martes, 13 de enero de 2015

El debate contra el miedo



Transformar el horror

Opinión
Por Florencia Saintout *
Hay un periodismo que ante la violencia produce un marco específico e interesado para impedir pensarla, en el que él es el que decide qué puede ser entendido o preguntado. De manera forzosa etiqueta que en determinados acontecimientos una explicación/pregunta equivale a una absolución. Es ese periodismo el que intenta decidir hasta dónde podemos expresarnos y hasta dónde no, extorsionando con poder disciplinador. Parece decirnos: si piensan se corren riesgos y ojo... si se equivocan los vamos a castigar de tal forma que jamás se atreverán a pensar otra vez.
Pero hay que pensar. Y pensar y entender no es absolver.
El acto terrorista sufrido en París necesita una y mil veces ser interrogado.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué pasa lo que pasa? ¿Cómo haremos para que deje de pasar?
Si la crueldad extrema no es un destino ni un hecho de la naturaleza, sino que se produce históricamente, es necesario saber de qué se trata ese artefacto para poder hacerlo de otro modo. En esa capacidad de hacerlo de otro modo (de hacer el mundo de otro modo) se juegan las opciones por la paz.
Podemos hacer que creemos que se trata de un acto contra la libertad de expresión –que efectivamente lo fue– pero que no fue sólo eso, sino que Charlie Hebdo se inscribe en un acto más de horror global contra la posibilidad de la humanidad.
¿Cómo llegó a articularse el actual mapa global de violencias? ¿Qué papel ocupó en esa articulación una política norteamericana de terror sobre el mundo islámico, con objetivos inconfesables, pero que tuvieron que ver con el saqueo de sus recursos para el dominio del mundo? Si Bin Laden “salió de la costilla de un mundo arrasado por la política exterior norteamericana” (Arundhati Roy), ¿cómo fue haciéndose esa costilla, cómo fue teniendo la densidad de los huesos, su potencia?
¿De dónde aprendimos que tenemos que quedarnos solamente con las imágenes atroces de la venganza? ¿O la idea de que venganza es equivalente a justicia? Han sido los poderes, entre ellos los de la pedagogía mediática, los que nos lo han enseñado.
Y si creemos que algo de lo sucedido tiene que ver con los fundamentalismos religiosos, ¿existe sólo el fundamentalismo islámico? Por supuesto que no. Y más profundamente: ¿los fundamentalismos son naturales o son también producidos históricamente? Y en el caso del fundamentalismo islámico, ¿cuánto de éste ha sido construido en base a las necesidades de las políticas imperialistas norteamericanas, desde Reagan en adelante? Haciendo un camino en densidad, ¿por qué quedarnos con una explicación monocausal que diga que todo es culpa de los norteamericanos y listo? Es necesario pensar más aún: ¿qué ha pasado con los estados de bienestar europeos, que para hacer sus deberes con el poder financiero dominante sacrifican a sus poblaciones? ¿Qué pasó con los partidos que se decían de izquierda y que no dudan en correrse a la derecha? ¿Dónde quedó el humanismo denunciado en siglos por sus monstruos y esclavos pero que luchaba contra sí mismo para poder seguir imaginando un universal diferente? ¿Dejamos de imaginarlo?
También podemos pensar en las palabras y las cosas. ¿Por qué es que siempre términos como terrorismo, masacre, cacería, justicia pueden “expresarse con libertad” para algunos y otros están condenados al silencio? Sus muertes de a millones ni siquiera son consideradas muertes porque sus vidas no han sido consideradas vidas. ¿Por qué para el sistema de medios hegemónicos no vale la pena informar sobre ellas?
Y esto: ¿en qué medida crea un mundo de odio y violencias?
¿Quiénes son los que hoy festejan? ¿Por qué festejan pidiendo pena de muerte?
Recurrentemente: ¿qué posibilidades tenemos de que sea de otro modo?
Sudamérica está demostrando caminos muy distintos al del terror y la guerra para hacer lugar a la justicia, lo que pone a la región en condiciones de hacer una pedagogía de la paz inteligente y sensible.
Entender no implica dejar de tomar posiciones éticas y políticas. Entender no nos impide sentir.
Condenar la violencia es distinto a entender la violencia, pero una no se puede hacer sin la otra. Si no, no estamos condenando realmente.
Suscribo a lo escrito luego del 11 del septiembre por Judith Butler: “Si creemos que pensar radicalmente acerca de la constitución de la condición actual equivale a absolver a los que cometieron actos de violencia, congelaremos nuestro pensamiento en nombre de una moral cuestionable. Pero si paralizamos nuestro pensamiento seríamos incapaces de asumir una responsabilidad colectiva para la comprensión acabada de la historia que nos condujo a esta coyuntura. De este modo, nos privaríamos de los recursos históricos y críticos que necesitamos para imaginar y poner en práctica otro futuro, más allá del actual ciclo de revancha”.
En el contexto de un mundo cruel, nos queda mucho más que condenar el crimen y llorarlo. Nos queda transformarlo.
* Decana de la Facultad de Periodismo Universidad de La Plata.

Cuidado con los maniqueísmos

Opinión
Por María Sol García Somoza *
En la mañana del 7 de enero pasado, un brutal ataque contra un grupo de periodistas y dibujantes de larga trayectoria, reunidos en las oficinas del conocido semanario satírico Charlie Hebdo ubicadas en el distrito 11 parisino, generó una fuerte conmoción en la sociedad francesa, al mismo tiempo que rápidamente se hizo eco en la prensa internacional y abrió interpretaciones de todo tipo. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? ¿Cómo explicamos un ataque de tal violencia “en nombre de una religión”?
Aún es temprano para tener claves precisas de lo que sucedió el miércoles pasado; no obstante, es necesario dar cuenta de algunas cuestiones que suelen mezclarse con facilidad.
Entre las más recurrentes interpretaciones de la prensa y algunos analistas de momento se pueden leer aquellas formulaciones que afirman “la relación directa entre terrorismo e Islam”, encarnados en el estereotipo de “jóvenes musulmanes marginalizados”.
Ideas falsas que no hacen más que aumentar los velos que nos impiden acceder a un análisis crítico, reflexivo y profundo, e ir más allá de los símbolos e imágenes envueltos en estereotipos que algunos sectores y medios de comunicación difunden.
Es necesario salir de las tramposas amalgamas en donde islamismo e Islam se unen equivocadamente en un mismo término. Y frente a esto la comunidad musulmana, a través de sus representantes, se ve en la obligación de justificarse frente a cada ataque. Algo que no depende sólo de una necesidad surgida en el seno de la comunidad misma sino que es consecuencia de las condenas y sospechas a las que queda sistemáticamente expuesta.
En la prensa argentina es notable la confusión que se despliega en estas interpretaciones descontextualizadas, simplistas y que parten de un desconocimiento profundo de las dinámicas socioculturales de la sociedad francesa actual.
Desde los años ’90 hasta el día de ayer, Francia ha conocido varios de estos tipos de ataques producidos por individuos radicalizados. Contrariamente a lo que se dice, estos jóvenes protagonistas no tienen un patrón o perfil común de origen. Hay jóvenes salidos de familias de diferentes estratos sociales, así como de familias católicas, musulmanas e incluso de familias que no practican ni adhieren a una tradición religiosa determinada. Jóvenes que se aíslan de su contexto familiar, de sus amistades, y que encuentran identificaciones en grupos específicos, en donde se dice predicar “un verdadero Islam”.
Jóvenes que buscan un marco de sentido para dar respuesta a “la injusticia social”, “la opresión de los pueblos”, y que son impulsados a salir en búsqueda de una especie de “revolución” (¿tal vez en un sentido conservador?) a la que denominan “Jihad”.
No podemos pensar la religión desde una lógica funcionalista, como si viniese a ser “el consuelo” o “la última opción” que les queda a los sectores vulnerables y excluidos, ni tampoco creer que efectivamente esos crímenes son religiosos. Se pueden atribuir y autoatribuir en nombre de la religión, sin dudas; pero si nos conformamos con eso, lo único que conseguimos es polarizar el debate en términos de religión vs. secularismo, censura vs. libertad de expresión, o –lo que aún es peor– reflotar la peligrosa teoría del choque de civilizaciones.
Estos jóvenes no son simples individuos aislados y manipulados: son el síntoma de una sociedad que encuentra fracturas en su interior, y que es eco de una crisis de sentido más amplia en el marco de un capitalismo globalizado y post-industrializado. Podemos pensarlo en términos del clásico sociólogo francés Emile Durkheim, cuando escribe a fines del siglo XIX y principios del siglo XX sobre los riesgos de una sociedad anómica, una sociedad cuyos lazos sociales se quiebran en su interior.
Las violencias estructural y simbólica que mencionamos aquí, a vuelo de pájaro, deben ser parte del croquis analítico a armar, al que debemos sumar sus múltiples aspectos subjetivos, políticos, educativos, económicos, evitando caer en las diversas hipótesis que se ven formuladas en los medios de comunicación, llevándonos desde teorías conspirativas de atentados de falsa bandera hacia teorías sobre la libertad de expresión y la blasfemia, entre otras.
El debate es largo y queda mucho por analizar aún; pero por sobre todo, como observadores de la realidad, evitemos las argumentaciones que se ensalzan en simples extrapolaciones y que conducen a estigmatizaciones peligrosas que no hacen más que agudizar la fractura social. En este caso, la comunidad musulmana en Francia y en el mundo se ve señalada como el caldo de cultivo de problemáticas sociales que sobrepasan las fronteras de la comunidad per se, y que más bien son problemáticas que pertenecen y atraviesan a la sociedad francesa en todo su conjunto, y no a una comunidad cultural en particular.
Frente al contexto actual, las autoridades y la sociedad francesa aún se ven confrontadas al desafío de encontrar las formas de reunir y atraer en su seno a esas fracciones de jóvenes que buscan nuevos sentidos. Pero, ¿realmente quieren hacerlo? Aún no podemos responder a esta pregunta.
El domingo, Francia salió a la calle para manifestar al mundo la necesidad de verse unida por la defensa de los valores republicanos, pilares fundamentales de la identidad francesa que se posan en la libertad, la igualdad, la fraternidad y sobre todo en la laicidad. Celebramos la manifestación contra el atentado y a favor de la vida y la libertad de prensa. Pero también breguemos por la necesidad de reflexión. Ya sea de un lado y del otro. Queda el esfuerzo de ese colectivo liminal, ese espacio de claroscuros, para no quedar atrapados en esa violentogénica red de praxis discursivas.
Gare aux manichéismes! Appelons à la réflexion!

* Socióloga, especialista en estudios de género e Islam. Docente en la Université Paris 8 Vincennes Saint-Denis. Doctorante Université Paris 5 Descartes - UBA.

Tomado de aquí


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