terminaron de sepultar aspectos
valiosos, sentimientos y valores del hombre. Obviamente, la tecnología
no es la única culpable. Pero nos quita tanto tiempo que antes teníamos
para pensar en nosotros, en nuestra vida, en el progreso espiritual y el
crecimiento intelectual. Veo los avances de hoy con cierta tristeza,
melancolía y nostalgia por un mundo que ya no es. Todo va cambiando tan
rápido y no nos detenemos a pensar hacia dónde vamos y si realmente
queremos llegar allí. En ocasiones, este progreso me duele. Temo que
estemos siendo demasiado inocentes con algunas cosas y que va a ser
tarde para volver atrás, cuando en unos cincuenta años nos despertemos
siendo mitad humanos y mitad máquinas.
Reconozco que estoy siendo
contradictorio, sin Internet no habríamos podido establecer contacto,
concretar esta entrevista a miles de kilómetros de distancia ni
publicarla. Esa misma contradicción sufre el protagonista del cuento: él
sabe que tiene la chance de destruir la red gracias a las posibilidades
que Internet le dio.
Pero de todas maneras, añoro esos
tiempos no tan lejanos donde te sorprendía una carta o una tarjeta
postal, cuando memorizabas un poema o un llamado telefónico era tan poco
común que nos emocionaba. Nos hacía disfrutar de la comunicación y no
sufrirla, como muchas veces nos ocurre hoy. Ya no nos damos ni siquiera
el tiempo de extrañar a alguien porque esté donde esté, sabemos en qué
lugar se encuentra y siempre está a un clic de distancia. Evitamos el
aburrimiento, le tenemos terror. Estamos en la cima de una montaña y en
vez de contemplar un paisaje único, nos maravillamos porque un
dispositivo nos permite seguir al instante el resultado de nuestro
equipo de fútbol favorito.
Cada día, al ser todo un poquito
más fácil, va perdiendo importancia la cultura del esfuerzo. No hay
tiempo ni siquiera para desear y si algo nos cuesta mucho, lo dejamos de
lado. Aunque parezca un dinosaurio diciendo esto, no me gusta lo que
estamos viviendo. Rechazo ese placer momentáneo y vacío que nos da
satisfacer necesidades que continuamente otros crean por nosotros y nos
convencen de que vamos a ser felices calmándolas. No quiero que un
buscador sea mi memoria, ni una red social mi agenda o mi álbum de
fotos.
Como argentino que eres, percibo en tus
relatos una innegable influencia de Jorge Luis Borges. En “Rosas rojas”,
un hombre contempla una sangrienta pelea entre dos individuos y la
trama se desarrolla vertiginosa hasta que la escena inicial se repite en
la última escena y comprende que él era uno de esos dos individuos.
Está claro que el desdoblamiento literario, tan caro al maestro Borges,
refleja de alguna manera la falta de identidad de la que adolece el
hombre actual…
Me gusta tu punto de vista. Hasta
ahora, no lo había pensado de esa manera porque este relato nació de
una pesadilla horrible. Me costó mucho sacarlo de la almohada y poder
plasmar en el papel la angustia que me generó. Me atrajo la idea del
doble como un lugar donde proyectar miedo, odio, rechazo. A veces
tememos, odiamos o rechazamos algo pero el objeto de nuestro temor, odio
o rechazo es demasiado parecido a nosotros mismos. En la literatura
fantástica, el “doppelgänger” nos da la posibilidad de asustar, de
confundir, de presagiar algo terrible e inevitable.
Con respecto a la falta de
identidad que mencionabas, concuerdo en que el hombre está pasando por
un período de crisis similar a otros momentos de la historia. Pero en
esta ocasión –y vuelvo a pecar de pesimista– no lo veo preparado para
superar este inconveniente con éxito.
Para terminar, escogeré uno de tus
versos: “Debajo del amor, está el olvido”. Y es que, como sabemos bien
los poetas, debajo de la alfombra del amor, se esconde la pelusa del
olvido…
Es algo que tenemos muy presente
aquellos que escribimos. De manera consciente o no. Animarnos a amar o a
plasmar en el papel los sentimientos más profundos, va de la mano con
la necesidad de trascender. De pelear contra el olvido. En ocasiones,
amamos o escribimos motivados por ese miedo latente. El miedo a que nos
olviden, a que no nos necesiten. Sería muy triste descubrir que aquellos
que alguna vez te quisieron, se han olvidado de vos.
Tomado de aquí
Una entrevista muy interesante, gracias por compartirla!!
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