Nicolás Lobos
15/01/15
Un nuevo fundamentalismo recorre Occidente. Ya tenemos los nuevos templos, los nuevos sacerdotes, las estampitas y las procesiones. Nuestros intelectuales y políticos tan orgullosamente laicos encabezan la cruzada por la consagración del nuevo cáliz... ¡la libertad de prensa!
Repudiar los recientes asesinatos en París nos parece tan justo y necesario como pensar algo más que frases vacías al respecto. Condenamos mil veces estos crímenes y si se nos permite -ahora que hemos recuperado en parte el aliento- nos gustaría plantear algunas cuestiones al respecto.
1. Aerolíneas Para Todos quién trabajamos cuando trabajamos para abstracciones como “Dios”, “la paz”, “la seguridad, “la democracia” o la “libertad de prensa”? Sería necesario explicitarlo, ponerse al corriente al menos, porque existe el riesgo de estar al servicio de algún interés concreto, -humano, demasiado humano-, muy distante de la evidencia muda de esos términos. “Lucho por la paz” decimos, pero... ¿la paz sentada sobre qué bases? ¿La paz del vencedor? ¿La paz de los cementerios? Portque la paz construida sobre una situación de opresión... ¿no exige primero un cambio? “Lucho por la democracia”, afirmamos. De acuerdo. Pero hay decenas de definiciones de democracia, para empezar digamos que una democracia procedimental que desemboca exclusivamente en la defensa de la libertad de mercado no es lo mismo que una entendida como poder popular. ¿Será que lucho por la libertad de prensa? Así, solita, muerta de frío, vacía de determinaciones, la libertad de prensa se convierte en un absoluto y se expone a que cualquier sentido bravucón se la apropie.
El problema con las manifestaciones en París es que cuando todos estamos de acuerdo no sabemos precisamente sobre qué estamos de acuerdo. El consenso se basa -sin duda- en malentendidos. Si consideramos que la libertad de prensa es un absoluto nos instalamos en el registro de la fe y eso nos excusa automáticamente de seguir pensando. Si consideramos que podemos marchar por la libertad de prensa así, sin más, no estamos en la marcha sino en la procesión.
A la libertad de prensa hay que definirla para defenderla, cuestionarla para consolidarla, habitarla para llenarla de sentido. No vivimos en paraíso alguno sino en un complejo mundo donde el complejo animal humano ha logrado -coyunturalmente en la historia- la libertad de pensar... ¡lo que no lo excusa de la obligación de pensar!
2. Los “musulmanes”, los “alemanes”, los “judíos”, los “griegos” no existen. Al menos no como entidades homogéneas. No hablamos de nadie más que de nuestros fantasmas cuando hablamos de estas generalidades. Son significantes vacíos que sólo pueden ser llenados con contenidos imaginarios. Hablar en esos términos es una vía directa hacia el racismo. Por el contrario debemos precisar lo más posible el objeto de referencia, situarlo espacialmente, históricamente, determinar su especificidad social, política, ideológica.
3. Son patéticos los análisis que demonizan al Islam como causa de los ataques terroristas pero tampoco se trata de responder a esos análisis evocando “lo que la humanidad le debe al Islam”. Es tan ridículo la posición del antisemita como la del que se pone -presuroso- a enumerar los premios Nobel judíos. En definitiva la raza, la religión o la cultura no pueden ser argumentos a favor ni en contra para analizar -con mínima seriedad- una situación. Las acciones de Al Qaeda o del EI no se pueden atribuir al Islam sino a una serie de variables entre las cuales encontramos el resentimiento de ciudadanos franceses pertenecientes a poblaciones que -a pesar de llevar tres generaciones viviendo en Francia- son considerados inmigrantes, junto a un complejo juego de alianzas, negocios y enfrentamientos de los poderes fácticos, así como a la Mossad, la CIA. Etc. etc.
4. ¿No es otra forma de seguir creyendo en Dios el sostener que se mata, se discrimina o se persigue por cuestiones de fe? En realidad es más probable que las religiones sean “el opio de los pueblos” que “la causa de conflictos armados”. Cualquier hijo de vecino (es decir cualquier agnóstico antes de mirar la tele) sabe que se mata por intereses concretos, se mata por intereses económicos, se mata para sostener una jerarquía, se mata para conservar o conseguir un poder, se mata envuelto en pulsiones inconscientes, pero no se mata “por Dios” (aunque se justifique con discursos fundamentalistas). No olvidemos que los conflictos armados son el negocio más rentable en este planeta y que la industria armamentística es la principal beneficiaria de dichos conflictos (sean limítrofes, raciales, “religiosos” o “culturales”). Los conflictos armados se producen en el planeta de la misma manera en que se produce una mercancía y se hace urgente estudiar ese proceso de producción: su materia prima, sus fuerzas productivas, el capital, el producto,... aunque se vuelve más fácil saber quién se lleva la plusvalía.
5. ¿No es igualmente piadoso citar el Corán para justificar una acción que citar el Corán para condenarlo? Leer el Corán para encontrar allí -finalmente- los párrafos que lo incriminan como machista, intolerante o violento es signo manifiesto de fe. En realidad no es de ninguna manera determinante, ni siquiera importante, lo que “dice” el Corán sobre esto o aquello, como tampoco lo es lo que “dice” la Biblia. Buscar en el Corán los versículos que lo ensalzarían o lo condenarían frente a un juicio universal es perseverar en el registro piadoso. El agnóstico sabe que al Corán, como a la Biblia, como al Popol Vuh se le puede hacer decir muchas cosas contradictorias. Cosa que -de hecho- se hace todo el tiempo.
6. Las atrocidades que nos horrorizan cuando se enumeran frente a nuestros ojos y que se le suelen imputar al Islam: ablación del clítoris, lapidación, persecución de homosexuales, ausencia de derechos para las mujeres, etc, deben ser analizadas y -eventualmente- condenadas en cuanto prácticas sociales. Esto significa que no son productos de ninguna religión en particular sino de un precipitado histórico de fuerzas ideológicas, políticas e inconscientes anudadas en ciertas figuras de lazo social. Podemos militar en contra de la ablación del clítoris y eso no nos obliga a estar en contra del Islam, no sólo porque hay países que lo practican sin ser musulmanes sino, sobre todo, porque estas prácticas, cada una en particular, tiene determinantes específicos relacionadas con el poder, con el dominio económico, con la historia concreta, con el goce y una relación muy secundaria con las religiones.
7. El humor sutil e inteligente es sin duda saludable, necesario... ¡imprescindible!! Necesitamos hacer humor con el cristianismo que es la religión en la que nos acunaron y con la que tenemos seguramente muchas cuentas que saldar. Humor que no debe olvidar la denuncia de la historia del Vaticano manchada de tantísima sangre. Esto debiera ser un punto de partida para nosotros en cuanto intelectuales. Es mundialmente conocido también el humor que hace la comunidad judía sobre sí misma. ¡Aplaudimos! Incluso si dicho humor no es habitual tratándose de la ocupación de Palestina... . Por otro lado estamos obviamente de acuerdo en que el rebelarnos contra cualquier tipo de censura, o de auto-censura debe ser un punto de partida. Sin ninguna duda. Pero, ... ¿tenemos realmente necesidad de burlarnos del Islam?
En conclusión, cuando releemos mucho de lo que se ha escrito en relación a los atentados en París no podemos menos que recordar a uno de los personajes de García Marquez en Cien años de soledad cuando decía: “La única diferencia actual entre liberales y conservadores es que los conservadores van a misa de cinco y los liberales van a misa de nueve”. Escuchamos demasiado integrismo ateo contra el integrismo musulmán y demasiados destemplados manifiestos que predican la creencia en las leyes de la historia o en entidades como “Occidente”, “Oriente”, “la razón”, “la violencia”, “la libertad de prensa”. Demasiados análisis que desarrollan -cual sumas teológicas- los principios sagrados de los que parten sin agregar conocimiento alguno.
No hemos dejado de ser creyentes si seguimos enfrentándonos todo el tiempo con las religiones y le damos tanta entidad como para constituirlas en nuestro enemigo principal. No hemos desarrollado un pensamiento laico si continuamos enamorados de versiones maniqueas de la historia ahorrándonos la complejidad y la singularidad de cada situación. No hemos dejado de ser piadosos penitentes si seguimos enarbolando absolutos en cuyo altar sacrificar la posibilidad y la necesidad de pensar.
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